Cuando Umberto Eco tenía poco más de veinte años, por primera vez se publicaba en Italia el volumen Ficciones, de Jorge Luis Borges. Fue una edición pequeña de sólo quinientos ejemplares que pasó prácticamente inadvertida. Recomendado por un poeta italiano al que admiraba, Eco leyó esos cuentos y quedó fascinado. “Me pasaba las noches leyéndoselo a mis amigos”, contó Eco, y de inmediato se reconoció en ese autor argentino. Aceptaba, además, que en El nombre de la rosa hubiera un homenaje a Borges: es en la figura de ese viejo monje ciego, español, de enorme erudición, que controla la biblioteca de la abadía donde transcurren los sucesos. El nombre: Jorge de Burgos.
El mapa de coincidencias, entonces, resultaba evidente. Eco sonreía frente a los lectores tentados de buscar claves y encontrar conexiones entre Borges y Burgos. ¿Pero existen? “En realidad –respondió el escritor italiano en una entrevista–, me gustaba la idea de tener un bibliotecario ciego, y le puse casi el mismo nombre de Borges. Pero cuando elegí el nombre no sabía que iba a quemar la biblioteca. No es, por lo tanto, una alegoría. Le puse el nombre de Borges, como también puse en la novela los nombres de otros amigos. Son homenajes.”
Personajes que encuentran sus libros al recorrer librerías de viejo por avenida Corrientes, una singular manipulación de la enciclopedia, textos que mezclan autores ficticios y otros reales, escritores influenciados por obras aún no escritas, sueños cruciales para revelar preocupaciones eróticas, religiosas y asesinatos. En esos elementos, Borges y Eco se entrelazan permanentemente. Así lo analizó tanto Donald McGrady, de la Universidad de Virginia, como la escritora alemana Christine de Lailhacar, y en 1998 también lo hizo Nilda Guglielmi en su ensayo El Eco de la rosa y Borges, publicado por Eudeba. En este último, la académica argentina entendía que no podía negarse la inspiración que Eco había recibido de la intertextualidad, de Conan Doyle y “El sabueso de los Baskerville”, de Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero o La montaña mágica de Thomas Mann, pero resultaba indudable todo lo que Borges había orbitado en la trama y el universo ficcional construido por Eco. Con respecto a esta cuestión, el escritor Pablo de Santis entiende que “para levantar esa abadía benedictina –que es también el edificio especulativo de la filosofía medieval- , Eco trabajó con dos representaciones originadas en sus lecturas de Borges: el laberinto y la biblioteca. La resolución del crimen, tan simple como elegante, participa de las dos representaciones del mundo, y nos lleva del encierro a la salida, de los libros al Libro.”
En Las lenguas perfectas, Eco señala que Borges al menos en tres ocasiones inventa fragmentos de lenguas imaginarias. En una entrevista por televisión durante una visita a la Argentina, el semiólogo sostenía que “Borges era extraordinario porque leía tres líneas sobre el argumento y luego inventaba lo que en realidad había sucedido. En mi libro me ocupo del religioso y naturalista inglés John Wilkins, que inventó un sistema de lengua perfecta. Hay un texto de Borges, que se llama ‘El idioma analítico de John Wilkins’, donde Borges confiesa haber leído sólo la entrada de Wilkins en la Enciclopedia Británica. Poquísimo. Y se mete a inventar por su cuenta y comprende exactamente cuál era el problema de Wilkins. En ese sentido Borges era extraordinario: en una palabra, inventaba todo, inventaba la realidad”.
En la introducción a la edición alemana de Seis problemas para don Isidro Parodi, publicada en 1983, Eco plantea que el de Borges es un universo en que mentes distintas no pueden sino pensar mediante las leyes expresadas por la Biblioteca, pero esa Biblioteca es la de Babel: sus leyes no son las de la ciencia neopositivista sino leyes paradójicas. “La lógica (la misma) de la Mente y la del Mundo son ambas una ilógica. Una ilógica férrea”, escribe Eco. “Sólo con esa condición puede Pierre Menard reescribir ‘el mismo’ Don Quijote. Pero, ay, sólo con esa condición el mismo Don Quijote será un Don Quijote diferente.” ¿Qué es lo que tiene de rigurosamente ilógico el universo de Borges y qué es lo que permite a don Isidro reconstruir con rigurosa ilógica los procesos de un universo exterior igualmente ilógico?, se pregunta Eco y la respuesta que encuentra es que el universo de Borges funciona según las leyes de la puesta en escena o de la ficción. Las leyes de la ficción, entonces, para Eco, son una clave a su vez para leer la obra de Borges. “No estamos nunca ante el azar, o el hado –plantea Eco–, estamos siempre dentro de una trama (cósmica o situacional) pensada por otra Mente según una lógica fantástica que es la lógica de la Biblioteca.”