La cuenta final

Ha llegado el momento en que la ciudadanía mexicana analice qué y a quién están eligiendo para que los represente.

Antonio Navalón

Antonio Navalón

El pasado 4 de junio, el Presidente dictó las condiciones y normas que debían seguir las conocidas corcholatas. (Fotoarte de Esmeralda Ordaz)

Fue como una iluminación. En la tarde del pasado 4 de junio, el presidente López Obrador vio cómo se esclarecía su visión sobre el futuro de México. El siguiente paso que tenía que dar era buscar consolidar y dar continuidad a lo que había intentado construir durante los últimos cinco años de su administración. Dentro de sí sabía que había llegado el momento de asegurar las siguientes elecciones y que no podía desaprovechar la ventaja que le daría el hecho de iniciar la disputa cuando aún ostentaba el poder presidencial. El plan parecía perfecto, ya que pretendería hacer creer a la ciudadanía que tenían una opción de elección cuando, en realidad, él ya sabía cómo debía actuar para dejar sin posibilidades a la alternativa que le hiciera frente a él y a su movimiento. Sin embargo, no todo salió como planeado.

El pasado 4 de junio, el Presidente dictó las condiciones y normas que debían seguir las conocidas corcholatas, no para que el pueblo eligiera a quien debía liderar la continuidad de la cuarta transformación –ya que para algunos el pueblo no está para elegir–, sino para validar cualquiera que fuese el elegido o elegida a sucederlo. En la vida hay personas que optan por llevar una relación prematrimonial, que es una especie de prueba sobre todo lo que conllevaría una vida en matrimonio. En este tipo de relaciones dos personas se comprometen a vivir juntos, pero sin la formalidad que conlleva el compromiso adquirido después de casarse. En las elecciones políticas de un país no existen las relaciones prematrimoniales. No existen las precampañas ni las pruebas previas sobre si uno u otro precandidato pueda ser el o la más indicada a regir el rumbo de nuestros destinos.

El instaurar o establecer este tipo de espacios o experiencias es darle la oportunidad a quienes contiendan por la candidatura de que nos sorprendan –no para mal, ya que no les convendría– y nos den una falsa ilusión de su lado más efectivo y proactivo. Este invento de la figura de la preelección mexicana era, es y será peligroso.

Se me podrá decir que en un mundo utópico donde no haya cabida al egoísmo, quien resulte electo para contender por la Presidencia verdaderamente hará todo lo posible para velar por el bien del país y que este ejercicio preelectoral servirá para conocer mejor a los contendientes. Sin embargo, escrito está en la naturaleza humana que muchas veces el conocimiento no es la base sobre la que se sustenta la elección, sino que, más bien, elegimos sobre aquello que nos ilusiona, sin importar si es o no lo mejor para nosotros.


Sea como sea, las corcholatas del Presidente ya se pasearon por todos los estados de la República, además de tapizar la mayor cantidad de espectaculares posibles a lo largo y ancho del país, sin saber verdaderamente quién los puso o quién los está pagando. Empezando por quien cree que ya tiene ganada la contienda, Claudia Sheinbaum, siguiendo por quien dice merecer el puesto debido a su extensa experiencia, Marcelo Ebrard, y concluyendo con el candidato sorpresa y quien no se asusta con nada, Adán Augusto López, en realidad, de los seis contendientes por la candidatura de Morena, sólo estos tres tienen una oportunidad real.

Con la encuesta que definirá al candidato de Morena en la vuelta de la esquina, el problema reside en que este experimento de precampaña ha consumido gran parte de la oportunidad para verdaderamente conocer a los contendientes. También es necesario saber qué es lo que les quedará por ofrecer una vez que alguien quede electo. La historia se repite. El guión por seguir ya fue utilizado en el pasado y quien acabe siendo el candidato de Morena tiene que saber que el impacto que alguna vez tuvo el discurso de López Obrador difícilmente podrá volver a tenerlo. Lo de las corcholatas inició siendo una competición, sin embargo, se ha convertido en una exhibición de quién realmente tiene el poder de elección y compartir las cualidades y defectos de cada uno de los aspirantes y qué se puede esperar de ellos.

Además, como no existe la perfección sin la competición, fuera premeditado o casual y como consecuencia de una de sus actuaciones, el Presidente mismo creó la competencia. Xóchitl Gálvez surgió y apareció formalmente como una contendiente seria por la Presidencia, tras la negativa del Presidente de recibirla en sus mañaneras. Antes de eso, ya estaban definidos los aspirantes de Morena y era evidente el claro desorden y falta de oportunidad por parte de la oposición.

Cuando no se tiene el poder, la esperanza es una herramienta útil que ayuda a impulsar los deseos e intereses en quien busca obtenerlo. Una de las cosas que se pueden hacer cuando no se ostenta el poder es provocar hasta que quien está en el poder cometa un error. Aquí hay dos errores: el primero, haber quemado antes de tiempo la capacidad de misterio y seducción de las corcholatas. El segundo, creer que todo estaba tan dominado que era imposible que pudiera surgir algún candidato por parte de la oposición que fuera capaz de sorprenderlos. Y…los sorprendieron.

La gran pregunta que hay que hacer en estos momentos es: ¿y ahora qué sigue? El otoño inicia y dejaré de hablar acerca de las alarmantes estadísticas que arroja la inseguridad o de la desaparición de la entidad del gobierno y de los partidos. Me limitaré a señalar el hecho de que nos encontramos en un panorama de completa incertidumbre y ante el cual no sabremos a dónde iremos o con quién seguiremos a partir de aquí.

Entre corcholatas y aspirantes de la oposición, en la actualidad México está siendo opacado por una intensa y borrosa niebla que dificulta saber cuál y cómo será el futuro de la nación. Ni siquiera por instinto de supervivencia o conservación, las cúpulas empresariales, intelectuales ni los catalogados por el Presidente como ‘neoliberales’ han sido capaces de reaccionar ante los abusos cometidos desde el poder hacia la única candidata viable de la oposición hasta el momento.

Cuando llegue septiembre –y siempre llega septiembre– nos encontraremos en medio de una situación en la que seguiremos festejando la revalorización del peso frente al dólar. Sin embargo, también estaremos asistiendo al funeral de los millones de pesos que Hacienda estaba esperando recaudar con el valor del petróleo –ya que, al final de cuentas, se paga en dólares– y todos los efectos que traerá consigo el llamado superpeso.

En cuanto al panorama político, la campaña ya no podrá ser igual, ya que el discurso de todo por, con y para los pobres y el hecho de culpar al pasado de las desgracias del presente ya fueron utilizados. Los candidatos tendrán que hacer uso de su creatividad e imaginación para formular una nueva forma de impactar a la sociedad mexicana. Estando a meses de ir a votar por quién será la o el nuevo Presidente de México, ¿cuál será el factor decisivo que termine por inclinar la balanza en las próximas elecciones?

En medio de las condiciones tan extrañas y confusas, será interesante ver quién resulte triunfador o triunfadora de ambos bandos. ¿Qué candidato es el que ilusiona más y por qué? ¿Qué ofrecen distinto a lo que venimos viendo y experimentando los últimos años? Ha llegado el momento en que la ciudadanía mexicana analice qué y a quién están eligiendo para que los represente. El o la elegida no sólo vestirá una banda y se sentará en Palacio Nacional –si es que ese sitio sigue siendo el elegido para ser la sede del próximo gobierno–, sino que será quien marque el rumbo del país por los próximos años. No es un juego, se trata de elegir a quien verdaderamente tenga las herramientas para asegurar el desarrollo y que mejore la calidad de vida de los y las mexicanas. Eso, sin dejar a un lado el transcendental hecho de que las del próximo año serán las primeras elecciones sin un árbitro electoral confiable.

Empieza la cuenta final.

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