Cuando Borges leyó el poema de Silvina Ocampo “De amor y de odio”, se indignó. ¿Cómo puede animarse a escribir “Afuera está la primavera inmunda”?, le dijo a Bioy Casares, esposo de Silvina. “Ella se anima a todo”, fue la respuesta de Bioy.
La palabra es también una poética de los sonidos, una idea pendular para compartir el dolor y hacerlo volar más allá de la noche. Nadie escribe con los ojos vendados o persiguiendo gallos de riña. No hay fuego ni infierno en la ceremonia del verso, donde siempre faltan recursos, sobretodo polvos mágicos que nos hagan encontrar la cabeza y perder la razón.
DE AMOR Y DE ODIO
Afuera está la primavera inmunda;
la irisada paloma que fecunda;
los insectos, que son como ladrones,
ya lo sé, en los azahares con limones;
las glicinas guarangas derramadas
ensuciando baldosas coloradas;
novios que unen su risa y sus cosméticos
junto al jazmín del Paraguay, frenéticos;
frente a columpios exhibicionistas,
en lascivas posturas de ciclistas.
El viento lleva el hálito caliente
de las bestias, y lo infunde en el ambiente,
humedece las hojas de calor,
riza el pétalo esquivo de la flor.
y el frío sólo está en el corazón
como un pozo en la arena, sin pasión,
con espejitos que atesora el mar
que sabe a lágrimas para mostrar
el frío conmovido que se eleva
del fondo misterioso en que se abreva.
SILVINA OCAMPO (Buenos Aires, 21 de julio de 1903 –14 de diciembre de 1993)
