El método no la favorece, pero en el termómetro popular de las redes sociales y en los medios es la senadora Xóchitl Gálvez la que parece llevar la delantera.
Estrictamente Personal
El presidente Andrés Manuel López Obrador se pintó la cara de guerra. Promotor involuntario de Xóchitl Gálvez para la candidatura presidencial de la oposición. (Cuartoscuro)
El presidente Andrés Manuel López Obrador se pintó la cara de guerra. Promotor involuntario de Xóchitl Gálvez para la candidatura presidencial de la oposición, se ha dado cuenta de su error y sacó sus cañones para disparar. Desde la semana pasada, su equipo de notables desató una campaña contra la senadora panista con descalificativos racistas, clasistas y misóginos, y este lunes López Obrador la identificó formalmente –aunque especulando–, que ella será la candidata de “los de arriba, con quienes aportan dinero para la guerra sucia, incluidos dueños de medios de comunicación y los intelectuales orgánicos”.
No se puede afirmar aún que Gálvez será la candidata del Frente Amplio por México, donde el método propuesto no la favorece a ella, sino a Santiago Creel, también del PAN, que es el preferido de las burocracias de los partidos que integran la alianza. Pero en el termómetro popular de las redes sociales y en los medios, es la senadora la que parece llevar la delantera, que coincide con la idea de la maquinaria depredadora de López Obrador.
Gálvez tiene un amplio apoyo, aún no tan grande hoy como para ser una candidata competitiva en 2024, pero detrás de ella se están sumando quienes buscan quien polarice con López Obrador, que no le tema y que, además, tenga respaldo de los señores del dinero, que durante tres meses le estuvieron insistiendo que contendiera por la Presidencia. Ninguno la convenció –su aspiración era ser jefa de Gobierno de la Ciudad de México–, pero el rumbo cambió el 12 de junio, cuando López Obrador la trató con desdén y no le permitió la entrada a Palacio Nacional donde, con amparo de un juez en mano, iba para replicarle una serie de falsedades dichas en la mañanera.
López Obrador le regaló el momento. No la dejaba entrar porque sólo quería hacerse publicidad. Gálvez lo espetó: no, la ley es la ley y se debe cumplir. Iba bien preparada y lista para reaccionar ante López Obrador, un hombre muy previsible. Ella aprovechó el momento. “Me tuvo miedo, la verdad”, dijo. Y sacó un pequeño letrero que decía: “Presidente, no le saque”. Sin pretenderlo, el Presidente la hizo instantáneamente popular y le granjeó simpatías. En sólo dos semanas, la mano del Presidente la hizo saltar hasta lo alto de las preferencias de los aspirantes opositores, empatada en la cima con el también panista Santiago Creel, de acuerdo con la encuesta de El Financiero.
Desde entonces el Presidente parece estar descolocado. La senadora se ha convertido en su nueva obsesión y no existe nadie más en el campo de batalla del 24 que la senadora y a quien llama su manejador y cabildero, el empresario y activista Claudio X. González. La nueva dinámica de confrontación del Presidente ha llamado la atención a muchos, por la resiliencia y desparpajo de Gálvez, que parece estar jugando tenis con López Obrador, ganando puntos con sus declaraciones ocurrentes, oportunas y rápidas a costa de él. Un botón de muestra ayer, después de un nuevo ataque contra ella, cuando le respondió: “Usted me va a entregar la banda presidencial”.
En la élite del PAN están hablando desde hace unos días que Gálvez podría ser realmente la candidata presidencial con mayor posibilidad de competir contra la probable candidata de Morena, Claudia Sheinbaum. Por la ansiedad y los nervios que reflejan López Obrador y su ala radical, parece que es ella a quien sí le tienen miedo o, cuando menos, respeto. La furia desatada hoy aumentará mañana, lo que ha llevado a modificar otras partes del tablero político, que ha llevado a los observadores a interpretar que la salida de priistas distinguidos del partido que fue hegemónico por 70 años el siglo pasado, tiene mucho que ver con la guerra que viene, donde no quieren quedar atrapados en el centro.
Ayer se fue un grupo de senadores prominentes –Eruviel Ávila, Nuvia Mayorga, Miguel Ángel Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu–, que jugaron en las altas esferas del PRI en el poder, y en la fila hay un gobernador, varios exgobernadores y decenas de la alta burocracia partidista que están preparando su renuncia al desabrido tricolor. El abandono masivo obedece, en primera instancia, a la exclusión a la que han sido sometidos por los caciques que controlan el aparato, Alejandro Moreno y Rubén Moreira, como quedó claro con la renuncia de Omar Fayad, exgobernador de Hidalgo, en protesta por la forma como lo aislaron y neutralizaron.
Pero no sólo eso. De acuerdo con observadores agudos, también es un paso atrás estratégico para evitar que queden en medio de la guerra que va a desatar López Obrador contra Gálvez, a quien está claro que le ve alas para volar en una campaña presidencial. En la guerra, probablemente –si nos atenemos a los antecedentes–, López Obrador volverá a utilizar los recursos políticos que tiene a su disposición, el SAT, la Unidad de Inteligencia Financiera y la Fiscalía General, pare reciclar carpetas de investigación o inventarlas en contra de sus adversarios. Pero si estos priistas desaparecen del escenario, el Presidente los ignorará.
¿Qué construirán ellos a largo plazo? No se sabe, con la excepción de Ávila, que tiene muy bien andado el camino con el Partido Verde en el Estado de México. Quienes sí deben estar atentos son el Frente Amplio por México, porque la irrupción de Gálvez sacudió todas las piezas del tablero político y se han convertido en un enemigo a destruir.
Gálvez logró galvanizar a la oposición y animó la lucha por la Presidencia, lo que es bueno para todos, incluido López Obrador, a quien este tipo de dinámica lo fortalece a la vez que la competencia ayuda a su candidata. Pero hay que ser realistas. El Presidente es refractario a este tipo de argumentos y sólo hace apologías de la libre competencia política y electoral cuando él tiene el control de los competidores. Cuando no, como en este caso, se pinta de guerra y tañe los tambores de Palacio Nacional. Ya los estamos escuchando.