El periodismo incómodo persistirá con o sin su bendición.
Vianey Esquinca
Para Arturo Páramo, Isabel González y
quienes, pese a todo, cubrieron de manera
profesional la mañanera.
“Es un honor estar con Obrador”, “Lo queremos señor, Presidente” no, esto no lo gritaron fanáticos amorosos, morenistas empedernidos, tránsfugas de otros partidos, sino pseudo periodistas de diversos países que acudieron el viernes a Palacio Nacional al Primer Encuentro Continental de Comunicadores Independientes, convocado por Presidencia. Ahí, entre aplausos y vítores, el presidente Andrés Manuel López Obrador vivió su momento de éxtasis mediático. La escena fue una especie de ritual de autoayuda para el ego presidencial, un salón lleno de “comunicadores” que no lo cuestionaron, que le sonrieron con devoción, y que corearon alabanzas como si estuvieran audicionando para pertenecer al coro de acólitos de la 4T.
Aunque muchos cuestionaron que se les llamara “independientes”, fue un término absolutamente correcto porque son independientes de la verdad, rompieron lazos con el rigor y jamás serían subordinados del sentido común.
Los asistentes fueron una mezcla cuidadosamente seleccionada por Presidencia de lo que llamaron “medios alternativos”, radios no tradicionales, youtubers, vamos, que cualquiera que tuviera una cuenta de redes, se dijera periodista y que no iba a atacar al mandatario podría entrar a este evento exclusivo. Los demás, quedaron fuera. Eso sí, todos, o al menos quienes tomaron la palabra el viernes, parecían haber recibido con antelación la partitura de su actuación: una obra en la que no había lugar para la disidencia, el cuestionamiento o el análisis crítico.
“Es un honor estar con Obrador”, repetían, como si se tratara de un estribillo aprendido de memoria, haciendo de cada frase una exhibición de su entrega incondicional. Por supuesto, también se dieron tiempo para criticar a lo que ellos consideraban prensa vendida, el chiste se cuenta solo. Así, este primer encuentro se convirtió en una suerte de aquelarre propagandístico en el que el periodismo quedó reducido a un eco de aplausos y ovaciones vacías.
Mientras tanto, las y los representantes de medios que durante años han mantenido una distancia prudente del poder, observaban con resignación el grotesco espectáculo. Periodistas que han soportado día tras día el show montado por el Presidente y su director de orquesta, Jesús Ramírez, que han defendido el rigor periodístico ante los embates del oficialismo y que han soportado ser llamados prensa fifí, “enemigos del pueblo”, vieron como esos pseudo periodistas recibieron el trato que, por supuesto, ellos nunca tuvieron ni esperaron.
Es altamente probable que, en su último informe de gobierno y subsecuentes participaciones, López Obrador no mencione a la prensa que lo padeció, que lo aguantó, que sufrió los ataques y que fue el daño colateral de su narrativa de transformación. A pesar de ello, ahí seguirán para recordarle que el periodismo incómodo persistirá con o sin su bendición.
Claudia Sheinbaum, heredera del proyecto de la 4T, tuvo durante su campaña un encuentro con algunos de ese tipo de “comunicadores”. Claro está, una cosa es el proceso electoral y otra el gobierno. Sheinbaum, al igual que muchos otros, debe entender que la política necesita de alianzas y puentes, y los medios son una herramienta útil en la construcción del relato de poder. También sabe que, una vez en el cargo, el arte de gobernar exige algo más que aplausos fáciles y cobertura complaciente. Tiene en sus manos la oportunidad de reivindicar al periodismo, de mostrar que el gobierno no es sólo propaganda, sino un ejercicio de responsabilidad ante la sociedad.
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