Muchos ciudadanos viven sin vivir y sin dignidad porque olvidan lo esencial de la existencia: Hacer el bien a los demás. La fe en Cristo arraiga a la persona en el amor a la verdad y al prójimo. Se trata de un verdadero amor por la verdad y por la persona para reconocer, reafirmar y promover a los demás. Esta caridad cristiana se vive en la libertad, que es una autodeterminación por la verdad y por el el bien de los demás.
La libertad hoy se entiende como una forma de no rendirle cuentas a nadie ni a nada. Benedicto XVI, Papa Emérito, describió con claridad este tipo de tentación del siglo XXI: “Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso a la oscuridad, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios”. Toda propuesta para buscar el desarrollo integral será verdadera y realizable si se basa en la verdad y en el bien de todas las personas, incluyendo a los más de 60 millones de pobres de nuestro México.
La libertad basada en la verdad nos tiene que ayudar para asumir lo que más nos haga buscar la verdad, crecer como personas solidarias y mantener en alto nuestra dignidad humana. Aceptar un proyecto sin estos ingredientes es volver a la misma pobreza humana que tantos dividendos da a quien solo busca su propio interés.