Temporada de huracanes… y buitres

  • Cebarse sobre las necesidades no atendidas, sin el menor pudor que lleve a considerar el contexto, no es solo mezquino sino perjudicial para las víctimas.

Jorge Zepeda Patterson//

Suele decirse que tras el estallido de una guerra la primera víctima es la verdad, pues toda parte interesada sustituye la información por propaganda. Lo mismo podría decirse de un desastre natural de efectos devastadores. Pero con un agravante: en las tragedias de gran escala la víctima no solo es la verdad, también la decencia.

Las escenas apocalípticas no suelen mostrar la mejor faceta de los seres humanos, aunque nunca dejaremos de encontrar actitudes heroicas de profunda solidaridad y sacrificio. Pero por lo general, frente a la desesperación, la ausencia momentánea de normas y autoridades, y el desplome de ventanales y puertas, las personas tienden a asegurar la supervivencia inmediata de los suyos, por encima de otras consideraciones. No tenemos ningún derecho a juzgarlos; los saqueos que los acapulqueños realizan de manera angustiosa en tiendas y almacenes es más que explicable. Puede resultar chocante para muchos contemplar las imágenes de los pobladores cargando a cuestas cajas de televisión y electrodomésticos, además de agua y alimentos. Pero cómo condenar a paisanos que acaban de perder no solo enseres sino, en muchos casos, incluso sus viviendas.

Cuando hablo de la pérdida de decencia no me refiero a la población sino a la clase política, a la comentocracia, y a muchos medios de comunicación. Las tragedias masivas con frecuencia crean y destruyen carreras políticas. Son momentos en los que la sensibilidad de la opinión pública es propicia a satanizaciones y beatificaciones categóricas e inmediatas. El dolor frente a la destrucción crea héroes momentáneos, pero sobre todo villanos. Algo o alguien sobre quien descargar miedos, frustraciones y agravios.

Sabedores de lo anterior, los actores públicos intentan extraer rédito inmediato de la catástrofe, llevando agua a su molino. Autoridades desesperadas por mostrar sensibilidad, capacidad de reacción y eficacia logística; del otro lado, adversarios y críticos obsesionados en demostrar justamente lo contrario respecto a las autoridades: insensibilidad, incapacidad de reacción y caos logístico. Unos y otros haciendo propaganda a favor y en contra de sus banderas. La solidaridad con las víctimas convertida en moneda de cambio para inflar o destruir reputaciones.

En los últimos días he visto críticas al Presidente porque no acudió al sitio del desastre con la urgencia pertinente, pero también, por lo contrario: haberse trasladado trabajosamente por carretera en lugar de helicóptero (aunque no se menciona que en esos momentos las condiciones meteorológicas aún impedían el acceso por aire). En una misma página de un diario crítico pueden encontrarse ataques porque el gobierno federal desplazó a militares a la zona, y críticas por la falta de orden en el puerto devastado. Sin ningún rubor se afirma que los principales funcionarios del gobierno han estado ausentes, pese a que al lado de la pseudo información, se publica una foto de la gobernadora con las titulares de Gobernación y Seguridad Pública, para poder exhibir que las tres mujeres portaban botas sin el barro que inunda la zona (sin advertir, obviamente, que la imagen fue tomada al arrancar la jornada tras una junta de estrategia y previo a los recorridos de campo).

En otras notas se afirma, equivocadamente, que el Gobierno impide la distribución de agua y despensas procedentes de la sociedad civil. En realidad, las autoridades han pedido coordinación de todos los esfuerzos para evitar redundancias o rebatiñas y conseguir una distribución zonificada que priorice la atención a los más urgidos. Lejos de evitar la ayuda ciudadana, se sigue pidiendo el apoyo de todos y se han determinado los centros de acopio y donación.

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Miles de soldados y personal de Comunicaciones debieron desplegarse para hacer transitable las carreteras de acceso y permitir la llegada de suministros. Tampoco han dormido gran cosa desde hace días los empleados de la CFE. El huracán destruyó más de treinta torres de transmisión edificadas a lo largo de años, una parte de ellas en terrenos escarpados. Cientos de trabajadores de la Comisión, muchos de ellos por encima de la atención a sus propias familias, han operado sin descanso para restablecer la energía; hasta este viernes habían logrado resolverlo para la mitad de la población afectada y esperan cubrir la totalidad en dos o tres días más. Quince mil elementos de las fuerzas armadas abren vías, aseguran distribución e intentan restablecer el orden entre un millón de habitantes.

La mitad del gabinete se encuentra en el lugar operando con su personal. Otros desde la capital. El sábado el Presidente y el gabinete económico dedicaron varias horas a la reconstrucción que viene, e informan que han comenzado a hablar con empresarios bancarios y aseguradoras para agilizar tal recuperación. Más Fonden o menos Fonden es algo relativo cuando el gobierno ha decidido volcarse en las tareas de la emergencia inmediata y lo que siga.

Se entiende que la opinión pública deba reaccionar de inmediato cuando advierta que las autoridades competentes desdeñan o desatienden una catástrofe de esta magnitud. Pero no es el caso. En otro momento habrá que hacer los balances para valorar los mecanismos de reacción y la posibilidad de mejorarlos. Pero ahora me parece que esta cacería para golpear a las autoridades a cualquier costo, lejos de ayudar perjudica la tarea de apoyo y rescate.

¿Por qué? Porque la politización de la crítica puede provocar que la respuesta también se politice. Es decir, en ocasiones es tal la urgencia de mostrar resultados y contradecir los señalamientos, que terminan priorizando medidas efectistas y despliegues de impacto mediático, y no necesariamente lo mejor para el auxilio de la población. No digo que sea el caso, pero habría que asegurar que los funcionarios implicados no actúen mayormente de cara a la foto y sí a su responsabilidad. Por eso es que el tipo de crítica que se haga sí importa. Afirmar irresponsablemente que el gobierno bloquea la ayuda conducirá a muchos ciudadanos a dejar de hacerlo. ¿No es eso criminal?

Un desastre natural de esta magnitud desborda las posibilidades inmediatas de una comunidad. Lo hemos visto una y otra vez en países con mayor desarrollo e infraestructura que el nuestro. En primera instancia la responsabilidad del gobierno en turno, cualquiera que este sea, es liderar y dar orden a los esfuerzos de todos. Pero habrá que asumir que la atención de urgencias y necesidades será insuficiente en un primer momento y que la magnitud del desastre prioriza algunos servicios y apoyos en detrimento de otros. Cebarse sobre las necesidades no atendidas, sin el menor pudor que lleve a considerar el contexto, no es solo mezquino sino perjudicial para las víctimas. En este momento tendríamos que dejar en pausa nuestras diferencias y entender que un millón de compatriotas se encuentran en peligro, muchos de ellos sin cobijo, agua y alimentos. Medrar políticamente con ello es infame, por decir lo menos.

@jorgezepedap

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