Samuel Pérez García
La escritura es como una confesión pero sin el otro, que sera tu lector en otro tiempo o en otra vida.
Escribir es una charla íntima en silencio, con tu propio espejo, que reluce sus empaños interiores.
Cuando escribes, te quejas para que otros te oigan y no buscas solución alguna, sólo escribes.
El que no escribe, lee; en esa lectura encuentra a su doble que le dice lo que saber quiere.
Uno puede escoger la noche o la madrugada para escribir, cualquier lugar puede servir; algunos autodidactas usan la puerta o las paredes de los baños: ” aquí estuvo quien mas te quiso, judith” o alguna grosería, que es lo más usual, pero escribe.
Así que en escritores hay de todo: los prosaicos, los sutiles, los engolados, los poetas y hasta los encerrados en alguna cárcel.
Cuando uno escribe pasa como cuando al amor te entregas: cierras los ojos y hundes tu pluma hasta el fondo,si pescas una buena idea o imagen no la sueltas hasta que acabas, como igual sucede cuando arriba de tu amante
La besas por el cuello, sus pezones y hasta la cúspide del triángulo que forma su entre pierna.
Pero escribir no siempre es placentero; a veces es tan doloroso como una herida que te sangra. En efecto, porque escribir es volver a vivir lo que pasó en tu vida, y el corazón al recordar eso sufre o goza.
Estas dos opciones te ofrece la escritura. Y si lees también. Cuando lees una buena historia te resulta el sufrimiento o el acto gozoso de vivir.