ROCKDRIGO
Su voz se acalló por un pasón de cemento, dice la banda seguidora del profeta del nopal, ´mientras el subsuelo del Distrito Federal rugía, aquel 19 de septiembre de 1985 en el que todo se vino abajo. Y después, como suele decirse, nació una leyenda que tiene mucho de mitología urbana: el Rockdrigo; el músico callejero que llegó de Tampico a comerse la capital; el poeta que le cantaba a los perros y las calles y la soledad y el alcohol y el metro y los asalariados y el smog. Canciones crudas, con el único acompañamiento de una guitarra que se caía a cachos, una armónica y su voz descarnada. Durante su vida solo grabó Hurbanistorias (1984), un casete casero que él mismo vendía por los mercadillos y bares de la ciudad. Después de su muerte, sus amigos y familiares rescataron decenas de canciones y lanzaron tres álbumes más. El último, No estoy loco (1992, Ediciones Pentagrama), cumple 30 años este 2022.
—Era otra época y era otro México.
Rafael Catana conoció a Rockdrigo durante una huelga universitaria, una de tantas en una época política agitada, con la sombra de la guerra sucia acechando en cada esquina. Se llevaron bien y empezaron a tocar juntos en bares de la periferia. Ellos, junto con otros músicos como Fausto y Edgar Arrellín, Nina Galindo o Eblén Macari fueron el germen de un movimiento musical al que llamaron “rupestre”. Rupestre por lo rudimentario, por lo directo, porque dejaban la canción en los huesos y apelaban a un México sin glamour, en blanco y negro. Rockdrigo escribió el manifiesto. En noviembre de 1984 hicieron su gran presentación pública, en una serie de conciertos en el Museo del Chopo. Durante el siguiente año, siguieron tocando por toda la ciudad, haciéndose un nombre. Y de pronto la vida se acabó con el terremoto.
Nina Galindo fue una de las pocas mujeres del movimiento rupestre. “Fue muy poco lo que pasé con Rodrigo, pero lo que vivimos fue muy padre”, recuerda por teléfono. “No podía entablar una conversación con él porque me hablaba de cinco temas diferentes a la vez y me atragantaba”. Un día visitó a Rockdrigo en su casa. En esa época él estaba grabando nuevas canciones. Galindo se encaprichó de una de ellas y le pidió una copia para versionarla. Pero él solo tenía un casete. “Me dijo: ‘te lo presto para que lo copies, pero lo cuidas como si fuera la niña de tus ojos’”.
Pasó un mes. Galindo le llamó varias veces para verse y devolverle la cinta, pero Rockdrigo nunca respondió. La última llamada fue el día anterior al terremoto. “Yo me quedé con ese casete muchos años como un tesoro. Me pesó muchísimo su partida. Guardé y escondí ese material que no me merecía”. Cinco años después, Mireya Escalante —expareja de Rockdrigo, ya fallecida—, le pidió aquella grabación para poder editarla. Así se consiguió el último material de Rockdrigo publicado hasta la fecha: No estoy loco.
El 15 de septiembre de 1985, el periódico La Jornada celebró su primer año de vida con un concierto en el que tocó Rockdrigo. Sería el último para él. “Íbamos a entrar a grabar el día del temblor. Quedamos para el jueves siguiente, pero ya no nos vimos”, recuerda Arrellín. Unos días antes del sismo, Rockdrigo trató de ponerse en contacto con Catana para invitarle a tocar a una cárcel. “Estaba yo en otro asunto y le dije que no podía ir. Le llamé en la noche y no le encontré. El día del terremoto fue terrible. Le llamaba, le llamaba, le llamaba, y el teléfono sonaba. Él ya nunca contestó”.
Fausto fue uno de los primeros músicos que acompañó a Rockdrigo. Sabe de primera mano cómo fue pelear para ganarse al público cuando empezaron en hoyos funkies y salas de fiesta. “Luego ya se hizo un mito que es una locura impresionante. En México hay tres mitos”, se ríe, “todo el mundo fue a [el festival] Avándaro, todo el mundo fundó el tianguis del Chopo [un mercado contracultural] y todo el mundo conoció a Rockdrigo”. “Después de su fallecimiento apareció mucha gente que decía que lo conocía y en el fondo eran mitómanos que se querían acercar a su obra”, coincide Catana. “Se hizo el mito de Rockdrigo. No era muy famoso en su época, se volvió famoso después”, remata Macari.
De Rockdrigo todavía quedan 18 canciones que no han visto la luz, en poder del periodista musical Pepe Návar. Tanto Návar como Genoveva González han confirmado a este diario que, después de años de desencuentros y pugna por los derechos, han llegado a un acuerdo para publicarlas. Návar espera que sea en algún momento de este año. El último legado de un artista con aura de leyenda: que comenzó con una guitarra por las calles del Distrito Federal y acabó con homenajes populares entre los escombros de una de las mayores catástrofes de la historia de México.´