Con frecuencia hemos escuchado que en México debemos buscar la autosuficiencia energética y, de ese modo, elevar el nivel de bienestar de la población; sin embargo, pocas veces se profundiza en cómo estos dos objetivos se conectan y lo que tendríamos que hacer para alcanzar dicha meta, así como el tiempo y la inversión que se requieren para lograrlo y, finalmente, determinar si esto elevaría el nivel de bienestar de la población.
El concepto de autosuficiencia se puede explicar con la negación de su opuesto, es decir, la no dependencia. Como todo plan o proyecto de mejora, debemos partir de un diagnóstico realista de la situación en la que nos encontramos, a fin de establecer las metas intermedias que nos acerquen y, eventualmente, nos lleven a la meta final, siempre que no cambiemos de objetivo o visión a lo largo de la implementación de la estrategia definida.
Por otra parte, el plan maestro debe ser independiente de factores políticos. Si queremos realmente lograr la no dependencia energética en el país (la autosuficiencia), debemos conocer al menos:
1) ¿Cuál es nuestro consumo energético actual y cómo esperamos que sea en el futuro?
2) Dentro de la matriz energética nacional, ¿en qué somos dependientes y cuál es nuestro grado de dependencia?
3) ¿Cuáles son los riesgos asociados a estas dependencias?
4) ¿Qué planes de acción se deben establecer? El primero, para mitigar los riesgos identificados (acceso a importaciones y almacenamiento), incrementando con ello la seguridad energética del país, y el segundo, a mediano y largo plazo, cuya ejecución acerque a la nación, de manera continuada y sostenida, a la autosuficiencia energética, reconociendo que lograrla atravesaría varios periodos de administración federal.
De acuerdo con los últimos datos disponibles del Sistema de Información Energética (SENER), el consumo nacional de energía (CNE) en 2019 fue de 8,796 petajoules (PJ), cifra 4.5% inferior al promedio observado en el periodo 2016 – 2018 en el que el CNE fue de 9,209 PJ. Es de esperarse que las acciones implementadas para el control de la pandemia por COVID-19 hayan tenido un efecto negativo adicional en el CNE en 2020, situándolo por debajo del consumo de 2019.
Dentro de los seis objetivos prioritarios del Programa Sectorial de Energía (PSE) 2020– 2024 de la Secretaría de Energía, el objetivo número uno es:
“Alcanzar y mantener la autosuficiencia energética sostenible para satisfacer la demanda energética de la población con producción nacional”
Para medir, de forma general, el grado en que un país puede cubrir su consumo de energía con su producción nacional, internacionalmente se utiliza el índice de independencia energética (IIE), que resulta de dividir el consumo nacional de energía (CNE) entre la producción nacional de energía de fuentes primarias (PNE). Si el resultado es mayor a uno, el país se considera independiente o “autosuficiente” en materia de energía.
Bajo esta metodología, a partir de 2015 México dejó de ser autosuficiente en materia energética, y de acuerdo con el PSE 2020– 2024, la meta de la presente administración ha sido alcanzar un índice de 1.0 para 2024.
Para llegar a esa meta es necesario recuperar la producción nacional de energía a un nivel similar al promedio de 2013 – 2014, es decir, 8,954 PJ, suponiendo que el consumo nacional de energía no rebase ese nivel de aquí al 2024, lo que limitaría el crecimiento del CNE a 1.8% en el periodo 2019 – 2024. Bajo este supuesto, el déficit objetivo a cubrir sería de alrededor de –2,621 PJ; y aquí surgen al menos dos preguntas relevantes: ¿qué tipo de producción nacional de energía primaria se perdió? y ¿de qué forma podremos recuperarla?
Al comparar la matriz promedio de producción primaria de energía para 2013 –- 2014 con la de 2019, observamos que la pérdida se generó fundamentalmente en petróleo, gas y condensados (hidrocarburos), y esta fue de –2,573 PJ, lo que explica 98.2% del déficit total, mientras que la disminución de -134 PJ en la producción de energía primaria de fuentes distintas a hidrocarburos (carbón, hidroenergía, geoenergía, y leña y bagazo de caña) explican, en conjunto, solo 5.1% de la pérdida de producción neta.
Es decir, la disminución bruta fue de –2,708 PJ, siendo compensada marginalmente por el crecimiento de la producción de energía eólica (+41 PJ), solar (+32 PJ), la nucleoenergía (+13 PJ) y el biogás (+1 PJ), que en conjunto disminuyeron en +3.3% la pérdida.
Del análisis anterior, podemos concluir que la pérdida en la autosuficiencia energética del país está asociada en un 73.2% a la declinación en la producción de petróleo; en un 22.8%, a la disminución en la producción de gas natural (asociado y no asociado), y en mucho menor medida, a la disminución en condensados (2.3%).