Cristina Pérez Moreno
En la ceremonia de los Oscar de 1973 Marlon Brando ganaba su segunda estatuilla gracias a su magistral interpretación de Vito Corleone en El Padrino, de Francis Ford Coppola. Sin embargo, cuando Liv Ullman pronunció su nombre, de la butaca de espectadores se levantó una joven vestida de india americana que rechazó el galardón en nombre del intérprete. Con este acto que dejó a todos boquiabiertos, y a más de uno muy enfadado, Brando quiso denunciar el maltrato por parte de la industria a la hora de representar este pueblo en la pantalla.
Este es uno de los episodios más conocidos de la historia de los Oscar, pero hay más. Y es que, desde un tiempo a esta parte, muchos actores han aprovechado la visibilidad que tienen a la hora de recoger un premio para utilizarlo de altavoz y reivindicar algunas de sus preocupaciones político-sociales. El Tíbet, la guerra de Irak, el medioambiente, la igualdad de género, el racismo, la homofobia… estos y otros temas han dado lugar a discursos muy inspiradores y aplaudidos.
En 2001, Halle Berry se convirtió en la primera mujer afroamericana en ganar un Oscar en la categoría de Mejor Actriz (en 1963 Sidney Poitier fue el primer hombre afroamericano en conseguirlo en la categoría masculina) y, con todo, 14 años después se popularizó el movimiento “Oscar So White” debido a la falta de diversidad, no solo a la hora de ganar una estatuilla, sino también en las nominaciones.
Otro de los movimientos que más ha sacudido la industria del cine ha sido el #MeToo. A raíz del escándalo Weinstein, uno de los hombres más poderosos de Hollywood, miles de mujeres han denunciado el acoso sufrido durante algún momento de su vida o carrera. Esta corriente coincidió o impulsó la Cuarta Ola del feminismo y, hoy en día, se mira con mucha más lupa la perspectiva de género que aportan las películas o las series.
Y, sin embargo, ¿qué ha cambiado? La industria del cine sigue sin ser capaz de visibilizar el trabajo y las historias de las mujeres más allá de las categorías femeninas. De hecho, las últimas reglas lanzadas por la Academia que pretenden que solo las películas inclusivas y con diversidad racial o de género puedan aspirar al Oscar son claramente insuficientes.
Mientras la industria cinematográfica sigue estancada y con grandes problemas para atraer el público a las salas, el mundo de las series sigue viviendo una época de esplendor. Y, no solo eso, también están siendo una mejor plataforma para encontrar la diversidad que no se encuentra en las salas de cine.
Para huir del relato convencional, pon una serie
Es difícil poner fecha al comienzo de una tendencia. No obstante, las series llevan ya varios años viviendo una Edad de Oro ofreciendo productos de gran calidad para el consumidor y, además, con una variedad de personajes y discursos que el cine más mainstream no llega a alcanzar con suficiente rotundidad.
Las series parten con ventaja a la hora de desarrollar sus historias respecto al cine, ya que cuentan con mucho más metraje que una cinta con una duración media de 120 minutos. Sin embargo, no hay excusa para una industria con un alcance monetario y de talento sin igual que no es capaz de narrar historias con diversidad y que no siempre estén protagonizadas por gente guapa y joven.
Parece que el cine ha renunciado mayoritariamente a los papeles maduros, especialmente a los roles femeninos de más de 40 años, por los que apenas se ha interesado en los últimos años. Y, si lo hacen, son de manera tan arquetípica que resulta tedioso para el espectador. A parte de El irlandés, ¿qué roles memorables recordamos de actores tan reconocidos como Al Pacino o Robert de Niro en estas últimas décadas?. O, dejando de lado a Meryl Streep, ¿qué actrices memorables de su misma generación han conseguido un papel que haya trascendido al gran público?
Es un hecho bastante preocupante en un mundo en el que el cine genera gran parte del imaginario colectivo en occidente. Todo lo que se representa en la gran pantalla se asume como canon y puede resultar bastante peligroso. La manera en la que se representa el mundo y a las personas en las pantallas tiene su eco en la sociedad. Recordemos que en los 80 los “malos” de las películas fueron los rusos. Actualmente el rol de villano recae, principalmente, en los árabes.
Y, también, es bastante peligroso lo que no se representa. Si no se ven historias de individuos maduros, mujeres o personas racializadas contadas desde su propia perspectiva la sociedad empezará a asumir -si es que no lo ha hecho ya- que no existen de una manera diferente a la que se ve bajo el prisma de sus creadores (hombres, blancos, de mediana edad y heterosexuales). Es decir, que las mujeres deben tener siempre un físico y comportarse de una manera determinada, que la tercera edad no es relevante y que, si alguien pone una bomba, seguro que es una persona de procedencia árabe.
Mientras que, en la industria, casi todo parece cortarse bajo un mismo patrón -siempre hay excepciones- en el que reinan las historias centradas en el hombre blanco, de mediana edad y heterosexual acompañado de partenaires jóvenes y atractivas, en las series el espectador puede encontrar una variedad enriquecedora en las que, además, las historias de mujeres también son relevantes.
No hace falta remontarse muchos años atrás para encontrar un buen puñado ficciones creadas por mujeres o protagonizadas por ellas, narrando sus propias vivencias, anhelos, miedos o miserias. Solo en 2020 se pueden nombrar series como Por qué matan las mujeres (de 2019, pero estrenada en 2020 en España), Run, Mrs. América, The Great o Little Fires Everywhere.
Si nos remontamos algunos años atrás encontramos otras historias exitosas como las de Fleabag (2016), El cuento de la criada (2017), Big Little Lies (2017), Killing Eve (2018), The Morning Show (2019) o Creedme (2019), por poner algunos ejemplos de series que han llegado a gran número de público.
En todos estos algunos ejemplos de ficciones en las que se puede encontrar relatos poderosos con personajes femeninos muy potentes y diversos. No son series para mujeres, son series con mujeres. Con una representación de mujeres más realista. ¿Qué nos están ofreciendo a los espectadores?
Series con mujeres para huir de los roles de género
En el caso de la serie australiana, The Great, se hace una revisión fresca y muy divertida del personaje de Catalina La Grande. Mientras que la historia occidental se ha preocupado de que se la recuerde como la monarca que tuvo relaciones con un caballo y que era ninfómana (mentira), la serie creada por Tony McNamara y protagonizada por Elle Fanning se preocupa de mostrar una imagen más realista de esta mujer apasionada por el arte y la cultura que se hizo con el poder de Rusia dando un golpe de estado contra su marido.
En caso de Mrs. América, encontramos una diversidad de roles femeninos encabezados por una brillante Cate Blanchett interpretando a Phyllis Schlafly, un personaje real que en la década de los 70 lideró la lucha contra la “Enmienda de Igualdad de Derechos”. La ficción de Dahvi Waller refleja una disputa encabezada por dos grupos de mujeres que piensan diferente sin caer en el maniqueísmo, la ridiculización o la infantilización de los personajes. No por ser Phyllis Schlafly una mujer profundamente antifeminista la serie carga contra ella, sino que refleja una mujer sumamente inteligente y preparada que busca hacerse un hueco en un mundo dominado por hombres.
Por su parte, Little Fires everywhere, creada por Liz Tigelaar y protagonizada por Reese Witherspoon y Kerry Washington, ahonda en un relato muy complejo pero apasionante en el que se entremezcla la lucha de clases, la raza y la feminidad. Una ficción que apuesta por interpelar directamente al espectador, poniéndole en situaciones que le obliguen a hacer una reflexión durante todo el viaje por los ocho capítulos. Sin duda, una de las series más interesantes de 2020.
Para un espectador deseoso de descubrir nuevas historias es apasionante poder sumergirse en historias tan variadas como las que ofrece el mundo de las series. Aunque el cine siempre tenga un lugar especial en el corazón del público y se hayan encontrado grandes relatos estos últimos años (1917, Historias de un matrimonio, El irlandés, Joker…), hay que ser conscientes de que todavía tiene muchas cuentas pendientes que le están pasando factura.
En un momento en el que la sensibilidad hacia la igualdad de género y el rechazo del racismo y la homofobia está sacudiendo nuestras consciencias el mundo audiovisual debe apostar más que nunca por la diversidad. No valen solo los discursos. Es necesario que se cuenten todas las historias porque lo que no se nombra no existe.