Por Mar Morales
“Que el desplazamiento forzado no acalle sus voces”: Mariana Belloso, periodista de El Salvador
A Marcela de Jesús le dispararon en el rostro para asesinarla. Sucedió en 2017, a las 9.30 de la mañana cuando salía de su programa de radio en Ometepec, Guerrero. Era el día de su cumpleaños y casi fue el último día de su vida.
Tras siete años de lo ocurrido, la periodista indígena y defensora de los derechos humanos sigue sin ver a sus agresores pagar y sin que nadie le repare el daño.
Marcela es una de las comunicadoras desplazadas que viven bajo resguardo del Mecanismo Federal de Protección a Periodistas, pero su caso es especial. Su condición de indígena y de mujer la ha hecho soportar distintos tipos de violencias, no sólo la física, que la tuvo al borde de la muerte; desde el momento de su agresión la periodista ha dejado de ejercer su profesión y aunque, como ella dice, “siempre quiso ser la voz de su raza”, tiene siete años lejos de los suyos.
Como ella hay varias comunicadoras mexicanas que han sido amenazadas, acusadas de delitos que no han cometido, revictimizadas por la misma sociedad y desplazadas en forma forzosa para resguardar su vida por el solo hecho de comunicar lo que a muchos incomoda. Decir la verdad, en nuestro país, puede ser algo riesgoso.
En esta conmemoración del #25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se debe visibilizar las distintas violencias que periodistas, comunicadoras, editoras y reporteras padecen y que a muchos sectores de la población parece no importar e incluso, me atrevo a asegurar, muchos no conocen.
Una periodista desplazada sobrevive al estrés, al abandono, a la soledad, a enfermedades físicas y mentales, derivadas del aislamiento. La mayoría que están en esa situación jamás vuelven a sus lugares de origen, dejan casas, familia, amistades y sobre todo empleo, derecho consagrado en nuestra Constitución.
Quitarle a alguien el pan de su mesa, es una de las formas más graves de violencia. Y quitarle también su libertad de expresión, es doblemente lamentable.
En México, el Estado, que debería ser el encargado de proteger y resguardar la integridad de las periodistas que enfrentan un desplazamiento forzoso, sigue manteniendo en la congeladora la ley que proteja la integridad de los y las periodistas violentadas. Este día vale la pena recordarles a los legisladores que hay bajo resguardo más de 200 comunicadores y comunicadoras en los refugios temporales esperando un retorno seguro a casa, sin estar escondidos como delincuentes mientras los agresores gozan de impunidad y de libertad.
No minimizo, de ningún modo, las graves violencias y discriminaciones que sufrimos las mujeres en cualquier ámbito de nuestra sociedad. Se debe frenar de forma urgente el creciente número de feminicidios que nos lastiman como país. Se debe acabar con el acoso laboral, sexual, con la violencia digital, con la violencia verbal, con la violencia física. Pero también, en este tiempo de mujeres, se debe atender a las comunicadoras sobrevivientes de cualquier tipo de agresión, que viven con miedo, que mueren cada día por el dolor y el olvido.
Este #25N sería incompleto sin mencionarlas. Hago votos porque lo invisible, se haga invisible. Ni una periodista violentada más.