Serrano, el candidato presidencial fusilado en plena Revolución

Texto: Mauricio Mejía Castillo y Xochiketzalli Rosas

“Un acto de rebelión debe reprimirse siempre con mano de hierro”, fueron las palabras con las que el presidente Plutarco Elías Calles respondió al general Roberto Cruz, Jefe de la Policía, cuando éste le pidió que no matara a Francisco R. Serrano.

En una entrevista que el periodista Julio Scherer le realizó en 1961, el general de división recordó el día en que el Jefe Máximo le ordenó matar a Serrano, el hombre que, en palabras de Scherer, “osó disputarle a Álvaro Obregón la Presidencia de la República. Fueron los tiempos en que éste hizo a un lado el principio de ‘no reelección’ y dispuso las cosas para asumir, por segunda vez y de acuerdo con Calles, la Suprema Magistratura”.
Serrano había sido Secretario de Guerra y Marina de Álvaro Obregón y gobernador del Distrito Federal en la administración de Calles.

No fusile usted a Pancho. Ha sido amigo nuestro. La asonada que intentó no tiene importancia ni ha puesto en peligro la estabilidad del gobierno. No lo mate. Depórtelo a Estados Unidos o enciérrelo en Tlatelolco”, suplicó Cruz al presidente. Calles no cambió de idea, pero en el lugar de Cruz fue el general Claudio Fox quien realizó la encomienda.

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El general Álvaro Obregón en compañía de un grupo de asistentes al baile del centro Sonora-Sinaloa. Entre los presentes, de izquierda a derecha, sentado en un banquillo,  se observa al general Francisco R. Serrano. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

El proceso histórico que conocemos como Revolución Mexicana va mucho más allá del movimiento maderista de 1910. De hecho, varios historiadores hablan de una “Revolución de revoluciones“, ya que se trata de un cúmulo de conflictos ocurridos durante este periodo.

Se puede decir que el final de esta lucha tan compleja se sitúa formalmente hasta 1940, con la llegada a la presidencia de Manuel Ávila Camacho. De este modo, México vivió alrededor de tres décadas de intensa actividad política, las más de las veces con la violencia como distintivo. 

En esos años, quienes participaron en la etapa armada se sintieron con derecho a ocupar los puestos públicos del nuevo orden político, para que “la Revolución les hiciera justicia“. La sucesión presidencial fue el gran tema de esa época que provocó levantamientos y ejecuciones.

El caso de Francisco R. Serrano es muy útil para entender que el problema de la Revolución Mexicana va más allá de un enfrentamiento iniciado el 20 de noviembre de 1910

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Un retrato de Francisco R. Serrano. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

Una candidatura indeseable

Teatro Arbeu de la Ciudad de México, 29 de abril de 1927. En un ambiente excitante, lleno el recinto de simpatizantes, con cientos de voces vitoreando su nombre, el general Francisco R. Serrano, gobernador del Distrito Federal, fue proclamado candidato a la presidencia de la República. EL UNIVERSAL fue el primero en hablar con el elegido:

“Acepté mi postulación. En tiempo oportuno presentaré mi renuncia al cargo que ocupo (…) para ponerme al frente de mis partidarios”. Acaso su sangre liviana le ayudaba para ser tan popular entre el electorado. El 15 de junio dejó el gobierno de la capital.

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Foto: Cortesía Familia Serrano. 

El 22 de marzo, Álvaro Obregón dijo, en entrevista a este periódico, que “las características del señor general Serrano son su bondad y su inteligencia. Como soldado ha conquistado, también por escalafón riguroso, el más alto grado militar que existe en nuestro ejército”.

Mónica Eguía Serrano, bisnieta del general, narró a esta casa editorial el primer contacto que éste tuvo con la Revolución:

“Él quedó muy impresionado con los ideales de Francisco I. Madero cuando visitó Huatabampo, Sonora, donde vivía, a tal punto que junto con Benjamín Hill fundó el primer Club Antirreeleccionista del estado”. La causa con que inició la Revolución fue fuertemente abrazada por Serrano. Siempre la defendió.

El historiador Lorenzo Meyer en la Historia General de México de El Colegio de México, narra la situación política que México vivía en esos años.

Obregón decidió a fines de 1926 que la mejor solución sería que él mismo volviera a la presidenciaCalles no parece haber visto con buenos ojos el retorno de Obregón, pero en noviembre de ese año aceptó que el Congreso modificara la Constitución para permitir la reelección siempre y cuando ésta no fuera inmediata, abandonándose así una de las banderas que legitimó el levantamiento contra Díaz”.

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Foto: Archivo EL UNIVERSAL. 

 “Si la reacción popular contra lo que era el preámbulo para la reelección de Obregón no fue particularmente notable, la de Serrano y [Arnulfo R.] Gómez sí lo fue. Ambos rompieron abiertamente con sus jefes, y en junio de 1927 lanzaron sus candidaturas a la presidencia. Era evidente que el camino a la presidencia no pasaba por las urnas, y la pugna terminó por resolverse una vez más por la violencia”, remata la cita de Lorenzo Meyer.

Roto, el principio de “no reelección”

Álvaro Obregón gobernó México de 1920 a 1924. Para que pudiera regresar al poder fue necesaria una reforma al artículo 82 de la Constitución. El diputado Gonzalo N. Santos promovió esta modificación en la Cámara el 18 de octubre de 1926 y quedó aprobada por el Senado el mes siguiente.

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El presidente Álvaro Obregón, durante una comida en su honor, a un lado, de izquierda a derecha, se encuentra su ministro de guerra, Francisco R. Serrano. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

El Caudillo lanzó oficialmente su candidatura el 25 de junio de 1927. En su manifiesto a la nación dijo que regresaba a ocupar “el más alto poder público un hombre que después de desempeñarlo por cuatro años, saliera de él conservando la confianza y el cariño de las clases populares y demás clases sociales”.

El sonorense calificó de reaccionarios a quienes se oponían a que regresara a la presidencia. Afirmó que la lucha de Francisco I. Madero no había sido contra la reelección, sino por “las condiciones tan deprimentes” en que México vivía en 1910. Tachó al antirreeleccionismo como “el antifaz del partido conservador y de los revolucionarios aliados a él”.

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El presidente Obregón. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

Ese mismo día, Serrano envió a la redacción de este diario la opinión que tenía sobre este tema.

“Hay tanta inconsistencia, tanto desafío en el manifiesto del general Obregón; se exhibe en él tanto desequilibrio mental, que cuesta trabajo convencerse de que se trata del mismo hombre de 1920”.

Al contestar al manifiesto de su contrincante dijo: “es muy fácil adjudicar el título de ‘reaccionario’ y reservarse el de único poseedor de la verdad y del espíritu revolucionario, cuando quienes califican son la ofuscación y el aflotamiento de un interesado en la lucha que inicia; pero cuando la República sea la calificadora, se verá que se ha pretendido cambiar los terrenos”.

El 1 de julio de 1927 Serrano y Gómez tuvieron una entrevista en el restaurante del bosque de Chapultepec. El primero tenía un carisma que lo caracterizaba. Cuando el reportero de El Gran Diario de México llegó al lugar fue invitado a sentarse entre los contendientes. Antes de que hiciera la primera pregunta el antiguo Secretario le dijo:

“Las noticias son muy favorables y satisfactorias en toda la República. En las oficinas provisionales de propaganda, y por numerosos conductos (y hablo en plural, porque tanto el general Gómez como yo perseguimos un mismo fin), numerosas adhesiones y manifestaciones en favor del antirreeleccionismo”. Las afirmaciones de Serrano fueron confirmadas en los hechos el 11 de septiembre cuando visitó la ciudad de Puebla.

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La campaña de Serrano. El apoyo al candidato fue desbordado en Puebla. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

La campaña de Serrano

Cincuenta automóviles integraron la caravana. En uno iba el candidato del Nacional Revolucionario. Ya en San Martín Texmelucan lo esperaban sus partidarios. Doscientos estudiantes le aguardaban a la entrada de la Ciudad de los Ángeles.

“Usted hará de México la patria de los mexicanos”, le dijo uno de los oradores. Cuando entró en las calles principales dos centenares de autos escoltaban al general.

EL UNIVERSAL dio cuenta de las miles de personas que vitoreaban a Serrano; de las familias en los balcones que le arrojaban flores; de los jinetes que presidían la marcha; de las chinas poblanas que acompañaban al candidato. Aquella visita fue un triunfo para el antirreeleccionista y Calles y Obregón lo advirtieron. Debían encontrar un pretexto para eliminar al rival.

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Izquierda, General Francisco R. Serrano. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

A principios de septiembre Serrano visitó al presidente en Palacio Nacional. Miguel Alessio Robles describió 10 años después, en su columna de este diario “El gavilán y la paloma”, aquella entrevista.

Según el historiador, el ex gobernador del D.F. dijo a Calles que “era necesario disolver las Cámaras porque se habían constituido en clubes políticos para hacer triunfar a todo trance la candidatura del general Obregón”.

Antes de que el Caudillo anunciara su postulación, la mayoría de los diputados se proclamaron obregonistas. El general Serrano aseguró que contaba con una importante parte del Ejército. Dijo los nombres de sus aliados y Calles no los olvidó.

Escribió Alessio: “la clave de todo se la dio el general Serrano al presidente de la República. Se despidió el candidato a la presidencia, y el Jefe del Estado trazó en el acto el plan siniestro que iba a seguir, con rapidez, con energía, con habilidad ¡No faltaba más!”.

El día que “madrugaron” a Serrano

Alessio Robles dijo que el candidato acudió en busca del Ejecutivo con una “candidez infantil”. Creyó que encontraría apoyo. “Pecó de inocente”, dijo su bisnieta. Ese pecado lo pagó con pólvora.

El dos de octubre, domingo, el general Serrano estaba en Cuernavaca con 13 de sus más íntimos colaboradores y amigos, tanto militares como civiles. Su bisnieta comentó que el motivo del viaje fue celebrar su santo, que sería el día cuatro.

El grupo fue aprehendido por las tropas del general Claudio Fox, con la orden de que fuera conducido a la Ciudad de México. Estaban acusados de intento de sublevación. Serrano esperaba hablar con el presidente al llegar.

Lejos estaba el candidato de saber que nunca llegaría a la capital. Iba tranquilo, desarmado. No opuso resistencia cuando llegaron por él. En el camino, el automóvil en donde viajaba Serrano se descompuso. Él mismo bajó y reparó el radiador. Era el último vehículo que lo transportó en vida.

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Prisionero. Serrano salió del cuartel general de Cuernavaca sin esposas. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

“¡A mí general no!”: la tragedia de Huitzilac

Al otro día, el tres de octubre de 1927, emprendieron el camino. A la altura de Huitzilac, Morelos, los autos frenaron. Los prisioneros fueron obligados a bajar. Les ataron las manos con alambre de púas.

“¡A mí general no!”, gritó el Cacama, ayudante personal de Serrano, cuando vio que los soldados desenfundaban las pistolas. Se puso frente a su jefe y las balas lo mataron. Ahí, en medio del camino desierto, fue fusilado Francisco R. Serrano; maltratado su cadáver. El resto de la comitiva tuvo el mismo fin. No hubo ningún juicio. La orden de Calles se cumplió. Obregón quedó sin su mayor rival.

Por la noche, los muertos de Huitzilac llegaron a la capital. En el Hospital Militar, sobre una plancha estaba el cuerpo del general. Siete balas perforaron el gris casimir del saco: tres en el corazón; dos en el pecho; dos en el bajo vientre.

La bisnieta agregó que tenía ocho disparos en el rostro; salida la quijada de un culatazo. Estaba descalzo. Una amiga de la viuda reclamó el cuerpo. Al amortajarlo, le colocó entre las mano un crucifijo que la madre del muerto había enviado. El féretro fue trasladado al número nueve de la calle de Ajusco (hoy Luis Cabrera) en la colonia Roma, donde lo recibió Amada Bernal, la que había sido su esposa. En el despacho de la casa fue colocada la capilla fúnebre. El general Serrano está enterrado en el Panteón Francés; el Cacama en la misma fosa.

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Funeral. Traslado de los restos del general Serrano. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

“La sofocación del movimiento rebelde”

El primero de septiembre de 1928, el general Joaquín Amaro rindió su informe como Secretario de Guerra y Marina:

“La paz de la República se ha conservado incólume a pesar de los tremendos conflictos políticos que se han suscitado. De ahí que la sofocación del movimiento rebelde encabezado por Arnulfo R. Gómez y Francisco R. Serrano, haya sido empresa facilísima. Es cierto que algunos Jefes del Ejército con mando de fuerza, secundaron y apoyaron la actitud de dichos individuos, pero hay que advertir que la personalidad de aquellos era del todo nula, por el desprestigio de que estaban rodeados”.

En las comparativas, la primera plana del 5 de octubre de 1927: “Entrega del cadáver del General Serrano” y la del 2 de julio de 1928, tras el periodo electoral: “El gral. Obregón fue electo presidente de la República”. Fotos: Archivo EL UNIVERSAL. Diseño web: Diseño web: Griselda Carrera.  

En Caudillos culturales en la Revolución mexicana, Enrique Krauze cuenta la impresión que Manuel Gómez Morín José Vasconcelos tuvieron de estos hechos. Ambos estaban en Londres en aquel otoño. Gómez Morín escribió en una carta:

“Londres entero sabe hoy lo que ha pasado en México y nosotros nos sentimos que en el hotel y en la calle todos ven que somos mexicanos y nos miran con horror y desprecio (…) A tres columnas, en primera plana de hoy, el Times, da la cruel noticia. La gente comenta con repugnancia”.

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“El señor presidente habla de la sublevación militar. El general serrano y trece de sus acompañantes, fusilados”: 4 de octubre de 1927. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

En la entrevista con Julio Scherer, Roberto Cruz señaló: “Una cosa puedo decir de él [Serrano]: fue el hombre más bueno del mundo. Pertenecía a aquellos que se quitan la camisa para dársela a un amigo. ¡Pobre Pancho…!”.

La sombra de Serrano

La tragedia de Huitzilac no pudo menos que inspirar una de las obras más grandes de la literatura mexicana. Entre 1928 y 1929 Martín Luis Guzmán escribió desde el exilio en París la novela La sombra del Caudillo. Sus capítulos fueron publicados en la edición dominical de EL UNIVERSAL.

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Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

En una de las mejores prosas del español, el periodista evoca la vida del general Serrano y su campaña presidencial.

En 1960 Guzmán entregó simbólicamente un volumen de su libro a Julio Bracho, el director que llevó al cine la historia. La película duró 30 años censurada. El 12 de noviembre de 1990 fue estrenada en la Cineteca Nacional. Aquel baluarte del Estado Mexicano del que habló Amaro no podía quedar exhibido en una cinta.

Jorge Ibargüengoitia escribió en 1964 Los relámpagos de agosto, un libro que retoma con humor los mismos hechos ocurridos hace 90 años. “¡Nos van a agarrar como a Serrano!”, grita uno de los personajes al verse en la misma situación que el general sinaloense.

En la fotografía principal aparece el General Francisco R. Serrano (en traje a rayas), Ministro de Guerra y Marina durante la presidencia de Álvaro Obregón. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.

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