En su novela Catedrales, la escritora argentina Claudia Piñeiro exhibe la obsolescencia de la iglesia y la familia en temas como la violencia de género y el aborto. En entrevista, habla sobre el castigo, el pecado y la prohibición como ingredientes esenciales de sus personajes, atormentados por dilemas éticos en torno a la libertad y la tradición
/
POR RODRIGO MENDOZA
Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) siempre se ha movido con soltura dentro de la narrativa policial porque es ahí donde libera sus obsesiones temáticas: la hipocresía, la violencia, las mentiras, los secretos familiares y el lugar de la mujer en el mundo. Catedrales (Alfaguara, 2021), su nueva novela, no es la excepción: arranca con el hallazgo del cuerpo calcinado y desmembrado de una joven. El caso nunca se resuelve y tres décadas después, Alfredo -padre de la víctima- sigue buscando respuestas dentro de una comunidad católica que repudia la libertad sexual y que se opone contundentemente al aborto. Alfredo se enfrenta, pues, a un Estado que no resuelve los crímenes y a un fanatismo religioso que ha desintegrado a su propia familia. Esto es América Latina.
Como uno de los detonantes que inspiraron esta historia, la escritora bonaerense señala el feminicidio de María Soledad Morales acaecido en 1990 en Catamarca, Argentina. María Soledad, de diecisiete años, fue drogada, violada y asesinada en una “fiesta del poder” en donde participaron hombres vinculados con altas figuras políticas locales. El caso dejó sin condena a varios de los responsables. Treinta años después del crimen, los familiares de María Soledad siguen buscando justicia ante un crimen que careció de una investigación sólida debido a las figuras políticas involucradas.
La novela comienza con el hallazgo del cadáver de una mujer en un terreno baldío. En México eso sucede casi todos los días. ¿Cómo fue para ti construir la novela a partir de un suceso tan común? Considerando, sobre todo, que Catedrales también denuncia la inoperancia del sistema de la justicia en casos de feminicidio y de crímenes de género.
En México y Argentina hay padres que buscan a jóvenes desaparecidos, que quieren respuestas ante el hallazgo de cuerpos quemados o descuartizados. Es un tipo de violencia que entendemos muy bien en ambos países, algo que no sucede de la misma forma en lugares como España, por ejemplo, que sí entienden la situación pero la ven, digamos, “desde afuera”. En Argentina hace unos años que tenemos ley de femicidio, pero creo que el término feminicidio (que se usa en México) es más adecuado porque involucra al Estado como cómplice al menos del entorpecimiento de la investigación o del proceso judicial, de que no se sepa la verdad. Hay una terrible tradición de ver padres en la televisión o en la radio que buscan justicia por sus hijos, a pesar de que han pasado muchos años desde que sucedieron los crímenes que, por cierto, pueden prescribir de un momento a otro.
Catedrales apunta al núcleo familiar como semillero de la violencia contra las mujeres, ya sea en su ejecución o su encubrimiento. ¿Cómo fue el proceso de creación de este núcleo familiar tan conflictivo?
Es realmente lamentable que en la familia se originen la mayoría de los casos de violencia sexual hacia mujeres y niños. Por eso resulta incomprensible que en América Latina aparezcan movimientos como Con Mis Hijos No Te Metas (CMHNTM) que piden que no se instruya la educación sexual integral en las escuelas, que en realidad debería ser una materia necesaria tanto como Geografía, Historia o cualquier otra. El Estado, a través de la educación, tendría que proteger a todos, darles la posibilidad de identificar situaciones domésticas peligrosas. Hay padres que creen que aquellos que estamos a favor de la educación sexual integral queremos llenarle la cabeza a sus hijos para que hagan una vida sexual diferente a la que ellos quisieran. Pero, por otra parte, los hijos deberían tener el derecho de elegir la libertad y la orientación sexuales que quieran. El asunto es que parece que la familia es la propietaria de los niños. En Catedrales hay una familia así, que se cree propietaria de su hijo (Mateo), y por eso ese hijo se siente tan mal en ese núcleo.
Con Catedrales yo quería discutir los absolutos. Parece que hay cosas que no se pueden discutir; la familia y la iglesia son de esos absolutos indiscutibles. Yo quería poner en conflicto esta afirmación. Si tú estás dentro de una familia en la cual no te sientes bien, ¿por qué no vas a poder discutirlo? ¿Por qué lo sucio de la familia se queda adentro y no se puede contar afuera? Eso es lo que encubre tantos delitos.
Lo mismo sucede con la iglesia. Una cosa es la fe religiosa, ya cada uno tiene derecho a seguir la que quiera; y otra es lo que los hombres de las instituciones eclesiásticas van imponiendo a lo largo de los años, y cuando digo hombres me refiero a los varones que marcan el poder y la institución de la iglesia, que es una estructura patriarcal. Son estos hombres los que ponen determinadas normas para cuestiones seculares. En Argentina, la iglesia se opuso a la ley de divorcios; a la patria potestad compartida, que la tenían sólo los varones; al matrimonio igualitario y ahora se opuso a ley de aborto. Estas cuestiones son más seculares que dogmáticas. Incluso hay católicos que no están de acuerdo con esto que hacen las instituciones, pero ellas tienen poder sobre todos nosotros. Latinoamérica es un bastión de la iglesia católica.
Una de las grandes frases de la novela es “La verdad que se nos niega duele hasta el último día”. Corresponde con la realidad de muchos crímenes de género no resueltos, incluso con crímenes políticos durante las dictaduras y con la violencia ejercida por el Estado. ¿Cómo sensibilizar al lector antes estas circunstancias que van más allá de la ficción?
En España, por ejemplo, cuando hablo sobre esta novela sale mucho el tema de la memoria porque es una cuestión sobre la que están reparando recientemente. A ellos les ha costado mucho más que a Argentina sacar a la luz los crímenes de Estado durante la Guerra Civil. España enseguida quiso cicatrizar las heridas y sólo en los últimos años han vuelto al tema. Eso es algo que está muy bien planteado en la novela Pequeñas mujeres rojas de Marta Sanz. Valoro esa novela porque me parece un gesto político muy interesante dentro de la literatura española de la Guerra Civil y que no es tan común, porque allá hay una tradición de hablar de la Guerra Civil con mucho cuidado. Me parece que Marta Sanz hace un gesto valioso y potente que viene del feminismo: patear estanterías (que creíamos inamovibles).
¿Catedrales es una “novela pro-aborto” o “novela feminista”?
No me preocupa mucho. Si alguien dijera que esta es una novela pro-aborto no me afectaría en absoluto. Catedrales es una novela con personajes a los que les sucede esto. Si me dicen feminista, por supuesto que no me afecta. Ya antes me han etiquetado en novela policial porque hay muertos (en mis historias), pero dime ¿cómo se puede escribir en Latinoamérica si no es sobre muertos? Y, de todos modos, no me molesta para nada que digan que hago novelas policiales. A veces uno cae en las etiquetas por cuestiones absolutamente ajenas a la escritura, pueden ser cuestiones comerciales, cosas que deciden las editoriales. También he tenido la etiqueta de best seller y siempre aclaro que best seller son los libros, no uno como escritor, porque no todo lo que uno escribe se vende. Además, hay una cuestión con ser best seller que tiene que ver con la voluntad de escribir para ello. Ojalá todos fuéramos best seller, pero la verdad es que los libros se venden bastante menos de lo que cualquiera quisiera. Entonces, hay una fórmula de escribir de determinada manera para que un libro se venda. Mi segundo libro, Las viudas de los jueves, tuvo más de 500 mil lectores en Argentina, una barbaridad para nuestro mercado. En ese momento a mí no me conocía nadie, tenía un libro publicado en una editorial independiente que había leído poca gente. Pero gané el Premio Clarín y no había en la escritura ninguna voluntad de que pasara eso.
Lo que sí me preocupa a veces cuando te dicen “escritora best seller” es que algunos lectores decidan no leerte porque creen que (esa etiqueta) va asociada con una forma peyorativa de referirse a lo que escribes. Y a mí me gustaría tener la posibilidad de que te lean y que el lector diga “me interesa” o “no me interesa”. Esa etiqueta te pone en un lugar donde hay una cantidad de lectores que a mí sí me interesan que me lean y que a lo mejor deciden no hacerlo por esa etiqueta peyorativa.
En la novela aparece el aborto atrapado entre la decisión de la mujer sobre su propio cuerpo, desde su libertad sexual; y entre la idea del castigo, del pecado y de la prohibición. ¿Qué representa Catedrales dentro del contexto de la reciente legalización del aborto en Argentina?
Ya desde mi primera novela (Tuya, 2005) estaba presente la situación del aborto. El personaje de esa novela decide no hacérselo porque para ella, en ese momento, la decisión pasó por otro lado. Porque así sucede con cualquier persona ante una práctica habilitada: uno puede decidir hacerlo o no. El problema es que existe esa fantasía de que, si se hace ley, todas las mujeres irán corriendo a hacerse un aborto. El mismo tema estuvo presente en Elena sabe (2006) y también en mi libro de cuentos (Quién no, 2018); la violencia de género está en Las viudas de los jueves (2005); el deseo de no ser madre está en Una suerte pequeña (2015). Entonces, con la estructura narrativa de Catedrales yo intenté que cada personaje diera su punto de vista sobre la situación y que pudiera asumir su cuota de responsabilidad sobre el asunto, porque creo que hay crímenes en las sociedades que no se solucionan solamente persiguiendo a los que cometen el crimen. Hay cosas que se resuelven sólo si cada uno tomamos nuestra parte de responsabilidad.
La violencia de género no la vamos a solucionar solamente persiguiendo a quienes la ejercen, debemos ir también contra quienes la encubren. Uno mismo como sociedad debe salir a reclamar contra esto. Yo me siento responsable de los feminicidios que hay en Argentina, si no hubiera peleado por la ley del aborto también me sentiría responsable de que no la tuviéramos. Todos construimos estos cambios, hay cosas que sólo se mueven en la colaboración conjunta de la sociedad.
***
Con Catedrales, Piñeiro se posiciona en contra de las intervenciones de la iglesia católica para frenar la aprobación de la ley del aborto. En esta novela, la práctica del aborto es condenada tanto por el catolicismo como por otras instituciones sociales como el Estado y la familia misma, a pesar de la evidente falta de educación sexual en los entornos católicos. La novela da voz tanto a personajes católicos conservadores (Carmen y Julián) que luchan contra la liberación sexual y las prácticas abortivas, como a personajes que, ante las restricciones de su formación religiosa, han renunciado a su propia fe (Lía y Mateo). Por lo tanto, hay personajes que remiten a un sector de América Latina que entorpece la lucha por los derechos de las mujeres. Piñeiro asegura que, como escritora, su obligación también es exponer los argumentos provida e indagar en los razonamientos propios del catolicismo. La también autora de Las maldiciones dice: “como escritor se deben correr riesgos para que el lector pueda atar cabos y sacar su propia conclusión. Lo que hago con personajes como Julián o Carmen (católicos a ultranza) es armarles una consciencia lógica dentro de su estructura de pensamiento. Yo necesito que esos personajes se comporten de acuerdo con su propia ética, una que yo no comparto, pero que ellos, como personajes, sí deben de tener”.
Aunque es claro que en Catedrales existe una denuncia poderosa sobre la falta de educación sexual dentro de las familias católicas, ¿te preocupa que se malinterprete el terrible destino de las mujeres que se practican abortos en entornos clandestinos y que se asuma que la muerte y los cuadros infecciosos causados por una mala práctica abortiva son consecuencias inevitables?
Como escritor no se puede controlar lo que sucede en la cabeza del lector. En este libro están dadas las condiciones necesarias para que cada lector arme la historia. Esta novela salió antes de que nos fuéramos al confinamiento total. Mucha gente la leyó durante el confinamiento y me han escrito contándome lo que les pasaba durante la lectura. Incluso gente que no estaba a favor del aborto hizo clic y terminó llorando porque se puso a pensar que a lo mejor esto le pasó a alguien cercano. Esa es la libertad del lector.
Si alguien entiende otra cosa, está en todo su derecho como lector, porque de lo contario una termina haciendo una novela del siglo XIX, con una moraleja al final que diga cómo se deben interpretar las cosas y eso me parece que no corresponde a nuestros tiempos. Por ejemplo, me pasó algo parecido con mi novela policial Betibú (2011). Uno de los personajes “malos”, y que tiene que ver con los asesinatos, es un policía. El final está algo abierto y para mí se entiende claramente que él es uno de los asesinos. Sin embargo, en Alemania no lo interpretaron así. Porque, claro, si nosotros (en Latinoamérica) vemos un personaje así, con las pistas que yo di en el libro, no tenemos duda que el policía es corrupto y está metido en esa empresa de matar gente. En Alemania, a lo mejor eso les pareció menos probable y no lo interpretaron como yo pensaba. Esos son los riesgos que se corren cuando uno pretende que del otro lado haya un lector con cierta actitud activa.
Una suerte pequeña y Catedrales hablan del autoexilio femenino, de un intento de huir y de buscar la reconciliación personal lejos de la familia, lejos de la tierra natal, lejos de aquello que hiere. ¿Qué hay dentro de la idea de autoexilio femenino que le interesa tanto a Claudia Piñeiro?
Yo creo que el autoexilio es una alternativa ante cuestiones que una, como mujer, sabe que son imposibles de mover, a menos que nos juntemos todas, como estamos haciendo ahora, y cambiemos las cosas. Apartarse es una especie de control de daños: si acá voy a ser dañada, mejor me voy y entonces los daños serán menores. En el caso de Una suerte pequeña está la decisión de una madre que decide irse porque cree que es lo mejor para su hijo. Creo que se trata de la certeza de que sola no se puede luchar contra el poder. He acompañado a actrices y periodistas en la campaña a favor del aborto legal, seguro y gratuito a distintas provincias de Argentina para hablar de este tema y ahí se presentaron mujeres de más de cincuenta años a decirme que gracias a que salimos todas juntas a la calle a exigir estas cosas, ellas por primera vez, después de treinta años o más, pudieron decir que se hicieron un aborto a los dieciocho años y que nunca se lo habían podido decir a nadie. Me contaban llorando que no solamente es el hecho, sino el silencio y el secreto lo que duele. A partir de que todas salimos a decir que eso es algo que se podía hacer es que habilitamos la palabra aborto, que estaba prohibida y antes no se mencionaba. Ahora las mujeres pueden decir “yo me hice un aborto” y quizá en la misma familia podrán compartir las mismas experiencias. Pero eso para muchas otras mujeres no es posible. Lo mismo pasa con la violencia de género, a veces se juzga mal a una mujer que no se ha ido de un hogar donde un hombre la maltrata. La gente cree que todas las mujeres tenemos la misma fuerza y las posibilidades de salir de esas situaciones y no es así. Por eso, una debe tratar de conseguir estas libertades para todas las mujeres que lo necesiten, a pesar de que yo sí tenga la fuerza para irme de un lugar inseguro o que sí pueda hacerme un aborto –clandestino o no–. Estas son luchas sociales para todas.
Por otro lado, y esto en México lo saben bien, los argentinos tenemos una historia de inmigración ante situaciones traumáticas como la Dictadura, por ejemplo. No me pasó a mí, no es porque yo haya atenido algún exilio, pero hablo en plural porque es algo que nos afectó a todos. Un montón de ciudadanos se tuvieron que ir del país y no regresaron hasta que se pudo volver a la democracia. A veces no hay más remedio que irnos hasta que podamos mover esa determinada estructura consolidada que nos hace daño.
En Catedrales convergen personajes que atraviesan una fuerte crisis de fe. Algunos deciden renunciar a su formación religiosa, otros la reafirman. Aquí no se trata sólo de personajes que no creen, sino de que el lector entienda cuándo y por qué se puede dejar de creer. ¿Consideras que la religión católica se ha vuelto anacrónica, poco empática y acaso inoperante, tomando en cuenta su relación con el feminismo contemporáneo?
Me parece que en la novela hay un abanico de posiciones frente a la fe, pero también hay personajes a los que no les hace falta decir qué fe tienen. Seguro son personajes que se dicen católicos pero que no son practicantes, que a lo mejor rezan si se suben a un avión y tienen miedo de que se caiga, pero no rezan en otras situaciones. Su relación con la fe es distinta.
En los extremos tenemos a los personajes de Carmen y Lía que sí tienen cuestionamientos permanentes sobre su fe. Una es una fanática católica y la otra decide ser atea porque siempre se sintió así, aunque le costaba asumirlo. Yo quería hablar de los fanatismos en la religión y la que mejor conozco es la católica porque en ella fui educada, mi familia es de tradición católica y fui a un colegio de monjas. Hoy me considero atea, pero sí tuve una formación católica. Lo que me parece interesante es que desde América Latina vemos como fanatismo religioso cosas que suceden en Medio Oriente, por ejemplo. Pero no nos damos cuenta de que, en la esquina, a la vuelta de tu casa, también hay fanáticos religiosos. En Argentina hemos visto, en los últimos años, grupos católicos que entran a un hospital a impedir que una niña de once años que fue violada por su padre acceda a un aborto terapéutico avalado por la ley. Ahí está el fanatismo religioso y a veces nos cuesta pensar que hay católicos fanáticos.
También creo que sí, la iglesia se ha separado bastante de las personas. Por eso quizá tenga tanto auge en Argentina el evangelismo, que es una religión mucho más cercana a las personas, que sostiene a personas que han estado en la cárcel o que vienen de procesos de drogadicción. Lo complicado, tanto para el evangelismo como para la iglesia católica, es cuando se juntan con el poder. La iglesia católica tiene una relación brutal con el poder. En Argentina, aunque en la Constitución dice que somos un país laico, hace rato que pedimos la separación entre iglesia y Estado. El único país hasta donde sé, además de Cuba, que tiene una separación real entre ambos es Uruguay y la tiene desde hace muchísimo tiempo. Esa es la causa por la que Uruguay accede más rápido a la ampliación de derechos, a diferencia de otros países.
Pero, como te digo, la iglesia católica tiene un peso terrible. El 25 de mayo (Día de la Patria en Argentina) se celebra en una iglesia. Las iglesias sostienen cosas que a los presidentes les conviene. Cuando hay revueltas sociales, las iglesias controlan esas situaciones y así entran en un intercambio insoportable. Hemos visitado a senadores y diputados para hablar sobre la ley del aborto y ellos nos han respondido: “te entiendo perfectamente, estoy de acuerdo, pero no la puedo votar porque el obispo de mi provincia me reta” o “no la puedo votar porque voy a misa con mis hijos y el cura habla mal de mí”.
***
Claudia Piñeiro no pasa por alto las polémicas aseveraciones del líder del Papa Francisco. En 2018, éste declaró que el aborto es un genocidio similar al perpetrado por los nazis, pero “con guante blanco”. También ha comparado la práctica del aborto con el hecho de contratar a un sicario: “¿Es justo eliminar una vida humana para solucionar un problema? ¿Es justo alquilar un sicario para solucionar un problema?”, dijo ese mismo año en una audiencia general en la Basílica del San Pedro. Para la escritora, “todos esos son direccionamientos desde el poder hacia los ciudadanos y los países. Es algo que me parece bastante grave”. Piñeiro tampoco dejó pasar la oportunidad de reconocer la participación del presidente argentino Alberto Fernández en la aprobación de la ley del aborto, a pesar de ser católico y de tener una buena relación con el Papa: “Él no negoció a las mujeres en esa relación con la iglesia. Como institución, la iglesia parece cuidar las calles y resguardar los comedores públicos a cambio de que no se apruebe la ley del aborto. Parece que las mujeres somos la moneda de cambio: con el cuerpo de las mujeres se paga ese servicio de la iglesia al Estado. Me parece que es ahí donde Alberto Fernández tomó una decisión importante, no usó los derechos de las mujeres como moneda de cambio y yo lo agradezco realmente”.
Por otra parte, el tema del evangelismo en Argentina todavía dará para más dentro de la obra de Claudia Piñeiro, pues junto al cineasta Marcelo Piñeyro escribió El Reino, serie que estrenará en Netflix en julio de este año.
En tu novela hay una cita de Emmanuel Carrère, tomada de su libro El Reino, producto de una crisis de fe que atravesó él mismo. ¿Hubo en ti una crisis semejante al momento de escribir Catedrales, un redescubrimiento de tus propias creencias o de tu educación religiosa?
Tuve una primera crisis a los 26 años, cuando murió mi padre. Mientras fui católica, fui a misa e hice todas las cosas que un católico debe hacer hasta que me di cuenta de que ya no creía más, que ya no tenía con qué sostener mi fe. Una segunda crisis surgió a partir de haber acompañado la lucha por la legalización del aborto. Antes, el hecho de ser atea no significaba que tenía que dar cuenta de lo que pienso ni de criticar a la iglesia como institución. Pero cuando se empezó a meter con mis derechos, con los derechos de las mujeres en general y a complicarnos la vida, me empezó a molestar mucho esa hipocresía de los obispos que hablan en contra del aborto pero que no se ocupan de sacar a otros miembros de sus iglesias que han cometido actos aberrantes, como violación de menores. En esta época de mi vida, mientras he acompañado al feminismo y luchado a favor del aborto he encontrado una postura. El tema no es discutir en qué crees tú y en qué creo yo, sino discutir la forma en la que la iglesia se mete en la vida de todos nosotros, incluso en la de quienes no somos fieles.
Detrás de las motivaciones del personaje de Carmen en Catedrales hay una necesidad imperiosa de guardar las apariencias, de no incomodar a las buenas consciencias (cosa que también podemos ver en Tuya), de no perder el estatus social. Necesidad que a fin de cuentas termina por facilitar la ejecución del crimen o el encubrimiento de uno. Pareciera que las instituciones sociales (la iglesia y la familia) han fallado en el siglo XXI y conducen a la violencia, a la mentira y al crimen…
Sí, son instituciones fallidas. Lo cual no quiere decir que todas las familias generen crímenes. Pero cuando hay fallas, no se pueden silenciar. Un niño tiene que saber identificar que en su familia a lo mejor no todo es perfecto y, si hay algo grave, poder pedir ayuda. Si todos los niños creen que las familias son impolutas, que no hay fallas y que todo se resuelve desde dentro y que nada debe externarse, habrá muchas más situaciones de riesgo. Eso por el lado de la familia, por el lado de la iglesia creo que sí hubo evolución. El Papa actual seguramente es más abierto que otros papas. Sin embargo, todavía hay encubrimientos de sacerdotes pedófilos. La novela también habla del celibato y de cómo esa fue una decisión de los hombres de la iglesia, no fue algo establecido por Jesús o por Dios. Esas cuestiones hacen que existan fallas y lo grave no es que haya errores, sino su encubrimiento. Cuando hay fallas, se puede actuar en consecuencia y solucionarlas, cosa que no sucede si sólo hay encubrimiento.
¿Crees que el catolicismo, tanto como otras religiones, cobija al patriarcado todavía, que no ha aprendido de sus errores? ¿Qué podemos hacer, tanto si somos fieles como si no, para resanar a una institución que la ha fallado a sus propios feligreses y a las mujeres a lo largo de su historia?
Sí, el catolicismo sigue siendo una institución absolutamente patriarcal y no tengo la esperanza de que eso se modifique en los próximos tiempos. Ha hecho pequeños cambios, pero no son movimientos significativos con respecto a la evolución del mundo. Los más indicados para proponer un cambio son los propios católicos.
Me gustaría que todos tengamos una ética que respete al otro, que seamos humanitarios. Durante el proceso de vacunación en Argentina, varios de los que se adelantaron corruptamente para ser vacunados son amigos del Papa, amigos íntimos. ¿Ellos van y se confiesan con el Papa? ¿Le dicen que se saltaron un turno para recibir una vacuna que no les tocaba? Sinceramente no entiendo cómo alguien se puede manifestar tan católico y hacer este tipo de cosas. Sí valoro algunas actitudes, por ejemplo, la de la organización Católicas por el Derecho a Decidir (presente en Argentina, México y otros países latinoamericanos), un grupo de mujeres católicas que quieren reinterpretar la noción del aborto dentro de su institución. Creo que las instituciones se sanean de esa forma: con los mismos miembros que se sienten incómodos. Este ejemplo que te doy es de mujeres feministas dentro de la religión católica.
Acompañando a Lucrecia Martell también me he encontrado con médicas evangelistas que hacían abortos incluso cuando estaba prohibido en Argentina, aun sabiendo que su religión no lo permite. Ellas quieren ser evangelistas y sienten esa fe, pero les parece que no deben dejar morir a una chica que se hizo un aborto en su casa y llega desangrándose a un hospital. Eso es algo que seguramente Jesús no permitiría y por eso ellas asistían a las chicas que se hacían abortos clandestinos y seguían peleando por seguir dentro de la religión que habían abrazado. Me parece que los cambios vienen desde dentro de las congregaciones. Y los ejemplos que conozco son movimientos de mujeres.
En Catedrales existe una denuncia poderosa sobre la falta de educación sexual dentro de las familias católicas. ¿Es posible sanear este problema social tan grave mediante la literatura o el arte en general?
Yo creo que el arte es un camino. Pero también creo que las nuevas generaciones ya tienen a su alrededor jóvenes que piensan de otro modo. Me parece que por eso se ve tanta virulencia de parte de estas organizaciones tipo CMHNTM, porque se dan cuenta de que cada vez hay más niños que tienen la mente abierta y piensan de otro modo. Lo fundamental para la educación sexual integral es el compromiso del Estado con docentes preparados para ello. También es su obligación tener agentes en todas las fuerzas del Estado con formación en género. Gran parte de los problemas que tenemos con la violencia contra las mujeres y otras disidencias (homosexuales, travestis) tiene que ver con funcionarios que no han sido educados en cuestión de género. Hay jueces fallando en cuestiones familiares sin ningún tipo de noción de lo que realmente ocurre en una familia, sin ningún tipo de idea del riesgo que vive una mujer que está con un hombre que la golpea.
En Argentina hay un crimen cada 23 horas y en México las características también son tremendas. Allí hay una participación del Estado, ya sea por acción u omisión. También tenemos (en Argentina) una ley que se llama Micaela (que establece como obligatoria la capacitación de todos los funcionarios de los organismos del Estado en temas de género y violencia de género). Sin embargo, la Corte Suprema de la Nación, que debería estar informadísima en género, ha rechazado la iniciativa. Me parece un gesto bastante soberbio, no dan el ejemplo al resto de la sociedad. Todos nos tenemos que formar en temas de género, hasta los que creemos que ya lo sabemos. Que la Corte Suprema diga “no, este curso no lo tomo porque no lo necesitamos” no me parece que sea la mejor manera de impartir, de derramar, esta formación en el resto de los agentes públicos.