Carpe Diem // Manolo Victorio
7 de junio
Cuando el gobernante, funcionario, legislador u hombre público se equivoca, arremete contra el más débil e indefenso: el periodista.
11 periodistas han sido asesinados hasta este junio. En enero cribaron a José Luis Gamboa Arenas de 50 cuchilladas en de fraccionamiento Floresta, en el Puerto de Veracruz, se sumaron, recientemente la numeralia engrosó con las muertes de Yesenia Mollinedo y Sheila Johana García, directora y reportera, respectivamente, en el portal El Veraz de Cosoleacaque.
Tres asesinatos en Veracruz a mitad del año.
El periodista es paria, destinatario de odios, resentimientos y vendettas del poder público o fáctico.
“Vivimos los peores momentos del periodismo en México. La arenga diaria en contra de los reporteros desde el púlpito gubernamental, ha creado una aguda animadversión en contra de quienes nos dedicamos a este noble oficio, que alcanza niveles de odio en algunos casos”, escribe para no dejar pasar el Día de la Libertad de Expresión el reportero Martin Gómez.
Desde del poder se enseñan con los periodistas, se les guillotina, clasifica, adjetiva y criminaliza como chayoteros, vendepatrias y mentirosos, en síntesis del desprecio oficial.
“Adjetivos que ofenden la labor, y reclamos sobre la situación política de nuestro país, es el pan nuestro de cada día del reportero en México. El autor material de este clima de violencia y polarización en contra de los periodistas en México, tiene nombre y apellido”, concluye el periodista en reflexión alusiva al día.
Nadie nos obliga a ser jilgueros de la verdad. Nunca quedamos bien nadie. Sin embargo, seguimos como plaga perniciosa que incomoda al poderoso, que desnuda al corrupto o encuera a los políticos de doble moral que recomiendan no matar a balazos a los periodistas; sino matarlos de hambre.
Según el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), en México existen 41 mil profesionistas de la información, de los cuales 87 por ciento son trabajadores contratados y 14.7 por ciento lo hacen por cuenta propia.
Para atender sus demandas, en el regreso de la zanahoria después del fuetazo, el gobierno federal destinará el 25 por ciento de su gasto de publicidad en medios, a los periodistas.
Los periodistas y las periodistas tendrán pues seguridad social y protección contra enfermedades y maternidad, seguro riesgo de trabajo, invalidez, seguro de retiro, seguro de guardería y prestaciones sociales.
Ahí está el discurso; ahora a esperar que se cristalice en realidad.
… del mismo costal.
Periodismo romántico.
Se acodaba -tímido al principio- en la larga barra de granito, en ritual ensayado cientos de veces, el barman, le ponía enfrente un vaso jaibolero, tres cubos de hielo macizo, una copa coñaquera, servida a la mitad de brandy Fundador o Terry y una botella de vidrio de agua mineral Peñafiel, fría, como exigía a gritos el parroquiano cuando no se cumplía la liturgia.
Le servían el licor primero, después el agua mineral, al último un chorrito de Coca Cola, pintadita, caobera, como las bebía Carlos Denegri, ángel y demonio del periodismo mexicano.
Una vez apoyado el pie derecho en la barra de hierro, descorría el cierre de los botines de piel de borrego, perfectamente lustrados y daba un sorbo largo a su trago, en interno emolumento a la labor cumplida.
Pese a que tenía una memoria fotográfica, usaba siempre una grabadora de casete y una libreta de taquígrafo.
–Por las recochinas dudas, ya sabes, para blindarnos de las notas aclaratorias o el derecho de réplica–, respondía a los noveles reporteros que hacían sus pininos en el oficio.
Tenía tres trabajos que le absorbían tiempo y esfuerzo, antes de las tres de la tarde porque después, como le enseñó un almirante de la Heroica Escuela Naval Militar, “es tiempo de echarse las meridianas”, tres cervezas heladas servidas en tarro congelado, como marca el canon.
Un día lo mandaron a la capital del país. Se rumoraba que Patricio Chirinos Calero era el tapado de Carlos Salinas.
Se amafió en compañías de otro reportero sureño, llegaron a la casa del tapado, quien salió en una Suburban y una cauda de automóviles al llamado del gran elector.
Los reporteros se quedaron en el camellón de una larga avenida de El Pedregal.
Nuestro personaje tenía que pasar el reporte en vivo, pero Chirinos se le había pelado sin mirarlo por la ventanilla de cristal blindado de la camioneta Chevrolet.
Entró en pánico. Luego de dos minutos, se abofeteó y le propuso al compañero de vigilia periodística que le diera una declaración respecto al clamor vivo, vibrante, de los sectores y organizaciones del Partido Revolucionario Institucional que reclamaban al de Tamuín como el personaje idóneo para la candidatura por Veracruz.
La nota salió al aire, abrió el noticiario radiofónico después del teaser o resumen inicial de la conductora titular
Transcurridos los días, cuando Chirinos dio su primer discurso, el reportero estaba acodado en la barra del bar La Nochebuena, en un extremo, dictando una nota a la línea de guardia de la agencia informativa.
Le dio el soponcio al escuchar la voz chillona del político panuquense.
Apuró la copa de un solo trago, hecho un energúmeno, jaló de un tirón el cable de cola de ratón de diez metros y desconectó el teléfono que le prestaban como una extensión de su propia oficina y se largó abriendo de un manotazo las puertas abatibles de la cantina, tipo cantina del viejo oeste.
Sin embargo, cumplió su trabajo.
Nunca se imaginó que el candidato tartamudeaba.
–gajes del oficio—le dijo a otro periodista, días después en el bar El Jardín, donde se escondía de acreedores, curiosos y aduladores que le invitaban rondas de tragos porque lo escuchaban tres veces al día en la radio.
Oficio de reportero, diría Manuel Mejido.