Yuriria Sierra//Nudo gordiano//excelsior.com.mx
El 2 de octubre será una fecha simbólica no sólo por lo que históricamente representa, sino porque también marcará el final de una era política en México: Andrés Manuel López Obrador se retirará a su rancho en Palenque, dejando detrás de sí un legado que, para bien o para mal, ha definido la conversación pública del país en los últimos 25 años, y de manera especialmente intensa durante los últimos seis. No sólo ha sido el presidente, también ha sido el eje sobre el cual ha girado la vida pública. Todo a favor o en contra de él. Su figura ha saturado debates, discusiones y divisiones que definen a México. A partir del 2 de octubre, ¿qué sucederá cuando este hombre, que con todas sus tácticas, válidas o no, polarizantes o no, ya no esté en el centro del escenario? ¿Qué quedará de ese México moldeado por su presencia omnipresente? La respuesta corta es que Morena, México y sus actores principales entrarán en un estado de desconcierto, luego de shock y finalmente de orfandad.
Morena, construido a su imagen y semejanza, enfrentará una prueba existencial. Aunque Claudia Sheinbaum es la sucesora, es innegable que el partido ha dependido de la figura de López Obrador para su cohesión y poder. No es un partido forjado con estructuras sólidas ni con liderazgos regionales fuertes que puedan sostenerse sin la sombra protectora de su creador. ¿Qué será de Morena cuando el “gran líder” se retire al silencio de la selva? Los conflictos internos, las divisiones soterradas y las ambiciones contenidos bajo su control podrían salir a la superficie. Será un partido tratando de caminar solo por primera vez, y no está claro que tenga la capacidad de hacerlo sin tropezar.
Los medios de comunicación, que durante estos años han sido parte activa de la polarización creada por AMLO, también se encontrarán en una especie de orfandad. Se han acostumbrado a un Presidente que los critica, señala y utiliza como blanco de ataques constantes. Para algunos, la retirada será una oportunidad para recuperar cierta independencia y pluralidad en el discurso. Pero también podría ser la ocasión perversa para que los medios se conviertan en un actor aún más polarizante, ante la falta del gran antagonista. El vacío que dejará su figura podría tentarlos a continuar buscando ese “villano” o ese “héroe” que tanto vende en términos de audiencias. Porque, al final, los medios han aprendido a prosperar en este ambiente tóxico y maniqueo que ha definido la conversación pública.
El empresariado, por su parte, tendrá que redefinir su relación con el nuevo gobierno. Las relaciones entre el sector privado y el gobierno fueron tensas y marcadas por una desconfianza mutua. Aunque López Obrador se retira, su influencia en el gobierno de Sheinbaum no desaparecerá de inmediato. Las políticas económicas del próximo sexenio están por definirse completamente y, aunque Sheinbaum y su equipo han dejado muy claro la importancia de las inversiones, los empresarios saben que no será fácil navegar contra un discurso antimercado. Sin AMLO, algunos empresarios podrían ver una oportunidad de influir en las decisiones del gobierno, pero cualquier intento sería contraproducente y alimentar aún más la narrativa del “pueblo contra las élites”, que tanto éxito le ha dado a Morena.
Finalmente, uno de los peligros más grandes será la tentación en la oposición, de intentar llenar el vacío que dejará AMLO si usan las mismas técnicas polarizantes que tanto critican. Los líderes que durante años han estado a la defensiva hoy están en el extremo como los morenistas en 2006, y podrían verse tentados por la idea de ocupar el espacio de confrontación directa y constante, aprovechar el desgaste natural de Morena al ejercer el poder y buscar capitalizar los nuevos “bancos de enojo”. Sería un error monumental. Abonar al discurso de la polarización y la división sólo debilitaría aún más la frágil estabilidad democrática. Se necesitan líderes capaces de construir puentes, de promover el diálogo y de generar consensos. Y, lamentablemente, lo que más se vislumbra en el horizonte es una política que siga el modelo lopezobradorista, pero sin AMLO.
El reto de México post-AMLO será encontrar su rumbo sin caer en las trampas que él mismo deja como legado: polarización extrema, maniqueísmo y la simplificación de la vida política de “buenos contra malos”. Porque, en ese juego, todos pierden (incluso sus creadores), pero sobre todo, pierde la democracia.
Orfandad, sí. Vacío, quizá. Pero sobre todo, una oportunidad de demostrar que el país puede caminar sin depender de un solo hombre, por más gigante que pueda ser su sombra.