José Luis Ortega Vidal//CLAROSCUROS
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Daniel Sánchez Mendoza vivió durante los últimos diez años en una vivienda proporcionada –de forma gratuita- por su amigo y protector: el empresario y político José Antonio Lázaro Sosa.
Desde los tiempos de campaña para arribar a la alcaldía, “Toño” Lázaro –empresario, dueño de la cadena de tiendas de material para construcción Ferreconstrufierro- contrató a Daniel como su auxiliar de prensa.
Finalmente, en el período 2008-2010. Lázaro Sosa fue Alcalde bajo las siglas del PRI y Daniel Sánchez Mendoza asumió el cargo de Jefe de Prensa
A partir del 2011 los panistas y particularmente la familia Bahena gobiernan Jáltipan.
Domingo Bahena Corbalá es diputado local panista luego de ser alcalde los primeros dos años del período 2011-2013.
El último año de su trienio, decidido a convertirse en legislador de la bancada del PAN y bajo la protección política de su paisano Enrique Cambranis Torres –a la sazón dirigente estatal del PAN en Veracruz y hoy diputado federal plurinominal- Domingo Bahena maniobró para que su alcalde sustituto fuera el síndico Mauricio Molina.
Actualmente, el alcalde de Jáltipan es el odontólogo Miguel Bahena Viveros, quien cuenta como Secretario Municipal con el ex alcalde y militante del PRD: el también dentista Lucio Martínez Zamora.
En el año 2010 ya de salida y sabedor de la entrega del poder al panismo -¿habrá calculado que sería por los próximos 7 años?- José Antonio Lázaro Sosa “heredó” una decena de empleados sindicalizados a la nueva gestión.
Uno de los beneficiados fue Daniel Sánchez Mendoza, quien habría vendido su plaza en 150 mil pesos antes que sumarse a la nueva administración que acabaría dando de baja a los sindicalizados por el equipo de poder priista.
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Me surge una pregunta a propósito del comportamiento que mantenemos los periodistas en torno de nosotros mismos y nuestra circunstancia –ya he reflexionado antes en el sentido de que somos un gremio sin identidad definida y ello se traduce en múltiples problemáticas tan profundas como complejas- ¿qué actitud asumiríamos respecto a Daniel Sánchez Mendoza si hubiese aparecido simplemente asesinado? Ahora bien ¿a cuál conclusión nos conduce el hecho de que Daniel se encuentra preso en el Duport Ostión de Coatzacoalcos acusado de un doble homicidio?
¿En qué momento dejamos de ser periodistas? ¿Qué nos define como tales y qué nos separa de tal condición?
La reflexión apunta a dudas desde la perspectiva colectiva y también desde la individual.
La historia del jaltipaneco hoy preso y apenas hace 8 años ligado de manera directa al poder desde la perspectiva de la relación institucional con medios de comunicación, genera acercamientos diversos, variables de análisis distintas, detalles sobre quiénes somos y cuál es la circunstancia que vivimos los periodistas en el Veracruz de hoy, donde más de 15 colegas han sido asesinados en poco más de una década.
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Daniel Sánchez Mendoza vivía en la colonia centro de Jáltipan y ahí solía compartir espacio con parejas eventuales.
Las preferencias sexuales del hombre que en la década de los 90s y buena parte de la primera década del presente siglo colaboró en medios como Diario Acayucan Hoy, Diario de Xalapa, además de radiodifusoras de la región sur y otros periódicos locales y regionales, no son noticia ni motivo de análisis en este texto.
Ese tema alude estrictamente a su respetable vida personal.
Hay, empero, un detalle relevante: una de las últimas parejas de Daniel –según una fuente cercana a la historia y consultada por el reportero- murió asesinado junto a otros presuntos delincuentes apenas meses atrás.
¿Es ese varón joven, presunta pareja de Daniel, víctima de asesinato, parte de la lista de crimenes de que se le acusa?
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Semanas atrás, los papás de Gabriel Fonseca “Cuco”, el joven reportero acayuqueño desaparecido un 17 de septiembre del 2011, mientras gobernaba Acayucan Fabiola Vázquez Saut, fueron llamados a la Fiscalía estatal.
Les dieron una noticia producto de la investigación sobre la desaparición de su muchacho: se encontraron restos de un cuerpo que se pensó sería el suyo.
Tras cruzar información del ADN de Gabriel con el de sus padres, se constató que no se trata de “Cuco”.
Presentes dos integrantes de una organización de reporteros acayuqueños la autoridad preguntó a los padres si autorizaban dar a conocer este dato a la opinión pública.
La respuesta de los padres de Gabriel Fonseca fue negativa.
Argumentaron que ellos lo único que desean es saber dónde está su hijo: vivo o muerto, pero dar con él y ya no quieren saber más sobre entrevistas ni viajes que sólo les generan gastos y empeoran su condición de pobreza extrema.
Al final de la historia la noticia “se filtró” y hoy se sabe que a cuatro años de la desaparición de Gabriel Fonseca no hay datos sobre su destino.
De lo que sí hay datos es del contexto en el que el reportero acayuqueño desapareció y éste incluye elementos de operatividad del crimen organizado que –en ocasiones- opta por “acercarse” a periodistas y hacerles la clara oferta de “plata o plomo”.
Es decir: te soborno, trabajas para mí o estás en riesgo de ser agredido: golpeado, levantado o asesinado.
El articulista tiene testimonios directos de gente que dijo NO a los criminales y sobrevivió a la amenaza. Eso sí, bajo la regla de no escribir sobre sus actividades delictivas.
Hay pruebas, también, de que en el momento de la desaparición de “Cuco” hubo periodistas que aceptaron –algunos, incluso, gustosos- formar parte de la nómina delincuencial y organizarse de tal forma que alguno o algunos de ellos eran “los encargados” de recibir el dinero que semanalmente se repartiría entre los “contratados”.
No sólo eso: los periodistas “en nómina” de la delincuencia se encargaban “de invitar a otros”…
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En algún momento del 2015, vía redes sociales, el propio Daniel Sánchez Mendoza hizo pública la apertura del bar “los cotorros”, ubicado estrategicamente a un costado de la carretera transístmica, a su paso por Jáltipan.
Al poco tiempo el bar o cantina cerró y Daniel fue visto los últimos meses en una parada de taxis que ofrecen servicio colectivo de Jáltipan a Minatitlán.
Allí, cuenta la fuente, Daniel trabajaba como “halcón” del crimen organizado.
Todo sería una farsa: lo de la cantina “los cotorros”, lo del anuncio de salidas de taxis de Jáltipan a Minatitlán…
El objetivo, la tarea, consistía en vigilar e informar en torno a la gran cauda de objetos o personas que ilegalmente circulan por la carreteras de Veracruz en obvia complicidad con el andamiaje oficial…
Ahora se acusa a Daniel Sánchez Mendoza de que su evolución de periodista, de enlace con medios a miembro del crimen organizado incluye la atroz transfiguración en asesino.
La duda que planteo en torno a la definición y el contexto del periodismo no se refiere a temas tan obvios como la violación a la Ley.
Estar al margen de las normas establecidas convierte en delincuente a cualquiera, al margen de su oficio.
Mi duda se ubica en una perspectiva de la descomposición social, de contextos históricos y de la ya referida falta de identidad del gremio periodístico.
Por ello, tales dudas -desde una perspectiva filosófica- remiten a más dudas y sus respuestas sólo pueden encontrarse en nuevas dudas, como lo establecería el método socrático.
Este trabajo se escribió y publicó hace ocho años; lo doloroso es su vigencia…
* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Palabra de Veracruzano