Nexos
No todos estamos poseídos de locura homicida. No todos deseamos la aniquilación de los demás ni de nosotros mismos. A más tardar, el día del agotamiento total, una vez alcanzado el objetivo de los contendientes, es decir cuando el país esté cubierto de ruinas y los muertos enterrados, saldrán a la luz los verdaderos héroes de la guerra civil. Llegan tarde. Su aparición en escena no es heroica. No saltan a la vista y jamás aparecen en la pequeña pantalla.
En un taller improvisado se fabrican prótesis para mutilados. Una mujer busca harapos que pueda utilizar como pañales. Con los neumáticos de un vehículo destrozado por las bombas se fabricarán zapatos. Se arreglan las primeras tuberías de agua, se pone en funcionamiento el primer generador. Los contrabandistas acarrean carburante. Aparece un cartero. La madre que ha perdido a sus hijos cuelga un cartelito ante su vivienda e inaugura así el único café del lugar. El obispo reúne a unos cuantos mercenarios astrosos en el almacén junto a la iglesia y monta el primer taller de reparación. Comienza la vida civil. Una vida imparable, hasta la próxima vez.
Tampoco la guerra civil pequeña, molecular, dura eternamente. Tras los combates en las calles llegan los vidrieros; tras el saqueo dos hombres provistos de alicates conectan de nuevo el teléfono de la cabina. En hospitales saturados, los médicos de urgencias trabajan día y noche para salvar las vidas de los supervivientes.
La perseverancia de estas personas parece un milagro. Saben que no podrán arreglar el mundo. Sólo un fragmento, un techo, una herida. Saben incluso que los asesinos volverán, la próxima semana o dentro de diez años. La guerra civil no es eterna, pero su amenaza es permanente.
Se ha pretendido convertir a Sísifo en un héroe existencialista, un marginal, un rebelde marcado por lo trágico y rodeado de esplendor luciferiano. Quizás esto sea falso. Pero quizá sea algo mucho más importante: una figura cotidiana. Los griegos interpretaban su nombre como el superlativo de sophos (inteligente, sensato). Para Homero se trataba incluso del más sensato de todos los hombres. No era un filósofo, no era un charlatán. Se dice que consiguió encadenar a la Muerte. Con ello puso fin a las matanzas, hasta que Ares, dios de la guerra, liberó a la Muerte y le entregó a Sísifo. Pero éste engañó a la muerte por segunda vez y consiguió regresar a la Tierra. Se cuenta que alcanzó una edad muy avanzada.
Más tarde, y como castigo por su sentido común humano, fue obligado a llevar una piedra peñas arriba, una y otra vez. Esta piedra es la paz.
Fuente: Hans Magnus Enzensberger, Perspectivas de guerra civil (trad. Michael Faber-Kaiser), Editorial Anagrama, Barcelona, 1994.