CLAROSCUROS | Coatzacoalcos: Solalinde, el perdón incompartido a los zetas y el México del dolor inhumano


José Luis Ortega Vidal

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El 29 de julio del 2011, al arribar a Coatzacoalcos, Veracruz con el propósito de encabezar una marcha a favor de los migrantes centroamericanos que arribaban a la antigua población de Puerto México montados en “La Bestia”, el sacerdote Alejandro Solalinde pidió perdón al cártel de “los zetas” por considerarlos “damnificados de la sociedad y las primeras víctimas de un gobierno corrupto, capitalista, neoliberal, enfermizo y fallido.”
Se encontraba en el penúltimo año de su gobierno el panista Felipe Calderón Hinojosa, quien desplegó desde el 11 de diciembre del 2006 una lucha contra el crimen organizado apoyado en las Fuerzas Armadas de México.
El 15 de marzo del 2013 fue detenido en Matamoros, Tamaulipas, Osiel Cárdenas: líder del Cártel del Golfo y fundador de “Los Zetas”, un grupo paramilitar dedicado originalmente a su protección e involucrado posteriormente a las actividades de seguridad de la organización criminal fundada décadas atrás por Juan Nepomuceno Guerra quien entregó el poder a su sobrino Juan García Abrego.

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Juan Nepomuceno Guerra murió –de causas naturales y a los 86 años de edad- el 12 de julio del 2001.
Su sobrino e impulsor de la conversión del Cártel del Golfo en una organización delincuencial más agresiva -que incursionó con fuerza en el tráfico de drogas amén de operar las otras actividades que le dieron origen: el contrabando, la prostitución, la extorsión, etcétera- Juan García Abrego fue detenido en 1996 –a los 51 años de edad- y desde entonces purga una condena en Estados Unidos.
Cuando el sacerdote Alejando Solalinde pidió perdón a “los zetas”, éstos ya se habían separado del Cártel del Golfo que los cooptó entre las filas del ejército mexicano donde recibieron capacitación al más alto nivel en materia de estrategias de combate, manejo de explosivos, de armamento especializado, defensa personal, planificación ante escenarios de guerra y del que desertaron para convertirse en delincuentes.
Es decir: la afirmación del sacerdote en el sentido de que este grupo de mexicanos originalmente al servicio del gobierno y luego convertidos en delincuentes son víctimas de un Estado corrupto, enfermizo y fallido, es correcta.
En su calidad de clérigo Alejandro Solalinde tiene la formación espiritual y la estatura moral para pedir perdón a asesinos sanguinarios que representan un error estructural grave y profundo en el gobierno y la sociedad de México desde el Siglo XX; el postrevolucionario, el que se compromete en la Constitución y los Planes de Desarrollo de cada sexenio a garantizar la Justicia, Equidad, Desarrollo Social para todos los mexicanos y en la práctica fracasa una y otra y otra y otra vez…
Sin embargo, las palabras de Solalinde contuvieron en su momento y contienen –por su indiscutible vigencia- un reproche al Estado mexicano por su fracaso histórico en todas y cada una de las áreas que le corresponde atender en todos los niveles: desde el municipal hasta el federal, pasando por el estatal.

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A casi cuatro años de la presencia de Alejandro Solalinde en Coatzacoalcos, donde hincado pidió a los zetas un perdón que el resto de la sociedad violentada por el crimen organizado en general difícilmente sería capaz de pedir e incluso de otorgar, vale la pena preguntarse qué ha cambiado en Coatzacoalcos, en Veracruz, en México: en materia de seguridad, de desarrollo, de justicia, de equidad social.
La respuesta es rápida: nada, nada, nada ha cambiado.
Peor aún: cada día empeoramos.
El arribo de Enrique Peña Nieto y el PRI al gobierno tras la “Docena Trágica” protagonizada por los decepcionantes gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, se ha traducido en Reformas Estructurales que hasta el momento no dan señales de resultados positivos.
Si bien es cierto que ajustes de esta envergadura suelen reflejarse a largo plazo, también es válido afirmar que desde su inicio se deben reflejar saldos eficientes y esperanzadores; indicadores económicos en materia de inversión, generación de empleos, estabilidad macro y microeconómico, transparencia que justifiquen su puesta en marcha…Y esto no ocurre.
Sólo en las primeras semanas del 2015 Coatzacoalcos ha sido escenario del hallazgo de fosas clandestinas donde la Fiscalía Estatal reporta 3 cadáveres, los reporteros que acuden al lugar de los hechos ubican 6 desentierros y fuentes confiables a que tiene acceso un sector de la Prensa sostienen que se encontraron por lo menos 18 cuerpos de personas ejecutadas en las playas de la colonia Veracruz.
La conclusión respecto a este tema es que la política oficial apuesta al ocultamiento de información como una forma de controlar el poder, antes de combatir con eficacia y en coordinación directa con la sociedad agraviada a los criminales que –en teoría- son el enemigo común.

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Hay muchas fallas más; los ejemplos se reproducen en forma cotidiana y en su mayor parte apuntan al sector oficial sumido en una corrupción e impunidad sin precedentes en la historia del país.
Sólo para rematar este acercamiento sucinto al México violento descrito una y otra vez por Alejandro Solalinde, vale referir que la migración centroamericana y mexicana no se frena.
La pobreza exacerbada e inhumana que genera el modelo económico Neoliberal que nos rige sigue expulsando gente de poblaciones enteras.
A Coatzacoalcos ya no llegan los viajeros desesperados y frágiles porque les fue arrebatada “La Bestia”, pero sólo han mudado de rutas y de medios de transporte –cuando lo tienen, pues muchos simplemente caminan- porque el panorama que les anima a marchar sigue intacto: se llama hambre.
Ante este panorama vivimos un escenario de Lesa Humanidad: el hambre vence al miedo y mujeres, hombres, niños, prefieren arriesgar la vida migrando que esperar el final seguro en poblaciones convertidas en desechos del sistema capitalista.
Lo de quitar el tren a los migrantes ha sido como dar una aspirina a un enfermo de cáncer: ni lo cura ni le alivia el dolor: Sólo sirve de pretexto al médico para “informar” públicamente que está cumpliendo con su deber. Públicado el 15 de febrero del 2015.

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