Carlos Velázquez: el manipulador

Carlos Velázquez: el manipulador

El narrador lagunero habla en entrevista sobre la publicación de su quinto libro de cuentos, Despachador de pollo frito.

Fuente Milenio

Carlos Velázquez debutó como cuentista hace quince años. Desde entonces, se ha ganado un prestigio de narrador venenoso y temerario para ejercer la incorrección política. Despachador de pollo frito (Sexto Piso, 2019) es su quinto libro de relatos.

En él se dan cita personajes atravesados por lo grotesco o lo absurdo. También cronista y columnista, Velázquez no pierde el ímpetu creativo. “Mientras las historias no dejen de llegar, no voy a dejar de escribir”, anuncia certero, como si parafraseara a Vicente Fernández.

—Da la impresión de que en muchos de tus cuentos te propones intervenir la realidad.

Los personajes están anclados en la realidad, pero al momento de llevarlos a la página tengo la oportunidad de manipularlos a mi antojo, que es lo que me interesa. Quiero mostrar cierta parte de la realidad mexicana, hacer una crítica.

El cuento es un género que ya tienes muy bien pulido.

Podría parecer que sí, pero es algo que no se puede dar por sentado. Aunque tengas experiencia como cuentista, cada cuento es distinto y siempre habrá un reto. Siempre es un reto sacar adelante una historia distinta; no siempre puedes trabajar con el mismo molde. Por ejemplo, Roberto Bolaño me parece un mal cuentista. En Llamadas telefónicas, la mayoría de sus cuentos son muy parecidos. No le veo el caso a narrar de esa manera, me parece una pérdida de tiempo. Sí tengo una experiencia como narrador, me esfuerzo para no repetirme, para no defraudar al lector.

—Tus lectores, por cierto, son muy fieles a ti

He tenido la fortuna de conseguir un grupo de lectores bastante generoso, que me busca libro con libro. Incluso hay gente que no es consumidora habitual de literatura, pero compra mis libros. Gente que compra el Despachador de pollo frito, pero que no va a ir a comprar un libro de Jorge Volpi.

—Sueles oscilar en diferentes registros del lenguaje de manera muy natural. Eso exige un oído agudo.

No tengo prejuicios y tampoco tengo nada que perder. No aspiro a ser el gran escritor; puedo escribir una crónica sobre Tepito porque me puedo meter a Tepito. El lenguaje de los cuentos tiene que ver con mi libertad de meterme adonde yo quiera para captar el habla de los seres que habitan esos distintos espacios. Yo creo que si hubiera sido nayarita, mis travestis nayaritas no hablarían igual que mis travestis norteños.

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