Juan Javier Gómez Cazarín*
La primera Navidad después de que se ha perdido a un ser amado es un momento agridulce en nuestras vidas.
Nos damos cuenta, por un lado, de que la silla vacía será un espacio imposible de llenar y que, en razón de esa ausencia física, la Navidad ha cambiado irremediablemente.
Pero, al mismo tiempo, descubrimos con optimismo y consuelo que el espíritu de la Navidad y su poderosa capacidad de atracción para volver a nuestro pueblo y reunirnos con nuestra familia, están más fuertes que nunca.
Así mi Navidad: aunque la tristeza por la pérdida no se vaya nunca, también es muy grande la felicidad de estar juntos, de celebrar nuestras vidas, de saber que no caminamos solos por este mundo, de que somos una familia con bases sólidas y muchísimo intercambio de amor entre nosotros.
Abuelos, hijos, nietos, nueras, tíos, primos (y hasta las mascotas) formamos un equipo compacto, aunque estemos lejos todo el año, aunque uno de nosotros nos falte en la mesa, pero no en el corazón.
Les deseo de corazón que estén viviendo ese mismo espíritu de unión con sus familias sin importar nada: si se ha ido uno de los suyos, si el trabajo o las responsabilidades los han mantenido físicamente lejos.
Porque la Navidad nos recuerda que si nos tenemos unos a otros, lo tenemos todo.
Esta es mi última columna del año. Dentro de ocho días ya será 2024 y, si Dios lo permite, estaremos festejando con nuestro tradicional baile de inicio de año que por esta ocasión cambiamos de su sede habitual para hacerlo en Juan Díaz Covarrubias.
Desde luego, me dará muchísimo gusto verlos ahí.
¡Feliz Navidad!
*Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.