Sara Sefchovich
Dado que este año hay elecciones y el Presidente quiere que las gane su partido, ha creado una narrativa según la cual si la oposición triunfa, van a quitar el presupuesto destinado a los pobres, porque, según dice, “no soportan que haya pensión para adultos mayores y becas para niños y jóvenes, les molesta que la atención a la salud y los medicamentos sean gratuitos y que se siga fortaleciendo la educación pública, ya que quieren privatizar a ambas”.
Nada de eso tiene sustento en la realidad, y de hecho, hay que recordar que los gobiernos anteriores ya daban varios de esos apoyos y que en éste gobierno ni la salud ni la educación se han fortalecido. Atender a enfermos de Covid y vacunar a una parte de la población, no significa fortalecer el sistema de salud.
Pero no importa, los que quieren creen esas palabras. Y las creen porque les conviene: “En mi familia se reciben 4 apoyos del gobierno, entre jóvenes y adultos mayores. ¿Que tú no entras en algún programa de apoyo? le pregunta un lector a otro en los comentarios a esta columna, a lo que el aludido responde: “Ah caray ¿entonces recibes dinero por no hacer nada? ¡ni Jesucristo regaló dinero a los pobres!
Tal vez Jesucristo no, pero López Obrador sí. Y no solo él. Es una larga tradición de la cultura nacional que el gobierno regale tierras, casas, caminos y transportes, ponga precios bajos en productos y servicios (o de plano no los cobre) y desde hace veinte años, que entregue dinero en efectivo a los más pobres, no por una idea propia, sino siguiendo los lineamientos de las agencias internacionales.
En un artículo publicado en éstas páginas hace algunas semanas, Enrique Berruga dice que cada mexicano que trabaja mantiene, además de a los miembros de su familia, a 6 personas más. Y de esos que trabajan, solamente 20 millones pagan impuestos y otros 28 no pagan porque están en la informalidad o la ilegalidad, por lo cual resulta que “dos terceras partes de nuestra población simplemente no aporta nada a la economía nacional”.
Brutal afirmación. Pero más brutal la pregunta que surge: ¿De qué vive la mayoría de los mexicanos? ¿De que vive el 63% de la población?
Berruga aventura: de la agricultura de subsistencia, las remesas, chambas sin registro, delincuencia organizada y callejera. Estamos hablando de 82 millones de personas, a las cuales el gobierno les prometió ayuda a cambio de sus votos.
Pero ¿con qué dinero?
El dinero de que dispone el gobierno viene de los productos y servicios que vende y de los impuestos que pagan los negocios formales y las personas que tienen empleo. Si de por sí nunca alcanzaba ¿cómo hacerle ahora que con la pandemia tantos negocios cerraron y tantas personas quedaron desempleadas?
No tengo respuesta a esta pregunta. Ni creo que el gobierno la tenga. Lo único que sí sé, es que resulta imposible sostener una política así.
Regalar dinero es una medida paliativa, importante sin duda, pero no saca a nadie de la pobreza. Lo único que sirve a largo plazo es la creación de empleos formales y de negocios legales, lo que el economista francés Thomas Piketty llama “la economía participativa”, es decir, que todos intervengan en la vida económica produciendo, consumiendo y pagando impuestos. Eso claro, si lo que se quiere es asegurar el futuro de México y no solo conseguir votos en la próxima elección.