Moisés MOLINA*
No queda duda de que, en los tiempos que corren, la relación entre poder y derecho está claramente definida.
Hoy el Derecho emana del Poder y no a la inversa.
Ya ni siquiera son caras de la misma moneda. Primero es la gallina y luego el huevo.
Desde el Poder se van a reformar todas las Constituciones de México para refundar, no sólo los Poderes Judiciales, sino la profesión Jurídica.
Solo habrá un modo de saber si la llamada reforma judicial es buena o mala: en la práctica.
El Poder Reformador hoy tiene nombre y apellidos.
Ricardo Monreal está recorriendo todo el país para dejarlo en claro.
El suyo no es un diálogo, es un monólogo porque estos tiempos son otros.
Estos son los tiempos de la mayoría (una sola). Las mayorías dialogan, La Mayoría no.
Porque es una mayoría orgánica, casi burocrática que quiere y puede darse el lujo de hablar sin escuchar.
Quien no entiende eso, no puede entender que la reforma va y que lo único que puede conjurarla es un providencial cambio de opinión de la líder máxima, nada más.
Es natural que la casi totalidad de la judicatura no lo entienda o no lo crea posible.
El instrumento de trabajo del juez es el razonamiento y esta reforma tiene muchas sinrazones.
Con la fuerza de los argumentos los jueces resolvemos los pleitos de vecinos, repartimos culpas, metemos o sacamos a la gente de la cárcel, cancelamos leyes mal hechas, o iluminamos con la luz de la razón a poderes y órdenes de gobierno en conflicto.
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Y eso va bien cuando el Poder se comparte.
Los equilibrios en un país como México no son hijos del diseño constitucional, sino de los votos.
Y esos votos, por deseo o por casualidad, le entregaron todo el Poder a La Mayoría.
El Poder se ejerce. Y la mayoría quiere ejercerlo plenamente.
Hace mucho que no somos una federación mas que en el papel.
Hemos sido si acaso, para usar la amable terminología de Espeleta y Vázquez Gómez Bisogno, un federalismo dúctil.
Y el día en que la Corte quiso pasar de la sana cercanía a la sana distancia con el ejecutivo, todo se fue al carajo.
Si Zaldívar hubiese visto prorrogado su mandato, si Sheridan no hubiese escrito lo que escribió o si Piña no le hubiese dicho a Adan Augusto que las prioridades del Presidente no eran las de la Corte, nada de esto estaría pasando.
No digo que se equivocaron o que no debieron haberlo hecho.
Simplemente miles de mexicanas y mexicanos tendremos que aprender a vivir con las consecuencias.
La reforma judicial no es el fin del mundo ni el fin de México, pero sí es el fin de muchas carreras brillantes y esforzadas de quienes no están dispuestos a “jugar” con las nuevas reglas del juego.
Es como cuando alguien muere. Le lloramos unos días, unas semanas o unos meses, pero al final la vida sigue y los muertos se van perdiendo en el olvido.
La pandemia aceleró nuestra discreta indiferencia ante la muerte.
Ayer, en el día del abogado, me pregunté seriamente si la nueva realidad demanda abogados y juristas comprometidos con las instituciones que hasta hoy procuran e imparten justicia, o debemos pasar al compromiso con la idea misma de justicia, y con las instituciones que queden.
Lo cierto es que la rama judicial permaneció por siglos impoluta allá donde no llegaban los vientos, y hoy tiene que jugar con las reglas de darwinismo para ver con cuantas hojas se queda.
Ojalá haya oportunidad y valor para que se queden las mejores.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Palabra de Veracruzano. Respetamos y defendemos el derecho a la libre expresión.