¿Quién sucederá a AMLO en la presidencia?

Por Enrique Quintana El Financiero

Pocas veces el presidente López Obrador habla del 2024 y del futuro. El jueves pasado lo hizo.

Dijo: “Yo estoy hasta el 2024 y ahí me jubilo, pero jubilar es no volver a participar en nada. No opinar. Estoy haciendo ya un trabajo, me estoy preparando psicológicamente para esto.”

Detalló que se retiraría a Palenque, la localidad de Chiapas en donde está su rancho, “La Chingada”, y se dedicaría a escribir un libro sobre el pensamiento conservador.

Pero no quedaron allí sus expresiones. Dijo: “Tengo 67 años. De 50 años para arriba hay mujeres y hombres. Se van a enojar los adversarios, pero la verdad, sí hay relevo de este lado. Ellos tienen problema, nosotros no. Es un abanico”.

Creo que lo dicho por el presidente tiene dos ingredientes. Uno es dudoso y el otro es correcto.

Empiezo por el primero.

Cuando fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, a partir de diciembre del año 2000, López Obrador se convirtió en serio prospecto para ser candidato del PRD y otros partidos de izquierda a la presidencia de la República.

Pero, cada vez que se le cuestionaba a ese respecto en sus conferencia de prensa mañaneras, López Obrador respondía con la frase: “a mi, denme por muerto”, refiriéndose a que no aspiraría a convertirse en candidato presidencial.

Obviamente nadie creyó esa afirmación.

El presidente mexicano vive para la política desde que se despierta hasta que se duerme, y seguramente también sueña con la política.

No es imaginable un López Obrador ajeno a ella, distante de las decisiones, de las contiendas, de los proyectos.

Al menos, no por voluntad propia.

En diciembre de 2019, a un año de gobierno, el presidente señalaba que esperaba que en 2020 se hicieran irreversibles los cambios promovidos por su gobierno. Dijo entonces: “Cuando cumplamos dos años de gobierno, los conservadores ya no podrán revertir los cambios o tendrían que esforzarse muchísimo y pasar mucha vergüenza para retroceder a los tiempos aciagos de la corrupción.”

Obviamente esto no ocurrió. Volver irreversibles de facto los cambios que AMLO quiere implica hacer reformas constitucionales.

Seguramente las emprenderá si Morena logra afianzar su posición en la Cámara de Diputados en las elecciones de junio.

Pero también implica desde luego ganar las elecciones presidenciales del 2024 con un candidato o candidata que garantice la continuidad.

Como un político de otra generación, López Obrador sabe que la presidencia de la República puede cambiar radicalmente a quien arriba a ese cargo.

Luis Echeverría era incondicional y hasta servil con Gustavo Díaz Ordaz, hasta que se convirtió en candidato y encontró que, para él era conveniente romper con la herencia de su antecesor, quien incluso -de acuerdo con algunos testimonios- consideró quitarle la candidatura.

El presidente requiere que, desde su “retiro”, tenga la autoridad suficiente para impedir que su sucesor o sucesora, vaya a cambiar el rumbo.

No puedo evitar pensar en el “maximato”, cuando Plutarco Elías Calles, ya fuera de la presidencia, tenía la autoridad para mandar… hasta que Cárdenas lo expulsó del país.

¿En qué sí tiene razón López Obrador?

En que hasta ahora, los personajes mejor posicionados para contender en 2024 son de Morena.

Sería una subestimación del talento político de AMLO imaginar que la designación del candidato presidencial de Morena será por el típico “dedazo”.

Habrá encuestas, como las que han permitido que Félix Salgado Macedonio sea candidato de Morena al gobierno de Guerrero.

O las que permitieron a Claudia Sheinbaum ser candidata a la Jefatura de Gobierno de la CDMX.

Pero, todos saben que el resultado va a ser… el que decida AMLO.

López Obrador no puede permitir que el candidato o candidata al 2024 lo sea por mérito propio. Necesita que sepa que es gracias a él.

A AMLO le preocupa más por ahora su relevo generacional que los adversarios.

Es claro que en el panorama político nacional no se ve competencia. No hay en este momento ninguna figura pública capaz de entusiasmar a los votantes y ser rival de cuidado en 2024. Por ahora al menos.

Eso da márgenes de libertad adicionales a AMLO, pues no requiere que el abanderado o abanderada de Morena, sea carismático, buen orador, y tenga arrastre.

Para eso está él.

La edad de 50 años a la que aludió AMLO también excluye.

En su visión del relevo considera a políticos maduros y no “jóvenes maravilla”.

Los tres que se mencionan en todas la conversaciones tienen peculiaridades.

Marcelo Ebrard, como político de muchas andanzas, sería candidato natural pues lo relevó en la Jefatura de Gobierno de la CDMX. Para las elecciones del 2024 tendría 64 años cumplidos. El cambio generacional no sería tan grande.

Ricardo Monreal, político de vuelos propios, que se enfrentó con él en el proceso de elección del candidato a Jefe de Gobierno del 2018, tendría 63 años.

Claudia Sheinbaum, si bien no difiere tanto en edad respecto a los anteriores, estaría por cumplir 62 años para las elecciones presidenciales. A diferencia de los otros dos, su carrera política ha estado vinculada siempre a AMLO.

Los tres habrían estado al frente de gobiernos estatales y tendrían la experiencia necesaria para ser el sucesor o sucesora.

Con estos perfiles, saque usted sus conclusiones.

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