Arnoldo Kraus
I
De la brevedad de la vida es un libro viejo y nuevo. Su vigencia depende del tiempo del lector. Ahí, Séneca el Joven (4 a. C.–65 d. C.) hace reflexiones cruciales sobre el hoy entrecomillado “arte de vivir”. Al empezar el libro (que se divide en veinte entradas), escribe: “El tiempo que tenemos no es corto; es que perdemos mucho”. Agrega: “Lo cierto es que no recibimos una vida corta, somos nosotros los que la acortamos”. A partir del “quiebre”, cuando la humanidad adquirió conciencia de la muerte, el sentimiento de finitud la ha acompañado. La conciencia del propio fin es bienvenida. Por ella, la existencia adopta diversas urgencias que de algún modo explican la civilización: edificar, mover, crear. De ahí Horacio y su carpe diem: “Aprovecha el día, no confíes en el mañana”. Séneca el Joven lo aprovechó: murió a los 69 años cuando sus pares fenecían a los 30.
II
Titulé el artículo “Vejez: otra mirada”. Podría haberse llamado también: “Reinventar el tiempo” o “Vejez: ayer, hoy y mañana”.
El título del artículo plantea preguntas y admite disensos. La inmensa mayoría de la población prefiere vivir “muchos” años. Y una de las grandes conquistas de la humanidad, gracias a las ciencias, ha sido incrementar décadas de vida, no siempre acompañadas por calidad. He aquí la gran paradoja: vivir una vejez de calidad debe ser apuesta de las naciones. Pero calidad implica muchas cosas: tener medios económicos suficientes para costear la vida, cada vez más cara; vivir en una atmósfera segura; tener servicios básicos de salud, y compañía. Sin personas cercanas, la vejez transcurre sin alegría, yerma, con miedos.