Por Cristina Massa//eleconomista.com.mx
Todos llevamos un pequeño (o gran) monopolista dentro.
Nos gusta ganar y, de ser posible, avasallar. Quedarnos con el pastel completo y vender cada rebanada al máximo precio posible. Si no hay de otra, haremos todo para asegurarnos de que haya el menor número de pasteleros posible. Para lograrlo, fundamos clubes de exclusiva membresía para ser pastelero. Intentamos poseer o controlar receta, ingredientes, horno, cuchillo para cortar, y hasta platos y servilletas. Negociamos acuerdos para que no nos roben al chef y mantener los sueldos bajos.
Buscamos acceso al poder público, y le exigimos que prohíba otras recetas, que solo reconozca a nuestro club como interlocutor. Queremos que nos garantice turno para ganar el concurso de compra de pasteles para el gobierno. Que ponga árbitros que nos favorezcan cuando se enfermen algunos consumidores de pastel. Que inspeccione, verifique y audite a los pasteleros que no se alineen. Que cierre las fronteras a la entrada de pasteles extranjeros.
La competencia es incómoda, porque por cada ganador, hay muchos perdedores, y nadie quiere quedar de ese lado.
Justo por eso hay leyes de competencia y autoridades para hacerlas cumplir. Porque se reconoce en la mayoría del mundo que existen estos impulsos, estos incentivos, y solo con reglas del juego y enérgicas investigaciones y sanciones, se pueden contrarrestar. Sin embargo, el pastelero buscará una excepción a esas reglas para hacerse de un monopolio de hecho o de derecho.
Lo que no hace ningún sentido, es que, ya teniéndolo, lo que haga el pastelero sea no salir a vender las rebanadas para las que ya tiene comprador.
Esto es exactamente lo que estamos viendo con la más reciente decisión de Pemex de reducir sus exportaciones de petróleo crudo a la mitad, para que se refine en Dos Bocas a mayor precio de lo que lo hacen hoy terceros en el extranjero.
La falta de competencia en los mercados de petróleo, gas natural y petrolíferos, asegurada a través de normas y actos administrativos para ahuyentar o destruir a las empresas privadas nacionales y extranjeras que pretendían participar en cualquier eslabón de la cadena de hidrocarburos, ya logró que Pemex sea el pastelero-petrolero más caro del mundo.
El ingeniero agrónomo que dirige (es un decir) nuestra empresa nacional de hidrocarburos (que no empresa productiva del Estado, como dice la Constitución que es), nomás no se anima a persuadir a su consejo de administración y a su jefe mayor, de abandonar las áreas de negocio en las que Pemex no es rentable, y enfocarse en lo que podría hacer mejor, en competencia con terceros. Así que vive feliz contrayendo más y más deuda para financiar la operación de la empresa, que está en quiebra técnica, para quedarse prácticamente para él solo el pastel de exploración y extracción.
Como si eso no fuera suficientemente grave, ahora quieren que Dos Bocas se entretenga refinando de forma sucia y cara al menos 436,000 de barriles al día, la mitad del petróleo crudo que hoy se exporta. Es que, si no es a fuerza, a pocos se les ocurriría refinar su producto en México.
La pinza se cierra controlando la red de ductos y los almacenes de petrolíferos para que no los usen terceros, e impedirles construir alternativas. De todos modos, para qué construirían, si se han ido revocando los permisos de importación de los particulares así que nada que mover y almacenar.
Por otro lado, se asegura la venta final de gasolinas y diésel a estaciones de servicio de franquiciatarios de Pemex, acosando a los que osen utilizar otra marca. Finalmente, se alimenta la adicción de CFE al combustóleo producido por Pemex para producir energía eléctrica, en vez de buscar formas de transición a energías limpias, de fuentes renovables, a menores costos, y así asegurar el suministro a la creciente demanda industrial y doméstica.
Y los mexicanos… estamos aquí sentados, mirando nuestras finanzas públicas cada vez más presionadas, pagando gasolinas caras y sin cumplir con nuestros compromisos de sostenibilidad.
Primero dejar a Pemex morir de empacho con todo el pastel, que ponerla a competir.