Macario Schettino
Para los colegas cotidianamente agredidos desde la ‘máxima tribuna de la nación’.
Hace unos días comentamos acerca del ‘juicio de la historia’, una idea recurrente, pero no muy acertada. Algo que pudo parecer genial en un momento, se convierte en una tragedia en otra época.
El constructor del régimen político del México del siglo 20 fue Lázaro Cárdenas. Aunque los sonorenses terminaron la etapa armada de la Revolución, y gobernaron durante 15 años, en realidad no transforman al país. Recuperan el marco institucional del Porfiriato, mantienen el gobierno del ‘hombre fuerte’, y aunque adoptan algunas novedades –Banco de México, por ejemplo–, la gran transformación la hará el divisionario de Jiquilpan. Cárdenas construye un sistema corporativo agrupando las centrales campesinas en una sola columna nacional, promoviendo la creación de una gran central sindical –CTM–, y al final de su sexenio forzando a los empresarios a pertenecer a cámaras creadas desde el poder. Es en su gobierno que la reforma agraria realmente ocurre, y se extiende la educación pública. Consolida su creación con la nacionalización de la industria petrolera, la transformación del PNR en un verdadero partido corporativo, el PRM, y cediendo el poder a un líder de otro grupo. Sigo pensando que se trata del único caso de un régimen corporativo exitoso, en tanto que no se convierte nunca en dictadura personal, como prácticamente todos los demás.
Sin embargo, todo ese trabajo, genial para su momento, ha dado como resultado un país con serias fallas políticas, económicas y sociales.
El corporativismo, que depende de que las bases de las corporaciones deleguen la capacidad de decisión en sus líderes, nos heredó una población incapaz de asumir su responsabilidad. No son ciudadanos, sino personas en busca de un padre que los guíe.
El sistema educativo centralizado, diseñado para adoctrinar en el respeto a la Revolución (y a los gobiernos que de ella emanaban), ha producido millones de personas con serias dificultades para leer, escribir o hacer operaciones elementales, y cuya visión del mundo no puede salir del libro de texto de cuarto de primaria, favoreciendo la permanencia de una absurda historia de bronce y la simplificación continua de la realidad. Si usted sigue sorprendido de la popularidad del mesías tropical, la explican el corporativismo y el sistema educativo.
Pero tampoco en economía las cosas funcionaron. La reforma agraria fue un regalo envenenado. Millones de ejidatarios quedaron anclados a terrenos improductivos, a un sector que apenas puede generar 3 por ciento del PIB. Si a eso se suma la casi total ausencia de programas sociales antes de la llegada de los ‘neoliberales’, se entiende por qué la pobreza y desigualdad nos siguen marcando. No son producto de estos últimos 30 años, sino del país que nos heredó el Cardenismo.
Pero en este momento en el que el Cardenismo ha regresado, en versión farsa diría Marx, tal vez el tema económico más serio sea Pemex. El valor neto de la empresa al cierre de 2020 fue de -2.4 billones de pesos. Es decir, si pudiéramos vender todos los fierros que tiene Pemex, y asignar los pozos a otras empresas (al precio actual), no podríamos pagar todo lo que se debe. Nos faltarían casi 2 billones y medio de pesos, que equivalen a poco más de 10 por ciento del PIB. No es que Pemex no valga nada, es peor.
Con la producción actual de petróleo, al precio al que se vende, sería necesario un siglo de ingresos íntegros para cubrir esa deuda. Sin pagar un centavo por la deuda, ni del pasivo de los trabajadores.
Un análisis serio y mesurado del último siglo confirma que el Cardenismo resultó muy dañino para México. Ya es pasado. Evitemos que nos cueste otro siglo más.