Por Sergio Trejo González
Dejame que te cuente…
Nopalapan.
En una de esas decisiones espontáneas, inspiradas principalmente por la vagancia y la curiosidad, disfrazadas de investigación, salimos con intensión de recorrer esos terraplenes por donde estuvieron las vías sobre las que corría el ferrocarril de Rodríguez Clara a
San Andrés.
Daniel de Jesús ML, un acucioso estudiante de antropología, en su versión mexicana de Indiana Jones, morral en el hombro y cámara en la mano, se daba, con pasión y vehemencia, a la tarea de registrar todos los detalles para su trabajo de tesis.
Así llegamos a
Nopalapan,
a sus llanos y su hacienda.
Una joya cultural.
Bueno, lo que resta de un lugar sorprendente, porque debo significar que aunque no se requiere de mucha imaginación para adivinar la belleza original, de una construcción señorial, que presenta detalles notables de un deterioro profundo y lamentable, con huellas del tiempo, marcadas tristemente por el abandono.
La relativa indiferencia de las autoridades principalmente, no sé, es algo, que me produce temor de un despojo patrimonial.
No deseo pecar de mal pensado pero cuando comienzo a ver material amontonado, edificaciones y tendederos, alrededor de algo público, para esto o para el otro, con tintes políticos no me gusta. Se comienza siempre de manera sutil, tendiendo por aquí y por allá, lineas de alambre de luz y cercos de alambre de púas. Ahí pienso e imagino rápidamente en algo que se llama invasión hormiga.
La pérdida y extravío de los relictos del casco principal de la hacienda, sería lamentable. Percibo y me preocupa, patéticamente, el acecho de pretenciones de verse disminuido el predio en cuanto a la superficie principal, natural y de la obra.
Se perdería todo el encanto maravilloso de caminar en sus amplios corredores, bajo los alerones, donde se respira tan especialmente aire de nostalgia y donde se pueden visualizar con los ojos abiertos y cerrados imágenes añejas.
Parecierase todavía escucharse rebotar de aquellos muros las coplas de algunos sones propios de la región:
“Cuando los vaqueros van al llano de Nopalapan,
le gritan al toro japa,
japa torito galán” .
En esa entelequia andaba con algunos de mis amigos del grupo de “Los Arrieros del Apompo”, dispuestos como siempre a palpar algunos de los muchos reflejos culturales de los sitios extraordinarios de nuestra gente.
Obviamente, como no queriendo la cosa, organizamos para rápido en un foro de expresión musical, en tan emblemático marco, con la escenografía perfecta para que con la jarana en la mano se soltara Mario Galindo, cobijado seguramente por el espíritu del hijo predilecto de esa tierra, don Arcadio Hidalgo; cantando, con voz en cuello, toda la serie de versos, coplas, habidas y por haber, en esa manera peculiar que vale la pena disfrutarse como fuera saliendo para ser aplicado a fondo, sin rigidez de los patrones y estilos musicales y literarios, con ritmo y cadencia y poesía, amplia y polifónica, de la realidad.
En otras palabras, vivir la vida con la felicidad generosa que se presenta cuando llega.
En esa visión muy singular nos pasamos a recordar un buen rato unas cuantas poesías.
Bejarano con sus décimas. Mario, sacó la chamba pero dejó sus “Cuatro Pedradas” en grado de tentativa.
Yael combinó inigualable mente su tocada, aprendiendo y aplicándose en cuestiones fotográficas.
Aranza Valeria y María, Fernanda, Martínez Lara,
ni más ni menos que las nietas de mi amigo, hombre muchas letras, sabio inolvidable, ínclito y dilecto, maestro, Alfredo Celis del Ángel Champson, tocando en contrapunto, entonando réplicas
y extensiones cánticas.
En esos renglones nos extasiamos, disfrutando de los años que nos contemplaban, desde la “casa grande” de San Juan Bautista Nopalapan.
Disertaba entusiasmado el doctor Alfredo Delgado Calderón, en exclusiva para su amigo el poeta y periodista Enrique Quiroz, hablaba el historiador y escritor e investigador de tiempo completo, cómo autoridad que resulta en tal materia, para que que supiéramos todo sobre una enorme casona construida en 1860 por Bernardo Franyuti.
Observando que en el interior se localiza un patio, en cuyo centro se encuentra un pozo artesiano que suministraba agua a todas las áreas.
Se dice que durante la revolución la casona fue saqueada y que después, en 1961 el Gobierno del Estado adquirió la propiedad, para establecer en 1966 la “Escuela Práctica de Agricultura”, luego convertida en “Centro de Capacitación Campesina de Nopalapan” que funcionó hasta 1990.
Ahora sabemos que las instalaciones se utilizan para eventos sociales, retiros religiosos y algunas actividades artísticas.
Desde aquí, con énfasis propone, el doctor Alfredo Delgado Calderón, que este sitio se convierta en un Museo de la Cultura Jarocha, donde se conserve viva la memoria de la tercera raíz, los negros,
que en esta región eran libres.
Estamos hablando de todo el período colonial desde 1600.
Aquí está todavía, por cosa de milagro, la estructura principal, que debieran conservarse por disposición oficial.
Alguien del Gobierno del Estado debe volver la mirada hacia este filón histórico, tomar las medidas correspondientes para que no vayamos a ver toda esta expresión cultural convertida en un fraccionamiento.