«El segundo sexo»: una iniciación al feminismo filosófico

Si tuviéramos que decir un libro de filosofía que pudiera pensarse como la enciclopedia de la historia de la mujer, ese sería El segundo sexo. Esta obra cumbre de la filósofa francesa Simone de Beauvoir fue escrita en 1949 y sus palabras aún tienen mucha vigencia para la emancipación de la mujer hoy.

Por Mercedes López Mateo

«No todo ser humano hembra es necesariamente una mujer». ¿Eso dijo Simone de Beauvoir? ¿Ya en 1949? ¿Me estás diciendo que la segunda ola de feminismo empieza así? Por increíble que parezca, así es. Estas son las palabras de Simone de Beauvoir en la introducción de El segundo sexo, la obra cumbre de la parisiense. A continuación, nos adentramos en la aventura que Beauvoir se propuso en la posguerra europea: cómo podemos liberarnos las mujeres del determinismo impuesto.

La obra se divide en dos tomos formidables. El primero se centra en la historia que ha atrapado y encasillado a la mujer, mientras que el segundo está orientado a la experiencia del vivir como mujer. Ambos están escritos bajo una visión existencialista —que nace en última instancia de la fenomenología— al darse cuenta de que el hombre siempre ha podido pensar sin la mujer. En otras palabras, él siempre ha sido sujeto y nosotras el objeto pensado. La pregunta, entonces, en la que se resume todo El segundo sexo es «¿por qué la mujer es Alteridad?» Es decir, ¿por qué es lo Otro?

Destino

Beauvoir dedica esta parte a hacer un recorrido por la biología, el psicoanálisis y el materialismo histórico para ver qué tienen que decir sobre la naturaleza femenina. Si decide abordar un mismo tema desde tantas perspectivas distintas es porque rechaza la posibilidad de que haya una causa única a nuestra opresión. Además, es importante tener en cuenta que todos esos discursos se construyen desde un punto de vista parcial: el del hombre.

Para Beauvoir la cuestión biológica no es definitoria ni definitiva. Su filosofía existencialista se traduce en que los seres humanos construimos nuestra esencia desde la existencia, en el hacer situado en una sociedad, cultura y tiempo histórico concreto. Los rasgos físicos solo son parte del problema porque el Hombre —el sujeto neutro que se identifica con el hombre— ha hecho una interpretación de ellos y le ha asignado un significado social. La naturaleza es solo una pequeña parte de su condición.

Por ello hace un análisis también desde el materialismo histórico, ya que la situación de la mujer depende de la estructura económica de su sociedad y esta, a su vez, de los niveles de evolución técnica. Beauvoir se remite a la obra de Engels El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado y le da la razón cuando dice que la propiedad privada destituyó a la mujer a un segundo plano en el hogar que ya no se veía como productivo. Sin embargo, dice que Engels se queda en la superficie, ya que no desarrolla ni por qué se da el paso a la propiedad ni por qué se asoció esta al hombre desde el primer momento.

Así, los tres ámbitos se descubren como arbitrarios e insuficientes para dar una explicación válida a la opresión de la mujer. «El valor de la fuerza muscular, del falo, de la herramienta, sólo se pueden definir dentro de un mundo de valores: depende del proyecto fundamental del existente que se trasciende hacia el ser». O, dicho de otro modo: el existencialismo nos dará las claves para entender cómo puede la mujer emanciparse.

Historia

En esta segunda parte, Beauvoir hace un largo recorrido por la historia de Occidente desde su visión existencialista, de donde deduce que las mujeres siempre han estado subordinadas. En las diversas etapas de la historia, desde la prehistoria y el nomadismo, a la mujer le eran impuestas tareas que solo eran vistas como funciones biológicas (por ejemplo, la crianza) que la dejaban en una posición de inferioridad, mientras que al hombre sí se le permitía llevar a cabo actividades que le hicieran trascender como sujeto.

«Toda la historia de las mujeres ha sido realizada por los hombres». Beauvoir habla de Egipto, Grecia, Roma e, incluso, del papel de la mujer en la Biblia. Cuenta que, hasta en los casos más conocidos de manifestaciones colectivas que tenían como protagonistas a mujeres, como las sufragistas de Inglaterra, si tuvieron éxito fue gracias al apoyo de los hombres, quienes siempre tuvieron la sartén por el mango.

«El resultado es que la mujer se conoce y se elige, no en la medida en que existe para sí, sino tal y como la define el hombre». En consecuencia, si a la mujer no se le permite ser más que la imagen que los hombres han querido dibujar de ella, el siguiente paso para Beauvoir es estudiar esos mitos del «ser para los hombres».

Mitos

En esta tercera parte, Beauvoir explica que a las mujeres se las encierra en lo que denomina «mitos»: esas construcciones estáticas, siempre iguales, desde las que no pueden hacer más que representar su papel. El ejemplo más claro, quizás, sea el de las Musas. Ellas tienen prohibida la creación artística, solo existen en la medida en que están al servicio del poeta.

«Proyecta en ella lo que desea y lo que teme, lo que ama y lo que odia». El hombre construye a la mujer, pero lo hace como Alteridad incluso para sí misma y solo con la intención de poseerla. Él sabe que necesita de la mujer como para-otro para que confirme su propia existencia de Sujeto Absoluto. «Quiere que una mirada exterior confiera a su vida, a sus empresas, a sí mismo, un valor absoluto». A ella no se le permite tener una actividad propia, solo puede ser la Otra, puesto que entonces no se dedicarían a contemplar a los hombres.

Las Musas tienen prohibida la creación artística, solo existen en la medida en que están al servicio del poeta

Como este, Beauvoir desvela diferentes mitos que, de tan arraigados que están en nuestra cultura, nos suelen pasar desapercibidos. «Siempre es difícil describir un mito; no se deja atrapar ni delimitar». Esto también sucede porque los mitos son muchos y diversos, y en ocasiones también incompatibles entre ellos. Algunos son las dos caras de una misma moneda, llegando a ser esta ambivalencia una propiedad del Eterno Femenino. Así sucede con la madre, que, pese a ser dulce y dar un amor incondicional, tiene como correlato a la madrastra cruel y embaucadora. O con la Virgen, que solo provoca atracción erótica en el hombre si la mujer es joven, de lo contrario ya no será vista como una «conquista», sino como una «solterona».

Es más, estas cárceles simbólicas donde se encierra a la mujer se ven muy claramente en la literatura. Paul Claudel, André Breton o Stendhal son algunos de los escritores que pone como ejemplos —y ordena de más misógino a más feminista— para analizar sus representaciones concretas de la mujer. Por último, se pregunta por la correlación que este Eterno Femenino tiene en la vida cotidiana: si las mujeres, múltiples, variadas, con sus propias historias, vidas y sentires, no encajan en el mito, las erradas serán ellas por no ser lo suficiente femeninas.

Formación

Finalizado el primer volumen, el segundo arranca con la que quizás sea la frase más popularizada de Beauvoir: «no se nace mujer: se llega a serlo». En esta parte, vemos un recorrido a través de fragmentos de diarios, testimonios clínicos o literatura por los primeros años de vida de una mujer: su infancia, juventud, iniciación sexual, además del rol de la lesbiana en las imposiciones del hombre respecto a la feminidad.

Desde la infancia, niñas y niños son educados de formas distintas porque se les prepara para caminos distintos. Habitualmente, a ellas se les fomenta la sensibilidad, se les permite ser más cariñosas, presumidas, o incluso llorar más. «No obstante, si bien el niño aparece en un primer momento como menos favorecido que sus hermanas, es porque se tienen para él designios más importantes». Desde el simbolismo del pene y la muñeca, Beauvoir explica cómo el niño ya está orientado a la autonomía y a la trascendencia, mientras que a ella se le inculca la pasividad y la maternidad.

En la juventud, este abismo entre la inmanencia y la trascendencia sigue ampliándose. Ahora ella espera ansiosa el matrimonio, mientas el muchacho tiene planes de vida, proyectos propios, donde no necesariamente tiene por qué haber una mujer a su lado. Para él, ella es un elemento más, como un accesorio, pero no es imprescindible ni resume el sentido de su vida, como sí se le impone a la joven.

Por último, Beauvoir analiza el lesbianismo rechazando los clichés de la época (y algunos que todavía perduran hoy). Entre otras cosas, dirá que «ningún ‘destino anatómico’ determina su sexualidad», y que encasillar a la lesbiana como «viril por su voluntad de ‘imitar al hombre’ es condenarla a la falta de autenticidad». Cualquier diferenciación radical entre la elección heterosexual y homosexual es falsa, pues ambas son elecciones en situación que pueden ser experimentadas con autenticidad o con mala fe.

Beauvoir explica cómo el niño ya está orientado a la autonomía y a la trascendencia, mientras que a ella se le inculca la pasividad y la maternidad

Situación

La mujer casada de 1949 había mejorado considerablemente su posición, ya que, al menos, había dejado de estar encerrada en la función reproductora y el matrimonio requería de la voluntad de dos individuos autónomos, no solo del deseo de posesión del hombre. Beauvoir explica que la tutela masculina está en vías de desaparición, pero que, para entender el matrimonio moderno, hace faltar mirar su pasado. De nuevo, esto es lo que se propone a través de obras como Casa de muñecas, de 1879.

Para el hombre, el matrimonio es una extensión de su existencia, mientras que, para la mujer, es su única forma de existir. A él se le permite producir y trascender, mientras que ella está atrapada en la inmanencia y en las tareas domésticas del hogar que no le permiten afirmarse en ella misma. El matrimonio perfecto sería aquel, dice Beauvoir, en el que la unión fuera entre dos seres libres que se reconocen en su autonomía mutuamente. Sin embargo, un grave obstáculo, sobre el que volveremos más adelante, es la dificultad de la mujer para alcanzar la autonomía financiera.

Otro rol que recae sobre la mujer es el de madre como único destino fisiológico. «Es su vocación ‘natural’, ya que todo su organismo está orientado hacia la perpetuación de la especie». Frente al falso instinto maternal y a la maternidad forzosa, Beauvoir dedica especial atención a la cuestión del aborto, pues en aquella época en Francia no era legal y los abortos clandestinos eran muy peligrosos. Es más, el aborto se trataba de un «crimen de clase», puesto que la burguesía carecía de los problemas materiales que podían llevar a una mujer proletaria a abortar: pobreza, crisis de la vivienda, necesidad de trabajar fuera de casa etc.

«El control de la natalidad y el aborto legal permitirían a la mujer asumir libremente sus maternidades». Existen dos prejuicios más que refuerzan esta idea de maternidad y que Beauvoir desmonta: que ser madre hace que toda mujer sea feliz, y que todo niño será feliz gracias a su madre. La mujer puede ser madre a la vez que se autorrealiza en una profesión fuera del hogar. La conciliación es posible, pero para ello el trabajo femenino debe dejar de ser una esclavitud, y esto es una carencia social que el Estado debe paliar.

A continuación, habla brevemente de la vida en sociedad (las amistades, el adulterio o las fiestas y recepciones), de la prostituta, la hetaira, la vejez y del carácter de la mujer. Beauvoir explica que, a lo largo de la historia, la prostitución ha sido la sombra del matrimonio. La prostituta es el chivo expiatorio que facilita la «liberación» del marido, pero que tiene la misma situación de dependencia y objetivación que la esposa.

En cuanto a la vejez, concretamente a la menopausia, dice que es un drama porque despoja a la mujer de su feminidad: pierde tanto su atractivo erótico como su fecundidad, los únicos espacios que le estaban permitidos. «En ninguna edad de su vida consigue ser a un tiempo eficaz e independiente». Por eso, la condición de la mujer, pese a ciertos cambios superficiales, siempre ha sido la misma a lo largo de los siglos: se nos ha reducido a la inmanencia, al «eterno femenino».

Justificaciones

Según Beauvoir, cuando la mujer hace un esfuerzo a título individual para trascender en su inmanencia, tiene resultados ridículos. Presenta tres casos en los que la mujer intenta transformar su servidumbre, sin salir de ella, en libertad soberana: la narcisista, la enamorada y la mística. En el caso de la narcisista, el mito femenino hace que se crea misteriosa, que debe aparentar ser excepcional para que el mundo exterior la valore.

El amor no es visto de la misma manera por un hombre que por una mujer. Él jamás se abandona totalmente en su enamorada, mientras que ella se pierde «en cuerpo y alma en aquel que se considera lo absoluto, lo esencial». Beauvoir explica que, frente a esta idolatría y dependencia que se nos ha generado a la validación romántica del hombre, «un amor auténtico debería asumir la contingencia del otro, es decir, sus carencias, sus límites y su gratuidad originaria». El amor de Beauvoir es un amor existencialista, es decir, un amor que entiende la libertad y autonomía de cada sujeto como seres independientes que se comparten voluntariamente.

Por último, dedica también un apartado a la mística, cuya actitud es similar a la del amor humano. Al fin y al cabo, para la enamorada, el hombre es su propio absoluto, lo diviniza y lo entiende como su Todo. No obstante, Beauvoir puntualiza que estas tres actitudes, aunque suelan conducir al fracaso, también pueden estar presentes en vidas independientes si estas se proyectan a la sociedad humana.

El amor de Beauvoir es un amor existencialista, es decir, un amor que entiende la libertad y autonomía de cada sujeto como seres independientes que se comparten voluntariamente

Hacia la liberación

En la última parte del libro, Beauvoir se centra en la «mujer independiente» para explicar las dificultades que tenemos las mujeres en diferentes aspectos de la vida a la hora de alcanzar la liberación y la igualdad con respecto a los hombres. Así, habla de la vida laboral, el ámbito sexual, la maternidad o la vocación de artista en las mujeres partiendo de una idea muy básica: el hecho de haber conseguido libertades cívicas (como el derecho al voto) no significa haber conseguido una autonomía económica, y sin ella es imposible dejar de ser una vasalla del hombre.

Y, aunque la mujer lograra emanciparse económicamente del hombre, seguiría sin estar en la misma situación que él. Esto se debe a que, en nuestra sociedad y como veíamos al hablar de la infancia, a él se le enseña desde pequeño que está en su naturaleza ser autónomo y conquistador, mientras que, para la mujer, eso va en contra de su feminidad y, por ende, de su humanidad. Que el requisito para que la mujer alcance la independencia sea la pérdida de su feminidad significa que los elementos agrupados en esa categoría de «feminidad» son lastres, condenas, que no le permiten liberarse si no es con el doble de esfuerzo.

Por ejemplo, Beauvoir explica que a la mujer se la juzga desde su apariencia y que, después de la jornada laboral, todavía tiene que llegar a su casa, «adecentarla», y tener la ropa preparada y elegante para las miradas enjuiciadoras del día siguiente. El proceso de liberación es una adaptación a un mundo que la ha condenado a la pasividad. «La mujer debe conquistar incesantemente una confianza que no se le concede de entrada: en principio es sospechosa, tiene que demostrar su valía».

Conclusiones

  1. de dos libertades; cada uno de los amantes se viviría como sí mismo y como otro; ninguno renunciaría a su trascendencia, ninguno se mutilaría».
  2. «Entre mujeres el amor es contemplación; las caricias no están tan destinadas a apropiarse de la alteridad como a recrearse lentamente a través de ella; una vez abolida la separación, no hay ni lucha, ni victoria, ni derrota; en una reciprocidad exacta cada una es al mismo tiempo sujeto y objeto, soberana y esclava; la dualidad es complicidad».

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