AMLO no es Milton Friedman

Sergio Negrete Cárdenas

Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976, uno de los padres de la ciencia económica moderna e incansable promotor del capitalismo y la libertad, viajó en la década de 1960 a la India. Observó que se construía un canal con muchísimos trabajadores que utilizaban solo palas y otras herramientas manuales. Sorprendido, preguntó al encargado por qué no usaba maquinaria que haría todo con mayor rapidez y menor costo.

La respuesta fue que ese canal era en realidad un programa para crear la mayor cantidad de empleos posible. Friedman respondió de inmediato: “Ya lo veo. Pensé que estaban tratando de construir un canal, pero si lo que desean es crear empleos, entonces den cucharas y no palas a los trabajadores”.

El Presidente de México proclamó en días recientes que se debía utilizar el machete y la pala en lugar de un herbicida y de esa manera “dar trabajo a la gente”. La mentalidad del que ordena construir caminos a mano, el que contemplaba embelesado al caballo girar el trapiche, proclamando que ésa es la clase de actividad productiva que desea para México.

El problema no es la ignorancia, sino convertirla en fundamento para la política pública. López Obrador es alérgico a la productividad, meritocracia, eficacia y uso eficiente de los escasos recursos del gobierno. Son palabras que le despiertan un profundo rechazo porque son elementos del detestado neoliberalismo, esa etapa de México que está decidido a enterrar para siempre. Lo que le apasiona para aquellos que gobierna es lo que considera una vida sencilla y digna. No pobre, por supuesto, pero sin lujos.

Porque AMLO se erige en el gobernante que traerá a millones esa existencia sin estrecheces. Con su poder y sabiduría, quita a los riquillos fifís lo que nunca debió pertenecerles, y lo reparte siguiendo sus siempre atinados dictados, con esos programas sociales que diseñó y que no requieren de elementos tecnocráticos como padrones o reglas de operación.

Porque México es un país inmensamente rico, pero con millones de pobres debido a esa perversidad de los conservadores. La riqueza no viene de la productividad, sino del petróleo, tierra y agua. AMLO suspira por el Pemex de sus juventudes tabasqueñas, aguas como las del Grijalva alimentado árboles frutales sembrados por esos campesinos que quiere emplear sin maquinarias sofisticadas, al tiempo que el carbón y el combustóleo nacionales generan electricidad, en lugar de esos horrendos ventiladores gigantes o esa energía solar que es irregular porque de noche, ya se sabe, no hay sol.

Los campesinos con el machete y la pala, quizá con un buen par de bueyes, cultivando el generoso suelo nacional. Hombres y mujeres construyendo caminos con sus manos y herramientas simples. Los alimentos y bebidas naturales o procesados en forma sencilla, como con el extraordinario trapiche. Y petróleo, mucho petróleo. Un México que Ismael Rodríguez filmaría encantado, llenos de personajes como Pepe el Toro y la Chorreada.

Un país que no existirá nunca, porque la llave de la riqueza reside en el progreso tecnológico y un mejor capital humano. El México de las palas (o cucharas) es uno de miseria, enfermedad y muerte, con una clase gobernante cínica y rapaz que roba con cinismo mientras se proclama incorruptible. Familiares y colaboradores de AMLO que podrán decir “nosotros los inmensamente ricos, ustedes los pobres”. Un México alejado del capitalismo y libertad de Milton Friedman, pero digno de un mesiánico autoritario.

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