MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO/ El País
El Museo Metropolitano de Nueva York dedica la primera exposición monográfica al artista, que desarrolló su carrera tras ser liberado, y que simboliza la España multirracial del Siglo de Oro en que vivió
El viaje a Nueva York que Juan de Pareja (ca 1608–1670) emprendió en 1971, cuando el Museo Metropolitano (Met) adquirió su retrato pintado por Velázquez, culmina ahora con la primera exposición monográfica que la institución dedica a quien fuera esclavo y aprendiz del maestro. El primer pintor afrohispano del que se tiene noticia fue siervo durante más de dos décadas, y la exposición que se inauguró este lunes es la primera dedicada a glosar su trayectoria y el marco, poco conocido, de la España multirracial del Siglo de Oro en que vivió. Un panorama muy alejado de la visión monocroma oficial, supuesto fruto de la limpieza étnica que acometieron los Reyes Católicos dos siglos antes.
La muestra reúne 40 objetos, entre pinturas, esculturas y objetos de artes decorativas con modelos y motivos mestizos, así como un conjunto de libros y documentos, el más importante de ellos el de la manumisión de Pareja por su dueño en 1650, que se conserva en el Archivio di Stato de Roma. Juan de Pareja, pintor afrohispano, que podrá verse hasta el 16 de julio, es también una lección sobre la importante presencia de negros, mestizos y moriscos en la pintura de la época —es decir, en la sociedad contemporánea—, como testimonian varias obras de Zurbarán, Murillo y las tres versiones que el propio Velázquez hizo de una joven cocinera racializada, dispersas por el mundo y reunidas por primera vez en la exposición. Uno de los títulos con que se les conoce en España, La mulata, ayuda a alumbrar esa presencia callada.
La joya de la exposición son los dos cuadros firmados por Pareja, en uno de los cuales, La vocación de San Mateo, aparece autorretratado con la misma presencia orgullosa, asertiva, que muestra en el cuadro que le dedicó Velázquez en 1650. El otro es El bautismo de Cristo. “Los dos son del Museo del Prado y son los principales [de la muestra]. Cada uno tiene unos tres metros de ancho, y no es sencillo trasladar lienzos tan grandes. [El Prado] hizo un estupendo trabajo de conservación para que esas dos obras pudieran viajar hasta nosotros”, explica David Pullins, responsable de pintura europea del Met y uno de los comisarios de la exposición. El autorretrato del artista en La vocación de San Mateo supone “un hilo directo con el que pintó Velázquez, una de las obras maestras del Met”, según Pullins. Firme, franco, desafiante incluso, el pintor acapara las miradas con mayor determinación que su amo como pintor de corte en un flanco de Las meninas. En El bautismo de Cristo, la firma de Pareja es claramente visible en el ángulo inferior izquierdo del lienzo.
Los trazos de esa firma encierran el periplo vital de Pareja, nacido en Antequera en torno a 1606-1608, hijo probablemente de una esclava africana y de un español blanco. Pese a la escasez de datos, los archivos ofrecen constancia de que la España del siglo XVII era una sociedad multirracial y que los artistas y artesanos solían contratar a esclavos para trabajar en sus talleres, en oficios menestrales o domésticos. Pero Velázquez y Pareja, o viceversa, dieron un paso más allá en su relación —la de un artista consagrado con un joven aprendiz, ayudante, émulo y a la postre continuador del maestro— cuando el primero llevó consigo a Italia al joven, en un viaje que se prolongó de 1649 a 1651.
El retrato de Pareja, que se exhibió en el Panteón romano en marzo de 1650, ocupa la sala principal de la muestra neoyorquina, justo enfrente del que Velázquez hizo del papa Inocencio X (un cuadro imponente al que parece asomarse Francis Bacon, que lo versionó más de tres siglos después). En Roma, el maestro español quiso impresionar a sus colegas italianos con su talento, y, según su biógrafo Antonio Palomino, “colocó este retrato [de Juan de Pareja] con tan universal aplauso en dicho sitio que, a voto de todos los pintores de diferentes naciones, todo lo demás parecía pintura, pero este solo verdad”. Además de plasmar la apariencia de Pareja, Velázquez logró mostrar también su carácter orgulloso, una prestancia especial, casi de gentilhombre, en alguien que había vivido sometido.