Crimen organizado y semántica: la batalla por el lenguaje y la verdad

En México, la lucha contra el crimen organizado no solo se libra en las calles, se libra ahora también en las palabras, en los comunicados, en las ruedas de prensa, en los titulares de los medios. El poder de nombrar o silenciar no es menor. Lo que no se nombra, no existe. Y lo que se nombra mal, se disfraza.

Por eso, en vez de “campo de exterminio”, se dice “centro de adiestramiento”.
En vez de “hornos’ se les llama “puntos de recuperación”.
En vez de “homicidio doloso”, se dice “hechos violentos”.
En vez de “crimen de lesa humanidad”, se dice “situación por esclarecer”.
Y en vez de “masacre”, se dice “evento desafortunado”.

La semántica como estrategia de impunidad

Esta manipulación del lenguaje es, en sí misma, una forma de violencia.
El crimen organizado ha aprendido a operar en la sombra, pero el Estado ha aprendido a suavizar esa sombra con eufemismos.
No es casual: al controlar la narrativa, se reduce la presión política, se evitan responsabilidades legales y se protege la imagen del gobierno en turno.

Pero ese “estratega” que escoge cuidadosamente cada término, lo que hace en el fondo es negarle a las víctimas su verdad, y al país, su capacidad de procesar colectivamente el trauma.

Nombrar para resistir

Nombrar bien es un acto político, ético y necesario. Decir masacre, exterminio, desaparición forzada, colusión, impunidad, no es exagerar: es resistirse al silencio impuesto.
La semántica puede ser trinchera o puede ser celda. En México, urge que sea lo primero.

Porque si dejamos que el lenguaje de las autoridades edite nuestra realidad, terminaremos viviendo en un país donde lo atroz no se ve, no se dice, no incomoda… y por tanto, no cambia.

Por eso, nombrar es el primer acto de justicia. Mientras sigamos llamando “incidentes” a las masacres, “hallazgos” a los hornos clandestinos, y “errores” a las desapariciones sistemáticas, seguiremos enterrando la verdad bajo capas de lenguaje burocrático y cobarde.

En México, si realmente queremos transformar la realidad, tenemos que atrevernos a decirla como es. Sin adornos. Sin eufemismos. Sin miedo.
Porque solo cuando llamemos a las cosas por su nombre —impunidad, exterminio…— podremos comenzar a desmantelar las estructuras que las sostienen.

Nombrar es no olvidar. Nombrar es no permitir. Nombrar es resistir.
Y solo cuando aprendamos a nombrar, podremos también aprender a sanar.

Compartido por Jorge Alberto Hidalgo Toledo.

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