Por José Luis Ortega Vidal
Últimamente no me enfermo de nada/Señal, pienso, de tu cercanía/Algunos síntomas leves -hay- de cierta debilidad como la ausencia/Algo de soledad también, con aderezo de nostalgia/Siempre tuve al amor debajo de los altares y alejado de las flores/Era para mí un ejercicio de ciertos apóstatas/Esos, los enamorados, son prófugos del dolor, me dije/Y las vacunas contra esos males fueron el diálogo conmigo, acompañado a coro por un egoísmo indomable y dormir cada día a temprana hora para evitar el contacto con los sueños ilusos/Sin embargo nada funcionó/Ni las hojas de albahacar en las sienes/Ni los baños con agua fría impregnada de noches pluviales/Con kilos, kilos de tlanepa sumadas a oraciones -al derecho y al revés- a San Ignacio de Loyola con el ruego de que la pasión nunca llegase/Me enamoré. Punto/Topé con el temblor de las vértebras/La sacudida de las venas saturadas/El reflejo penoso del espíritu insanto en los ojos desorbitados/Llegó la presencia cuyo sino es la mas temible de las ausencias/El acompañamiento es un matrimonio con la soledad/La felicidad no es consecuencia solaz del otro, sino resultado de una falsa entrega/Descubrí la otredad como resultado de mi deseo y por tanto como guardián celoso de mis secretos inconfesables/El final no existe/Iniciamos siempre desde el final/Anda, maestra y compañera vigilante…/Bebamos la cicuta/Envuelta en jugo de guanabana y atole de huele de noche…