Felipe de Jesús Fernández Basilio//Desde A Janela
“Ya solo restan diez días para que se vaya a … su rancho”
El sexenio de López ya prácticamente es historia y salvo algunos arrebatos de histeria que pudiera tener, el final de su tiempo lo alcanzó.
Y ¿Qué nos está dejando?
Nos está dejando dos Méxicos muy diferentes, incluso contradictorios.
Y no me refiero a opositores contra lopistas, ni tampoco a clase medieros aspiracionistas contra los que no lo son, ni mucho menos a cuestiones de raza y todas esas tonterías que hemos escuchado estos últimos seis años.
Me voy a referir al momento actual, a la división existente en el momento en que López Obrador está a una decena de días de irse del que ha sido su palacio real.
Y esa división de México consiste en que, por un lado, se encuentran los oficialistas (desde el propio presidente hasta el último de los fanáticos de López) embriagados hasta las cachas de poder, quienes aprueban y aplauden a rabiar todos los caprichos del presidente saliente y, por supuesto, dicen que México no volverá a ser el mismo porque la transformación llegó para quedarse y no habrá poder humano o no que la revierta.
Y por el otro lado, se encuentra el México real, ese que sufre en carne propia el fracaso más estrepitoso y más fácil y rápidamente medible del gobierno que se va.
Así es, poblaciones enteras de zonas completas del país que son víctimas de la delincuencia organizada y que aparte de sufrir pérdidas de seres queridos y de sus bienes materiales, tienen que sufrir la impotencia de padecer a un Estado que no hace absolutamente nada por ellos.
Sinaloa es el ejemplo más reciente más reciente del fracaso del Estado mexicano en tiempos de la transformación que no fue; ya que mientras en la comodidad de la Ciudad de México, los altos mandos militares presumían cifras y montaban un magnífico desfile, mostrándole al saliente y a sus aplaudidores todo lo que supuestamente son capaces de hacer; en Sinaloa, ese mismo ejército en su versión operativa real, se declaraba incapaz de pacificar la región e imploraba a las mafias que dejaran de luchar entre sí.
¿Se imaginan la impotencia que deben de sentir los vecinos de Sinaloa ante el abandono en que quedan por decisión del todavía comandante supremo de las fuerzas armadas?
Pero no es solo Sinaloa, los chiapanecos tienen que emigrar a Guatemala para encontrar la paz por padecer la misma situación, un ejército que se niega a contener los enfrentamientos entre las bandas criminales y las afectaciones que causan al resto de la sociedad.
Y es que no es que no puedan hacer nada, tienen la orden presidencial de no hacer nada.
Y lo peor es que están formalizando la militarización de la Guardia Nacional, cuando los mandos militares declaran que no van a hacer nada para intervenir en las situaciones en las que con urgencia son requeridos por la población civil.
Siendo aún más grave que el consuelo que da el presidente saliente al México que lo aplaude que en Guanajuato se producen el doble de homicidios que en Sinaloa y con ello siguen felices en su borrachera de logros transformadores; mientras que el otro México, el cual es víctima de la delincuencia mira perplejamente lo falaz de tal argumento, ya que en realidad ambas entidades forman parte del país que el saliente gobernó y entonces, los números de muertes se le triplican.
Así que, a pesar de la soberbia y la prepotencia con la que se conducen los del México que sigue a López, lo cierto es que el otro México sabe perfectamente que está culminando el sexenio más sangriento de la historia, porque más allá de los números, lo está viviendo en carne propia.
Esos son los dos México que López Obrador dejará en una decena de días.
felfebas@gmail.com
Twitter: @FelipeFBasilio