Como un rito devastador, voraz y salvaje.

En el prólogo de Fuegos, Marguerite Yourcenar (Bélgica, 1903 – Estados Unidos, 1987) define que estos textos deben leerse como textos poéticos. También escribe “espero que este libro no sea leído jamás”…
Yourcenar escribe sobre el amor como una tragedia incontenible. Como el fuego, lo puro y lo que lo se destruye.
Como un rito devastador, voraz y salvaje.
“Las dos de la madrugada. Las ratas roen en los cubos de basura los restos de un día muerto: la ciudad pertenece
a los fantasmas, a los asesinos, a los sonámbulos. ¿Dónde estás tú, en qué cama, en qué sueño? Si tropezara
contigo, pasarías sin verme, pues no somos percibidos por nuestros sueños. No tengo hambre: no consigo digerir
mi vida esta noche. Estoy cansada: anduve toda la noche para escapar de tu recuerdo. No tengo sueño: ni siquiera
siento apetito de la muerte. Sentada en un banco, embrutecida a pesar mío por la llegada de la mañana, dejo de
recordar que trato de olvidarte. Cierro los ojos… Los ladrones sólo desean nuestras sortijas; los amantes, la carne;
los predicadores, nuestras almas; los asesinos, la vida. Pueden quitarme la mía: los desafio a que cambien algo en
ella. Echo hacia atrás la cabeza para sentir por encima de mí el murmullo de las hojas… Estoy en el bosque, en un
campo… es la hora en que el Tiempo se disfraza de barrendero y Dios tal vez de trapero. Él, el avaro, el testarudo;
él, que no consiente ver perderse una perla entre el montón de conchas de ostra a las puertas de las tabernas.
Padre nuestro que estás en los cielos… ¿Veré yo venir alguna vez a un hombre viejo, con un abrigo pardo, con los
pies llenos de barro por haber atravesado Dios sabe qué río para reunirse conmigo? Se dejaría caer en el banco,
apretando en su puño cerrado un valioso regalo que bastaría para cambiarlo todo. Separaría los dedos lentamente,
uno tras otro, con prudencia, pues el regalo podría echarse a volar… ¿Qué llevaría en su mano? ¿Un pájaro, una
semilla, un cuchillo, una llave para abrir la lata de conserva del corazón?”
Marguerite Yourcenar, Fuegos, 1936 (fragmento)

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