Burrolandia, santuario único en AL / Poniatowska

  • Santuario para la conservación de los burros, denominado Burrolandia, ubicado en Otumba.

Elena Poniatowska//La Jornada

Desde niñas, además de la visita dominguera al bosque de Chapultepec, a mi hermana y a mí nos encantó salir a pasear de día de campo y contar desde la ventanilla del automóvil a los burros que alcanzábamos a ver.

Para entretenernos, Mamá, sentada al volante, nos sugería: A ver, niñas, ¿cuántos burros ven?, y los contábamos en el camino a la hacienda de Pastejé, cercana a Ixtlahuaca, o de perdida en un paseo a cualquier mercado en los alrededores del imponderable Distrito Federal: Un burrito, otro burrito, tres burritos, cuatro, cinco, exclamábamos felices, porque nunca se nos acababan.

Eran tantos los que jalaban una carreta o pastaban bajo un sol inclemente, que guardé de ellos un recuerdo conmovido.

Además, un burro había acompañado a la Virgen en el pesebre –decía el sacerdote en misa de ocho, en la iglesia Francesa situada en la esquina de Bolívar y Venustiano Carranza, ahora clausurada.

La certeza de la santidad de los burros se acendró cuando leí Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, que me hizo recordar a Cadichon y a Peau d’âne, leídos en Francia. Recordé que la piel de un asno escondió a una mujer y la protegió de algún horrible peligro.

¡Qué burros tan sufridos! Vamos a llevarles zanahorias, que para ellos es lo que un pastel de chocolate para nosotras, decía mi hermana, quien siempre supo acercarse a los animales y abrazar hasta a los perros más bravos. ¡Mejor terrones de azúcar, como a los caballos!, sugería yo. Mi madre perteneció al Club Hípico Francés, y la acompañábamos sábados y domingos.

Nunca imaginé que a los 92 años conocería un santuario de 95 burritos en Otumba, estado de México, gracias a Michael Schuessler, maestro en la Universidad Autónoma Metropolitana, biógrafo de Guadalupe Amor y autor de libros que ensalzan nuestra mejor cultura. Tuvo a bien invitarme a conocerlos el pasado 7 de julio, en Burrolandia.

–Los burros vienen de Egipto, Etiopía, Somalia y Kenia, en el continente africano –explicó el guía, como quien recita el rosario en la soledad del cielo lleno de orejas paradas y muy alertas que asolea Burrolandia.

Su domesticación se debe a los egipcios, hace más de 6 mil años. Los burros africanos llegaron a México gracias a los españoles. Además de caballos, nuestros conquistadores trajeron burros, indispensables y civilizatorios, ya que aguantaron el peso inmenso y voraz de la ambición de nuestros conquistadores.

–¿Es un grave error decir a un niño burro? –pregunto para no recordar la crueldad de la Conquista.

–Claro, porque los burros han sido providenciales en el campo. Gracias a ellos pudimos cultivar la tierra, llevar agua a nuestra casa, construir sus muros; aquí, muy cerca está el acueducto del Padre Tembleque, que todavía utilizamos para acarrear nuestra agua. Sus piedras, bellísimas, fueron traídas en el siglo XVI en el lomo de burros, a los que tenemos mucho que agradecer.

–¿Así es de que varios de los materiales de la construcción del acueducto bajaron del lomo de burritos?

–Otumba se convirtió en un hostal para quienes venían de Veracruz a la capital, y ante el aluvión de viajeros, nuestros antepasados decidieron poner un mercado de burros. Sin embargo, nadie se atrevió a llamar a Otumba, Otumba de los Burros, aunque les deba tanto…

Ningún animal mejor para la carga que el burro. Soporta alrededor de 150 kilogramos y transporta desde piedras hasta a una mujer a punto de dar a luz, como la Virgen María. Si san José fue carpintero, bien puede decirse que la Virgen dio a luz bajo techo gracias a poder llegar a un sitio más o menos protegido: un establo.

De la mula y el ceburro

El guía sigue disertando mientras pienso que ahora los recién nacidos corren con mejor suerte. En los pueblos, las parturientas abrazan de inmediato a su hijo; en las maternidades de lujo, los familiares pueden ver al heredero tras el vidrio de un cunero.

“Del burro nacen dos especies, una muy popular aquí en México, la mula, producto de la cruza de una yegua y un burro; la otra, el llamado ceburro, nace de la cruza de una cebra con un burro. Al igual que la mula, es un híbrido sin descendencia, un animal estéril.

–Nunca en mi larga vida he visto un ceburro…

–Cuando se inventó la carreta, se buscó la manera de adaptarla a los burros y se le nombró tiro. Con el tiro, el burro es capaz de cargar hasta 350 kilos. Claro que el burro tiene que ser fuerte; un burrito flaco y desnutrido no logra semejante proeza por más palos que le den.

Remplazados por el tren

–Señor guía, antes, en el campo se veían más burros…Recuerdo que a mi hermana y a mí los contábamos en paseos dominicales en el campo. En Tomatlán, cuando visitábamos a Magdalena Castillo, conocimos a muchos arrieros cuyos burros cargaban costales de frijoles o de leña…

–Sí, los burros remplazaron a los tamemes…

–Sí, recuerdo cómo un tameme cargó sobre sus hombros un ropero desde La Merced hasta la colonia del Valle… El cincho le cortó la frente.

–Claro que la carga de un ser humano no puede compararse con la de un burro –responde el guía–. Por eso, los campesinos prefirieron los burros.

–Pero ahora ya no se ve un solo burro en el campo…

–El ferrocarril es más cómodo y llega más rápido. Un viajero jamás escogería un burro. Por eso los burros se usaron para trabajos más humildes, como la carga de basura, de Pet, de fierro viejo o para la venta de pulque, de carbón, de madera, de leche de burra. Quienes tenían burros o caballos emplearon a arrieros, pero cuando llegó el tren, los hacendados también bajaron de estatus, porque ya no contrataron burreros. La locomotora desplazó a los burros.

–¿A los burreros les pagaban bien?

–No, para nada, los burros morían por maltrato, y con su carne se hacía una cecina muy dura, pero para nosotros, los de Otumba, el burro siempre fue importante, porque nos dio a conocer en la Feria del Burro, que se celebra el primero de mayo de cada año.

“La carrera del burro, el burro disfrazado, se festeja desde 2006 en Burrolandia, con los burritos rescatados que hemos recogido de Querétaro, Tlaxcala, Puebla y San Luis Potosí, y que protegemos.

“El último burrito que llegó fue Felipe, que viene de Puebla. A nuestros visitantes siempre les leemos esta frase aleccionadora: ‘en nuestras manos tenemos la oportunidad de hacer el cambio, cuidemos y respetemos la naturaleza y a cada una de las especies que forman parte de ella.

“El burro ayudó por mucho tiempo al hombre, llegó el momento de devolverle un poco de lo mucho que nos ha dado. Cuidemos la naturaleza y cuidemos al burro mexicano’.

“Burrolandia México es el primer santuario de burros en el continente americano que protege a esta especie en peligro de extinción.

“Desde 2006, nos dedicamos a cuidar a los burritos maltratados o abandonados.

“Para nosotros sería imposible apoyar a todos, por eso damos prioridad al que más lo necesita, pero ya hay gente que comparte nuestros ideales; en 2010 rescatamos 10 burritos de entre cuatro y cinco años, y ahora tenemos 95 burritos en proceso de adopción.

“Como todos sabemos, durante la pandemia de covid algunos burritos fueron abandonados a la deriva.

Hoy es cada día más difícil su situación en México y también a escala mundial, pero nosotros sólo nos dedicamos a los burros mexicanos.

–¡Qué padre que los protejan!

–Son muchos gastos; sin embargo, tenemos recién llegados. Afortunadamente vamos sobreviviendo y 95 burritos están bien, a pesar de que fueron maltratados en extremo, algunos perdieron su colita, sus orejas, un ojo, los dientes. La gente los abandona a las puertas del santuario y los adoptamos. Ya nadie los quiere.

“¡Qué bueno que vino usted, porque los burritos vuelven a confiar en el ser humano! Ya vamos para 20 años de la fundación de este santuario.

Mi nombre es Germán Flores, soy el coordinador general de Burrolandia México y le agradezco su visita. ¿Cuándo regresa con otros amigos y cuándo hablará en público de Burrolandia?

–Voy a pedir cita en la Cámara de Diputados.

Foto Javier Salinas

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