SUMARIO

Alucinante

Gustavo González Godina

Fui al rancho donde nací, la Agua Zarca en el norte de Jalisco, a visitar a mi tía Baudelia, hermana de mi mamá.

Pero no encontré a nadie al llegar. Alguien me dijo que se había muerto mi sobrino Nicolás, hijo de mi prima Pilar, la más grande de la familia de mi tía Baudelia, y que habían ido a Totatiche a traer el cuerpo para velarlo.

Yo necesitaba ir a Totatiche a comprar un boleto de camión para viajar a la mañana siguiente a Guadalajara, pero al no haber nadie que me llevara decidí esperar, ya llegarían y no faltaría quién me llevara. Además, había que acompañar a la familia a velar el cuerpo de Nicolás.

Decidí pues esperar. Fui a la casa de mi primo Ansurio que queda a unos 200 metros hacia arriba de la de mi tía Baudelia, con una ladera muy empinada de por medio, y luego entré a la de mi Tía (allá las casas siempre están abiertas, aunque no haya nadie) y anduve revisando en ambas, sabía que no habría problema si lo hacía.

En eso estaba yo cuando desde la puerta de con mi Tía vi venir unas luces -ya era de noche- por el camino que conduce a su casa, muy cerca ya de la puerta de mano que hay para entrar a la propiedad, más allá del estanque donde se bañarían después las chiquillas y los chiquillos de mi primo Ansurio.

Era la gente que ya venía, traían el cuerpo de Nicolás y se alumbraban con teas o antorchas para no tropezar. Llegaron, saludé a algunos y algunas, y me dispuse a ver cómo acomodaban el cuerpo de mi sobrino en una cama que había en la azotea. No me pregunten por qué en la azotea porque no lo sé.

En eso estaban cuando vi claramente cómo a Nicolás le dio hipo, un pequeño estertor que lo hizo enderezarse un poco cuando ya casi lo tenían acostado.

-¡Ah chingao! -fue lo primero que pensé-, parece que no está muerto. “¡Esperen! -les grité a las señoras que lo acomodaban-, parece que Nicolás está vivo”.

Medio lo enderezaron y vi claramente que abrió los ojos el “muerto”. Me asusté, pero al mismo tiempo me alegré de que no estuviera muerto Nico, habíamos crecido juntos en la casa de mi tía Baudelia y nos apreciábamos un montón.

-¡Nicolás! -le grité- ¿cómo estás? (yo desde abajo y Él en la cama que estaba en la azotea donde lo acomodaban). “Bien” -balbuceó al tiempo que volteaba a verme.

Toda la gente estaba asombrada además de asustados algunos, y yo, que ya me había pasado el susto, sólo quería que las mujeres que manipulaban el cuerpo se convencieran de que estaba vivo. Lo acabaron de enderezar, lo pararon sosteniéndolo al principio porque obviamente estaba muy débil, y yo le volví a gritar:

-¡Nico!, ¿tienes hambre? -Me sonrió y me dijo: “Como que sí… algo”.

En esos momentos todo se puso negro, más negro que la noche en que se perdió la cochina. La obscuridad de la noche volvió a cubrirlo todo. Bueno, casi todo, porque a lo lejos volví a ver que venía otra vez el cortejo fúnebre que traía el cuerpo de Nicolás desde Totatiche hasta la Agua Zarca.

Había sido solo un sueño. Un sueño que había provocado el deseo de que Nicolás no hubiera muerto, lo quería yo tanto que deseaba que estuviera vivo.

Y sí, se había muerto de a deveras. Me fui a la casa de Ansurio mientras hacían los arreglos en la casa de mi tía Baudelia, y desde ahí vi a docenas, tal vez cientos de jóvenes desperdigados en pequeños grupos, que se disponían a pasar la noche bebiendo y cantando, según ellos velando de retiradito a Nicolás como a Él le hubiera gustado que lo velaran. Así era Él, alegre, fiestero, amiguero, y así terminarían sus días.

No faltó alguien que me llevara en su carro a Totatiche a comprar mi boleto de camión… Y no supe más, porque en eso desperté de mi doble sueño y me propuse de inmediato narrarlo, para compartir con mis lectores tan alucinante experiencia.

Deja un comentario