Carolina Fernández Galindo
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LA SANGRE LLAMA
Duck face o cara de pato, entre más parado el pico, mejor; ropa entallada y entre menos ropa, mejor; cuerpo escultural -aunque no siempre se cumpla con este requisito-, escote prominente y pose sexy al estilo más provocador de: “ven, te invito a pasar”, filtros y más filtros para verte más joven y, click, la foto está lista para ser publicada… Al evocar esta imagen, ¿quién es la primera persona que viene a su mente?…
Sin dudar, todas y todos a los que les hice la pregunta anterior, respondieron el nombre de una mujer: ya sea famosas, funcionarias públicas, de su círculo más cercano, familiares… el nombre variaba, pero el género siempre fue el mismo: femenino.
Los medios de comunicación, los programas de televisión, las celebridades y, de unos años para acá, las redes sociales, nos han hecho normalizar la hipersexualización femenina, la cual consiste en exaltar los atributos sexuales de una persona por encima de otras cualidades.
Que seamos vistas como un objeto de placer sexual es reducir a las mujeres a un cuerpo, a un objeto sexual, lo cual atenta contra la salud mental de las mujeres, pues se somenten a dietas y tratamientos de salud para cumplir con los estereotipos.
“Así, las mujeres de entre unos 5 y unos 60 años se ven abocadas a tratar de alcanzar un canon de belleza hipersexualizado, más propio de mujeres de 17 a 25 años (que es la edad de mayor plenitud sexual)”, asegura Mónica Serrano, psicóloga española.
Durante años hemos crecido con la falsa creencia de que el éxito personal y social está vinculado a la imagen y a la mirada de otras personas, lo cual puede restar autonomía al desarrollo personal de la mujer y, lo más grave, según el portal psicologiaycrianza.com “este patrón, transmitido desde la primera infancia, informa a las niñas sobre qué es lo que la sociedad espera de ellas, lo cual impacta directamente en el proceso de desarrollo de la identidad personal de cada niña”.
No es poca cosa y tenemos que estar alertas. Hace una semanas, un escándalo sacudió al mundo de la psicología infantil y de la crianza positiva, cuando una madre se percartó que el psicólogo Álvaro Pallamares, iniciador de la Fundación internacional América por la Infancia y reconocido por sus trabajos sobre la crianza respetuosa, seguía en su perfil profesional a más de 900 mujeres hipersexualizas, algunas de ellas eran adolescentes.
Pallamares era consumidor y partícipe de la cosificación de las mujeres, una forma de violencia y discrimación sexista. Durante años lo hizo y nadie notó nada extraño en su comportamiento o si lo notaron no dijeron nada porque creyeron que era algo normal.
Hace unos días, Machy Guerrero, Diana López y Mariana Gomes, tres mujeres ligadas a Pallamares profesionalmente, denunciaron haber sufrido abuso sexual por parte de su profesor, terapeuta y gurú de la psicología infantil y crianza respetuosa.
Sus casos, al parecer, eran solo la punta del iceberg de una serie de abusos contra mujeres que durante años decidieron guardar silencio. El caso de Pallamares, quien tuvo en sus manos el cuidado de la salud mental de cientos de niño y niñas, salió a la luz por algo “tan normal” como seguir cuentas de mujeres hipersexualizadas.
Dejemos de normalizar, dejemos de seguir y reproducir estándares de belleza irreales e inalcanzables; las mujeres no somos un objeto para consumo y, no sé ustedes, pero sí algo anhelo en esta vida es criar una hija feliz, libre, que ame y respete su cuerpo, no una cara de pato toda “filtreada” en busca de aprobación y de likes.
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