Xóchitl va, AMLO, no.
Por Sergio González Levet
En la milenaria cultura y el ADN del mexicano, la esperanza es un elemento perenne, un sueño que se renueva cíclicamente desde que los primeros pobladores llegaron del norte y del sur para asentarse en el Altiplano y levantar después de muchos siglos el imperio más poderoso de la tierra, de su tierra, el imperio mexica.
[Mexicas, no aztecas -los venidos de Aztlán-, porque este nombre es un invento de los antropólogos gringos que el siglo pasado tomaron por asalto nuestras ruinas y nuestros pueblos originarios para investigarlos, describirlos e interpretarlos a su estilo. Y pusieron de moda lo de “aztecas” -aunque nadie les llamó nunca así en su tiempo- solamente porque con eso destacaban el lugar legendario del que habían venido los mexicas, que según ellos estaba en el territorio de los Estados Unidos, cuando en realidad se ubica mucho más al sur, por el rumbo de Nayarit o Colima. Pero ya se sabe cómo son de soberbios los güeros, que toda la historia la quieren reescribir a su favor.] Y en el ritual históricamente repetido, cada tanto los mexicanos hacemos renacer la ilusión de que las cosas cambiarán para mejor. En el mundo prehispánico el ciclo era cada 52 años, el xiuhmolpilli, y en la Colonia la renovación estaba personificada en cada Virrey que llegaba de España. A partir del siglo XIX hubo tres momentos de renovación en nuestra historia: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Después llegó el México moderno y tuvimos un periodo sin cambio/con cambio: la dictadura perfecta del PRI, que inventó la renovación sexenal para que todo siguiera igual. Pasaron así 71 años hasta que ganó la elección presidencial Vicente Fox, y el proceso de cambio se aceleró a 12 años con el panismo en Los Pinos, y después se circunscribió a seis con Peña Nieto. Muy probablemente este periodo vuelva a ser del mismo tamaño, si la oleada ciudadana que se viene levantando a favor de Xóchitl Gálvez culmina en donde debe ser, que es el fin de la Cuarta Transformación, el Reich lopezobradorista que iba a ser milenario y nomás le alcanzó para seis años menos dos meses (porque AMLO entregará el 30 de septiembre de 2024, no el 30 de noviembre como estaba originalmente escrito). Desde su altura y desde su soledad en la cumbre, Andrés Manuel ve (o medio ve entre las penumbras del pastillaje) que su reinado se está acabando mucho antes de tiempo; que su sucesión se le empezó a echar a perder desde la misma hora en que le cerró la puerta de Palacio Nacional a esa mujer menudita y valiente como nadie, porque desde niña rebasó el miedo a la vida y a la muerte; que la corcholata elegida se destapó antes de tiempo y cayó al fango con toda su impericia de candidata gris, somera, imperturbable, rocosa. Xóchitl va cada día más en la renovada esperanza del mexicano, que encuentra en ella todos sus deseos y sus aspiraciones. Y AMLO ya no va.
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