MAGIA Y LA ESENCIA DE LA TRADICIÓN DE LA FERIA PATRONAL Y LA DANZA DE LOS ARRIEROS EN ACAYUCAN


Reginaldo Canseco Pérez
A principios de octubre el coime (organizador, director y tamborero) de la danza o baile de los arrieros y morenos de Acayucan, Veracruz, comenzaba a invocar con el toque de su tambor la participación del pueblo y a anunciar que la feria patronal de San Martín Obispo y la danza se acercaban. Unos dicen que el primer día de aquello era el uno de octubre, otros que el primer domingo de ese mes y hay quienes aseguran que era el 2 del mismo[1]. Todo dependía del ánimo y arreglo del coime. Pero sea uno, domingo o 2, lo cierto es que desde entonces se respiraba ya ambiente de feria. En alguna época, que todavía muchos recuerdan, la tradición guiaba a los coimes, en compañía de algunos amigos (aún sin danzantes) a la una de la mañana —otros dicen que a las cuatro— a la planta más alta de una de las torres de la parroquia y ahí daban los primeros toques del tambor anunciando la festividad. El pueblo despertaba feliz con la noticia. En la misma madrugada también tocaban frente al Ayuntamiento y después junto al mercado municipal, donde el patrón de una fonda les invitaba el café y unas piezas de pan. Allí en el centro se topaban los dos tambores: el del barrio San Diego y el de El Zapotal. Algunas veces de una vez se retaban y se calaban, para saber así quién tocaba mejor, más fuerte y sonoro. Las opiniones hasta el día de hoy están divididas.
Por 1927, según me informó el señor Tomás Moreno Ramírez, nacido en 1902, el tamborero de El Zapotal era Benito Reyes y el de San Diego, Sebastián Guillén.
A partir de aquel primer día, cada tarde —desde las cinco o seis— se escuchaban en el ámbito tranquilo del pueblo los latidos del tambor. Provenían del patio de la casa de cada coime. Allí empezaban a reunirse los futuros arrieros y morenos para preparar sus enseres. Tocaba el tamborero de un barrio y le respondía el del otro. Tenían una percusión especial para retarse, fuerte, claro y sonoro. Y así el uno iba al encuentro del otro, sin dejar de tocar por las calles, atrayéndose de este modo; hasta tenerse en un crucero, en el parque o por el mercado, frente a frente. Dispuestos a darse una calada. Cada uno traía su palomilla, que le echaba vivas a éste y burlas al otro. [2].
Cada domingo de octubre, además, los coimes recorrían las calles, y en cada esquina se paraban a tocar el tambor y, para variar, una vez más se retaban. El anuncio terminaba en la víspera de la feria (el día grande, principal, era y es el 11), para entrar de lleno en ésta, y la próxima aparición de la danza consabida.
A esta magia y a esta esencia, a este atributo y particularidad es a lo que debemos aproximarnos, para rescatar nuestras tradiciones. No se trata sencillamente de ataviar de arrieros morenos a un grupo para que bailen sin cumplir el calendario, el ritual y la función para la que nació la tradición de esta danza de los arrieros y morenos.
[1] «El primer domingo de octubre los coimes de los arrieros subían a tocar por primera vez el tambor a una torre de la iglesia»: Inés Silverio Culebro, nacido el 12 de septiembre de 1881.
«Empezaban a tocar los tambores el 2 de octubre»: Eligio Fonseca Vázquez, nacido en 1909.
Fernando Domínguez Arias, nacido en 1924, coime de La Palma en los 50: «Empezábamos a tocar el tambor el 4 de octubre, en punto de las 3 de la madrugada; primero ante mi casa; íbamos luego a tocar frente a la iglesia y el palacio. Mi tambor era de cedro. Antes tuve uno de cosalcahuite».
«Comenzábamos a tocar yo el tambor —dice Benito Reyes Pérez, nacido en 1910— el primer domingo de octubre, al pie del campanario, a las cuatro de la madrugada. Pero primero tocaba frente a mi casa».
Apolinar Reyes Reyes: «El 1 de octubre empezaban a tocar los tambores anunciando la feria de San Martín Obispo».
«El tambor del Zapotal tocaba por la calle Plaza de Armas, al pie del campanario. El tambor de Cruz Verde, que sacábamos El Cuate Alemán y yo (El Cuate era el dueño pero yo lo tocaba) —relata Bonifacio Reyes Hernández— salía por primera vez en el año el 1 de octubre, a las dos de la madrugada. Tocábamos frente a la iglesia. Allí nos recibía con repiques de campanas el campanero. Como ocho compañeros andaban con nosotros. Tocábamos enseguida también ante el palacio. Luego todos íbamos a tomar café con pan gratis en el restaurancito de Chico Ureña, en las afueras del mercado, por la Moctezuma. Ya era viejito. Allí también tocábamos».
Joaquín Fernández Garduza: «Los tamboreros empezaban a tocar el primer domingo de octubre, a las 4 de la madrugada; primero en los barrios; luego se reunían ante la iglesia».
«El 1 de octubre el coime empezaba a anunciar con su tambor la venida de la feria y los arrieros»: Serafín Hernández Antonio, nacido en 1938.
Tomás Moreno Ramírez, nacido en 1902, me dijo: «Los tambores empezaban a sonar el 1 de octubre. Luego fue cambiando: el 2, el primer domingo…».
«Los tamboreros de la danza —me dijo Evaristo Morales Ramírez, nacido en 1927— empezaban a tocar el 4 de octubre. A las cuatro de la madrugada subían hasta una planta alta de una torre de la iglesia para despertar al pueblo con el toque de su tambor».
[2] «Ese día, en que tocaban por primera vez en la madrugada, empezaban a “llamar” al otro tamborero al atardecer desde sus barrios y escuchándose se reunían a calar sus tambores en el parque»: Bonifacio Reyes Hernández.
Joaquín Fernández Garduza, me dijo: «Desde ese primer día tocaban todos los días, desde las seis de la tarde, en sus barrios y se reunían en el parque o por el mercado para calar sus tambores».
Evaristo Morales Ramírez, por su parte, me dijo: «A partir de entonces [del 4 de octubre], por las tardes, tocaban el tambor en sus barrios y con un toque especial se retaban a calarlos…».

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