Indhira Serrano, modelo y actriz colombiana: “En mi primer desfile grande en Bogotá, el coreógrafo dijo: ¿por qué traen una sirvienta a un desfile? No solo era negra, sino de clase menos favorecida”

“Hay una expresión que se usa en el Caribe: tienes el pelo malo, el pelo horrible.

Nunca estuve con el pelo suelto de niña porque se consideraba un defecto que había que guardar”, dice la modelo y actriz colombiana Indhira Serrano cuando habla de Rosa la Crespa, la protagonista de su primer libro, cuyos rizos son motivo de vergüenza en su familia:

Escóndelo en una peluca, dice mi tía Encarnación, que ese pelito de escoba ya no tiene solución.

Hay un líquido especial que lo dejará muy liso. Y me va a quedar genial porque liso es más bonito.

Esta y otras experiencias la llevaron a reflexionar sobre la autoaceptación y a crear en 2015 el proyecto Reconstruyendo imaginarios, pues “quería saber si lo que había vivido como mujer afro, como mujer negra” era compartido por otras como ella.

Empezó a hacer diálogos en su casa, “había arquitectas, empleadas domésticas, cantantes, bailarinas, estudiantes, señoras mayores, jóvenes”.

Eso fue creciendo y se convirtió en un espacio para hablar de empatía, de empoderamiento y de merecimiento desde lo que significaba pertenecer a la comunidad afro y a otras comunidades vulneradas.”

Indhira Serrano fue parte de los diálogos del HAY Festival deCartagena, celebrados entre el 26 y 29 de enero en la ciudad colombiana.

¿Por qué se te hizo necesario hacer un trabajo personal y comunitario?

Nací en Soledad Atlántico, cerca de Barranquilla, y como en todo el Caribe y en general en Latinoamérica hay un problema terrible de autoaceptación de lo afro y de lo indígena.

Y a diferencia de lo que pasa en otras regiones de mi país, pero con mucha similitud con el resto del Caribe, yo no sabía que vivía en una sociedad racista.

Todo lo que había aprendido de mí misma cuando pequeña y que consideraba un defecto era simplemente mi parte afro, el color de mi piel, el cabello, mis características físicas las consideraba un defecto, porque me lo habían enseñado así y nadie me había dicho lo contrario.

Me acuerdo de haber visto Raíces, la famosa miniserie norteamericana.

Sentía que el racismo era que te amarraran, que te latigaran, que te mataran. Y como eso no me pasaba, no lo sentía como racismo, pero estaba atacando mi autoestima de una forma terrible.

Me había convencido de que era una mujer fea y el ambiente a mi alrededor lo confirmaba.

Nunca tuve novio en Barranquilla, no tuve admiradores.

Le cuidaba el puesto a mis primas en las fiestas y había un acuerdo común de que una persona con mis características era la menos atractiva del grupo.

¿Cuándo comenzó el cambio?

Cuando me vuelvo modelo es la primera vez que alguien me dice que soy una mujer atractiva, fuera de mi mamá o de mi novio venezolano, que es mi esposo actualmente.

Primero no lo creí, después sentía que me estaban haciendo un favor.

Me fui a Bogotá en la época en que Naomi Campbell era la gran estrella, luego a Chile y después a Venezuela, todavía con mi cabello alisado, recogido y allí un fotógrafo maravilloso, Fran Beaufrand, fue la primera persona que me hizo un afro y me dijo “es como tú debes estar”.

Y lloré y me puse brava, porque sentía que estaban evidenciando una falla terrible.

Las fotos todavía las tengo, son preciosas y fueron el comienzo de una parte de mi vida en la que el afro se convirtió en mi sello personal, y poco a poco en algo de lo que me sentía orgullosa.

¿Qué recuerdos tienes de tu primera época como modelo?

Algunos maquilladores se ofendían porque les ponían una mujer afro, con un tono diferente al que ellos estaban acostumbrados a maquillar, me hacían parar de la sala porque no tenían el tono de mi piel y era yo la equivocada.

En ese proceso conocí gente que me fue enseñando: “no tienes ningún problema con tu piel”.

Mis primeras bases las trajo algún amigo maquillador de Nueva York, y así fui descubriendo que no era un defecto, sino que era el ambiente a mi alrededor.

Mi carrera de actriz y modelo ha estado plagada de microrracismos, pequeños detalles que no son lo suficientemente graves porque nadie te está matando, pero que mellan profundamente tu autoestima.

¿Qué tipo de microrracismos y cómo el entorno te manda esos mensajes?

Directamente.

En mi primer desfile grande en Bogotá, el coreógrafo dijo: “¿por qué traen una sirvienta a un desfile?”.

Porque no solamente era una mujer negra, sino una mujer negra de clase económica menos favorecida; no tenía la forma de vestirme de una modelo.

También darme cuenta de que no podía acceder a oportunidades laborales porque al productor no se le ocurría que el personaje lo pudiera hacer una mujer afro o que hubiera un personaje que no fuera una empleada doméstica.

Miles de detalles, grandes y pequeños, como que me mandaran por la puerta de servicio de un hotel en el que me iba a hospedar; que no me dejaran entrar a un restaurante o a un bar, la lista es gigante, sin embargo, todo ha ido cambiando y he tenido una carrera fantástica, pero al comienzo no era así.

Pero también hubo un momento en que me di cuenta de que tenía unos privilegios que me habían permitido llegar a donde estoy y que no es lo mismo ser una mujer negra como yo, que ser una mujer negra que no tuvo el privilegio de estudiar, que ser una mujer negra que no tuvo el privilegio de tener una belleza normativa que le permitiera modelar o actuar.

Soy consciente de eso ahora y trato de vivirlo de una forma más humilde, más respetuosa.

Porque allá afuera hay una cantidad de mujeres negras como yo, pero que tienen la vida un poco o mucho más difícil porque hay otras características que las alejan de las posibilidades de crecimiento o que las acercan a mayores actos de racismo o de discriminación.

¿Por qué dices que Latinoamérica es un territorio avergonzado de sus raíces?

Lo llamo la vergüenza latinoamericana.

El proceso colonialista nos enseñó que las únicas raíces de las que había que sentirse orgullosos eran las europeas; lo miro con compasión ahora, porque entiendo que el colorismo fue y es un proceso de supervivencia.

Mientras más claro seas, mejor te va a ir en la vida. No es exclusivo de lo afro, está en muchas sociedades, en África, en Medio Oriente.

Soy de una familia mezclada y mientras más claro fueras, tenías mejor posición, eras más bonito.

La prima más admirada de mi papá era una mujer rubia, ella se denomina cuarterona, con los rasgos afro, pero rubia de ojos azules.

Eso creó separaciones que en mi tierra son súper evidentes.

Si le preguntas a un barranquillero qué porcentaje de negros hay en Barranquilla, te va a decir que el 20%, si le preguntas a un bogotano, te dirá que el 50%.

Y un extranjero te dirá que el 80%.

Hemos ido renunciando a nuestras raíces afroindígenas, no solamente desde el aspecto físico al teñirnos o usar el cabello rapado, sino también en la forma en que hablamos de nuestros antepasados.

Los latinoamericanos a los cinco minutos de conversación te están contando de su bisabuelo ruso, su tatarabuela alemana, y se remontan hasta donde sea para hablar de los ancestros europeos.

Pero si preguntas sobre sus ancestros indígenas, mapuches, caribes, mayas, no tiene ni idea.

Eso hace que estemos incompletos, porque no somos europeos, tampoco somos africanos, ni puramente indígenas, somos la mezcla de los tres.

Es como poseer dos piernas para hacer una carrera y voluntariamente quitarte una para tratar de competir saltando.

En tu reflexión hablas de conceptos como el merecimiento, ¿a qué te refieres?

Es la conciencia de que tienes derecho a habitar este mundo de forma próspera, segura, feliz.

Es más fácil adoptarlo si estás dentro del privilegio de ser heterosexual, blanco, rico, etcétera.

Siempre me acuerdo de la primera vez que empecé a pensar en el merecimiento, estaba con una de mis mejores amigas que es argentina, blanca, rubia, en la misma telenovela, haciendo personajes similares y ella ganaba el doble que yo.

En Colombia no se habla de sueldos, es una cosa loca y por alguna casualidad llegamos a esa conversación y ante mi sorpresa ella respondió: cobré eso porque me lo merezco.

Y más allá de cómo se viera ella, empecé a reflexionar: ¿por qué siento que no me lo merezco?, ¿por qué me cuesta tanto cobrar mi trabajo?

En el fondo, hay un gran miedo a decir yo merezco.

Quizás el sistema esté diseñado para favorecer a algunos, pero cuando los que han vivido en condiciones de vulnerabilidad deciden que merecen, cometen un acto de rebeldía maravilloso que cambia el sistema.

Y lo más bonito es que cuando una persona pública decide hacerlo, hay otras desde el otro lado de la pantalla, del papel o del ordenador que dicen esa persona se parece a mí, yo puedo estar ahí, y eso se convierte en una responsabilidad.

¿Hay otros estereotipos, como el ritmo, la sensualidad, la fogosidad, que recaen en las mujeres afrolatinas?

No he sufrido tanto la hipersexualización pero tuve que pagar mi cuota.

Cuando entré a trabajar con una productora fue económicamente gratificante, pero los primeros papeles eran mujer sexy en tanga, mujer sexy en bikini.

Y cuando había un proyecto, mi personaje estaba ahí como un adorno, como un jarrón.

La cosificación me ha afectado por el hecho de no dejarme hablar, de que la gente asuma que soy de cierta manera.

Ahora que ya no tengo el cuerpo de los 20 o de los 30 y se han dado cuenta de que tengo cerebro, no saben muy bien dónde ponerme y como aún hay espacios que no se han abierto, estoy como en una especie de embudo, ni para allá ni para acá, pero mejorando.

Creo que se han podido romper estereotipos, pero la cosificación ha estado ahí todo el tiempo.

¿Cómo desbaratar eso?

Ahora que estamos con el tema de las redes sociales y los filtros, es diez mil veces peor, porque nadie se quiere mostrar como es, sin maquillaje, con arrugas, con canas, ahí hay una enfermedad.

Tengo una hija de seis años y no quiero que crezca pensando que envejecer es horrible, o pensando que tiene que ser otra persona para ser feliz.

Quiero que crezca feliz de ser la que es en cada etapa de su vida, eso es un trabajo que tenemos que hacer las mujeres todos los días, a poquitos.

¿Por qué amplías tu trabajo a todas las comunidades vulneradas?

El proceso de reconocerme como una mujer afro ha sido tan paulatino que me ha tomado por sorpresa que me consideren una defensora de los derechos de una comunidad.

Creo en el derecho de los seres humanos a ser felices y que discriminación es discriminación, no se puede luchar contra una forma sin luchar contra todas.

Ahora estoy en un punto que es muy loco, porque cuando uno trata de ser equilibrado no estás ni allá ni acá, entonces hay un grupo de activistas que considera que soy absolutamente tibia, blanda, que no aporto nada interesante y otro grupo de extrema derecha que considera molesto que yo esté hablando siempre del tema afro, y yo me siento en la mitad.

Pero también en mis redes trato de hablar de aporofobia, de xenofobia, porque en Colombia ahora hay un tema fuertísimo con la migración venezolana; hablar de clasismo, de la fobia a envejecer, de feminismo.

Uso mi palabra y mis plataformas, no soy de ir a tirarle piedras a nada, ni de agredir a nadie, ni siquiera verbalmente.

Igual admiro a la gente que se mete más a fondo, pero cada cual tiene su espacio y tiene que reconocerlo.

Rosa la Crespa sufre porque su tía le sugiere una peluca, su abuelo una trenza tirante y su padre raparla, son los adultos los que mellan su aceptación, ¿es un libro también para ellos?

Rosa es perfecta, se levanta y lo único que pregunta es ¿cómo me peino hoy? y ahí empieza el maremagnum de complicaciones que le traen sus familiares.

Quienes le enseñan que tiene algo que esconder o corregir.

Y no es solo para adultos afro o con niños o niñas de cabello rizado, porque el mensaje es déjenme ser lo que soy en esencia, en mi naturaleza.

En el colegio de mi hija lo pusieron en el programa y en su curso no hay niños afro, pero la maestra lo usa para hablar de las diferencias entre los chicos sobre las que sus padres se sienten a veces avergonzados y los hacen avergonzarse a ellos.

¿Siguen sufriendo las niñas que tienen el pelo crespo y la piel oscura?

Ha sido fuerte de entender porque vivo en una pequeña burbuja y toda la gente a mi alrededor son artistas, personas que han avanzado en ese espacio.

Pero uno va diez metros fuera y te das cuenta que a las niñas las siguen alisando y convenciendo de que su pelo está mal.

Hay un grupo de niñas en Latinoamérica que se pasan la plancha y no pueden ser ellas. Nunca.

Eso sigue haciendo mucho daño.

¿Cómo sería ese imaginario que habría que hacer realidad?

Más empático, donde las personas puedan desarrollarse, relacionarse, vivir y convivir de acuerdo a sus capacidades físicas, emocionales, espirituales y no tengan que cargar con el lastre de unas etiquetas que les adjudicaron de nacimiento, para que puedan vivir desde su esencia.

Sé que suena utópico, pero es lo que quiero y es por lo que trabajo.

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