Samuel Pérez García.
La muerte llega tan imprevistamente que a todos coge con las manos en la masa. El 29 de diciembre de este año llegó al domicilio de Germán Rodríguez Filigrana y se lo llevó entre cuentos, decires, poemas y rescate cultural de la Historia de Acayucan.
Don Germán Rodríguez fue un activo promotor de la cultura, de la escritura literaria y del rescate de la memoria histórica de la ciudad de Acayucan. Fundó un grupo denominado Historia, Conciencia y Movimiento, cuyo propósito, entre otros, era rescatar la historia de su pueblo, y eso lo condujo a fundar en el papel y en los hechos, la Casa de Cultura de Acayucan, que, durante muchos años trabajó en la Casa del Comisariado Ejidal, aunque también realizaba sus actos en la segunda planta del Palacio Municipal.
Cuando todavía no existían oficialmente Casas de Cultura en el Estado de Veracruz, Acayucan contaba con la suya, aunque no físicamente, sino un movimiento de promoción de la cultura mediante el cual, la ciudadanía sabía de bailables, crónica histórica, huapango y encuentros poéticos memorables, como aquellos que Germán Rodríguez y otros entusiastas llevaron a cabo en 1987 y 1991, así como otros menores realizado a favor de la poesía.
La anécdota que sale a colación en esta perseverancia de don Germán es que cuando había que apoyar con la cena o los refrescos a los visitantes que venían a actuar o iba el ballet de la Casa de la Cultura de Acayucan a alguna ciudad de la región, era él quien sufragaba de su bolsillo lo necesario para que el evento se llevara a cabo. Lo daba todo por la cultura, aun cuando los políticos del ayuntamiento le negaran su apoyo. Así se movía Germán, tocaba aquí y allá, recibía lo que podía, y cuando no le daban lo que faltaba, sacaba la cartera y sufragaba el gasto necesario.
Durante muchos años las oficinas de la casa de cultura estuvo ubicada en su consultorio de Radiología, ubicado en la calle Guerrero casi esquina con Moctezuma. Ahí lo conocí en 1985, cuando impartí unas clases de poesía en esa Casa a un grupo de aspirantes a poetas, que luego se autonombró SOMBRAS DE LUZ, y en el cual participaron entusiastamente Rubén de Leo Martínez, Francisco García Hernández, María Elena Baruch, Alberto Velazco, Pedro Suriano y otros que ya no recuerdo. Los tres primeros, a su manera, han conseguido algunos reconocimientos por su dedicación al ejercicio de la escritura literaria. Lo lograron por un factor que es necesario destacar: en primer lugar, que haya habido un centro y un hombre que se diera a la tarea de difundir la creación literaria, y ese centro y ese hombre fue Germán Rodríguez Filigrana, quien le ponía empeño a su tarea como si en ello se le fuera la vida. Sin ese eje aglutinador que en materia de cultura expresó en sus buenos tiempos Germán Rodríguez Filigrana, ellos no hubieran nacido literariamente, o por lo menos, hubieran tardado mucho más de lo que imaginaban. El edificio de la Casa de Cultura que hoy existe en Acayucan esconde una historia que debía rescatarse y que ahora señalo: sin la labor de Germán, y otros que lo acompañaron, a veces de frente, a veces de soslayo, no existiría en Acayucan ninguna Casa de Cultura. Germán la representaba y la promovía sin buscar más allá que colocar al frente dos palabras: Cultura y Acayucan.
Y es que una ciudad sin cultura, es una ciudad en harapos. Y en aquellos tiempos de la década de los setenta y todo lo que va de los ochenta y noventa, todo lo que tenía que ver con la cultura lo expresaba Germán Rodríguez Filigrana. Justo sería reconocer también las ideas de Eva Ochoa, Romeo Bejar, Eva Vela, Modesto Peña Jara, Artemio Cruz y otros tantos que, de algún modo, hicieron su parte por amor a la cultura de su tierra natal, cultura que todavía no se vende ni se compra, se sigue mendigando frente al poder político, cuya forma de mirar el mundo es estrecha, de soslayo y hasta de fuchi. Sea hombre o mujer, pariente lejano o consanguíneo, en esos que llegan al palacio la cultura no les entra ni con calzador, por esa razón mantuvieron en los últimos años en el olvido a don Germán, hasta que la muerte acudió en su auxilio para su eterno descanso, y ahora los gobiernos municipales podrán pelearse la titularidad de la cultura sin la sombra del radiólogo.
Quisiera recordar esta anécdota que viví con él cuando se publicó mi libro Oluta: Memoria y Recuerdo. Después de la presentación de la obra, que se había dado el 23 de junio de 1989 en Oluta, Germán nos invitó a cenar a mí y a Francisco García, el minipoeta como le decíamos en ese entonces, cenamos unos tacos en La Parrilla que hubo donde hoy es el Hotel del Parque. De ahí lógicamente, continuamos la velada literaria en el famoso tugurio de La Quinta. Cuando llegamos, como era día de entresemana, no había clientela. Pedimos una botella de Don Pedro, pero al calor de las copas y la soledad que nos embargaba, incité a que llamáramos a un güera que estaba sentada en la barra. La mujer vino en el acto y la senté a mi lado. Pero no era una prostituta cualquiera: para empezar era de cabellos rubios, piel blanca, alta, y cara agradable. Cuando llegó a la mesa lo primero que dijo es que me conocía. Supuse que a lo mejor me había visto en alguna cantina de esas que hubo en el barrio uno de Oluta, pero no. Se puso a recordar y me dijo que había visto mi cara en un libro que vendían en un expendio de revista que había en la calle Victoria, por el palacio municipal. En efecto, se trataba del libro que acabábamos de presentar esa noche, que ella había hojeado y que luego dio muestras de tener un conocimiento literario sin igual que nos llevó a terminar recordando a Mario Benedetti, también recientemente fallecido. Por poseer esas cualidades culturales, toda vez que se dijo antropóloga y chihuahueña a quien se le había acabado el dinero y era la razón por la cual estaba ahí, a mí se me olvidó que el propósito de haberla traído a la mesa no era para charlar de literatura, sino para otros menesteres propios del lugar. Pero por meternos al rollo literario, el avieso motivo quedó relegado y las horas se pasaron hablando más de literatura que de la corporeidad y sus pasiones. Al concluir la botella decidimos emigrar de La Quinta y prometí volver y no darle tantas vueltas al asunto. Pero en la siguiente semana me llegó la notificación de mi amigo Mario Romero, quien me ofrecía un trabajo hasta Lázaro Cárdenas, en Michoacán, y allá tuve que irme dejando sólo a Ivonne Blachete, que así dijo llamarse la güera de La Quinta. Regresé a los seis meses y al llegar mi primera visita fue ir al tugurio, pero ahí mi informante, me dijo que la güera que buscaba, un ranchero se la había llevado a vivir con él.
Ahora, después de muchos años, es bueno recordar las historias que se construyen con los amigos. Y esta es una parte de la que viví con Germán Rodríguez Filigrana, cuando él era Radiólogo y promotor cultural en una ciudad donde solamente había yermo y arena; soledad e incomprensión; habladurías y política rascuache, propia de un pueblo ranchero y caciquil como ha sido Acayucan, adonde a Germán le tocó la suerte de vivir y porfiar por la cultura. Los que aún quedamos en esa tarea lo despedimos con el honor y el respeto que se merece un hombre perseverante y claridoso, como él lo fue. Descanse en paz.